FORTEGAVERSO: EL HORROR DE BERKOFF: RATONES

domingo, septiembre 28, 2008

EL HORROR DE BERKOFF: RATONES


Cuando me di vuelta para seguirlo, algo oscuro y rápido pasó corriendo junto a mis pies y se perdió hacia el mesón de enfrente.
–Mierda –exclamé asustado.
–Tranquilo, es sólo un ratón.
–De ese tamaño
–Acá los ratones son grandes.
–Bichos asquerosos, en todo caso hace rato que existe el veneno y no es caro.
–Tal vez funcione con los ratones de Santiago, acá no los mata nada.
–¿Hay plaga?
–Desde hace dos años, salen por todas partes, nadie sabe de donde. Y no hay caso ni con venenos ni con exterminadores, la municipalidad pagó millones trayendo a unos técnicos de Temuco para que revisaran las alcantarillas.
–¿Y que pasó?
–Según contaron en la municipalidad un día presentaron su carta de renuncia y no se les volvió a ver en Salisbury.
–Mierda
–Después contrataron otra empresa.
–…
–Y pasó lo mismo. Ahora nade quiere venir a exterminar los ratones de Salisbury.
–Que asco
–Ni tanto, uno termina acostumbrándose.
–Deberías tener un gato.
–Tengo una, pero se la comerían y la quiero demasiado. Estas porquerías matan perros y no van a matar a una gata.
Me quedé helado, nunca le he tenido miedo a los ratones, pero esa sombra, la manera en que apareció y se cruzó en mi camino, era como si quisiera saludarme, darme la bienvenida. A mi pueblo natal y también a un funeral.
–Tranquilo actor –me dijo Pércival, sólo una vez y hacía años me había llamado de ese modo –No te van a hacer nada, no suben las escaleras ni comen carne humana.
Después encendió la luz del pasillo.


ERA UN RATÓN enorme, el más grande que hubiese visto en mi vida, de esos que en el norte llaman pericotes y en el sur guarenes. Debía medir más de quince centímetros sin contar la cola, que estirada se alargaba fácil otros veinte. Perci me pidió que lo esperara fuera de la librería, mientras iba a buscar la camioneta. Como no tenía estacionamiento, la dejaba en una estación de servicio cercana. El dueño era hijo de no se quien así que no le cobraban, por su parte mi amigo les regalaba los útiles escolares en marzo, era un trato justo.
Me pidió que cerrara bien antes de salir.
Estaba listo a meter la llave en la cerradura cuando noté la pequeña multitud que había en la vereda de enfrente, casi al llegar a la esquina. Eran seis muchachos, todos hombres, vestidos con uniforme de colegio. Uno de ellos, el más alto y gordo, había traído un palo largo y sus amigos le repetían con insistencia, “pégale” y “matalo”, entre otros sustantivos lo suficientemente llamativos como para despertar la curiosidad de cualquiera.
Hacía frío, ojala hubiera traído una bufanda, este pueblo de mierda, nunca se inunda como el resto del país en invierno, pero te congela como quisiera rebanarte la piel. Subí un poco el cuello de la chaqueta y crucé a ver que ocurría.
La teoría de los niños era bastante lógica, algo había asustado al ratón lo suficiente como para obligarlo a salir de su escondite, correr sobre las calles y buscar algún otro lugar por donde regresar a su mundo subterráneo. Pero la bestiecilla hizo mal los cálculos, saltó hacia la primera cloaca que encontró abierta, la que desgraciadamente era de un diámetro considerablemente menor al de su hipertrofiado cuerpo y así quedó presa, asfixiándose con el peso de su propio cuerpo, como las ballenas cuando varan en las playas, quebrándose por dentro, los huesos primero, los órganos después, la carne al final. El dolor del animal debía de ser horrendo. Y aun pataleaba y agitaba su asquerosa cola de látigo, quizás como intentando inútilmente de ingresar a los túneles bajo la vereda. O de salir. O tal vez sólo eran actos reflejos de un cuerpo hace rato muerto cuyos nervios, apretados, reaccionaban con violencia. He leído que pasa con casi todos los mamíferos, incluidos los humanos, sobre todo cuando sufren una muerte violenta.
El muchacho de la vara apretaba lo que quedaba del ratón. Sus amigos le decían que continuara, que lo matara, que era un bicho asqueroso. Uno pedía incluso que lo reventara, que le insertara el palo por el culo hasta hacerlo cagar sangre. Y el alto y gordo obedecía a las peticiones de sus compañeros, rematando a la pobre criatura cuyos pataleos eran cada vez menores, la cola incluso ya no se agitaba, estaba lisa y tan muerta como el resto del cuerpo. Los niños sin embargo querían rematarla, cortarla, molerla, que botara sangre y desparramara sus vísceras.

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2 Comentarios:

A la/s 4:19 p. m., Blogger Martín Garrido dijo...

Me gustan los ratones, en serio. Lo que no puedo soportar son los insectos, pero a los ratones... No son tan feos como la gente cree. De hecho, la gente es bastante más repugnante que los ratones...

Un saludo.

 
A la/s 1:03 a. m., Blogger Frexor dijo...

cuando era chico... del canal que hay cerca de mi casa salieron unos guarenes haciendo tuneles llegaron a mi leñera... yo pensaba que eran gatos... mi padre encontró las cuevas y los mató con la pala... aún recuerdo esas cosas chiclosas(las crias) molidas con la pala, y los grandes que segun yo eran gatos... años despues tubimos plaga de lauchas... esas me gustaban yo iba a las trampas de la leñera liberaba los cuerpos muertos y les hacia cariño...
saludos

 

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