EL HORROR DE BERKOFF: UN DIALOGO
–¿MARTIN?
–¿Qué quieres?
–Lo de siempre, hablar.
–…
–Conversar un rato.
–Conversa, habla.
–¿Tienes miedo?
–Mucho.
–Por eso no puedes dormir.
–Entre otras cosas.
–Se suponía que nunca ibas a regresar a Salisbury.
–Son promesas que uno se hace a si mismo. Y ese tipo de promesas jamás se cumplen.
–Sobre todo si hay tantos asuntos pendientes con ella.
–Ema es sólo una circunstancia.
–No estoy hablando de Ema.
–No quiero hablar de eso.
–Deberías hacerlo. Alguna vez vas a tener que enfrentarlo, quizás haya llegado la hora.
–No.
–…
–Además aún no decido si voy a viajar.
–Martín, ya lo decidiste. No te mientas, recuerda quien soy y que te conozco mejor que nadie.
–Entonces para qué preguntas tanto.
–Tengo derecho a preocuparme por ti.
–No tienes ningún derecho, además estás muerto.
–Los muertos no hablan.
–Entonces estás dentro de mi cabeza, que es peor.
–No te enojes.
–No me enojo, sólo estoy… complicado.
–Lo sé.
–No sé si lo sabes.
–Sé lo que Salisbury significa para ti. Yo también viví y crecí en ese lugar.
–¿Pero viste lo que yo vi. Viste a los monstruos?
–No, sólo a los fantasmas.
–Pues esa es la diferencia. Para ti y para los otros, sólo había fantasmas en el pueblo. Yo estuve allí cuando esos fantasmas se convirtieron en monstruos. Los vi mutar, hacerse materiales, moverse como si estuvieran vivos o muertos en vida… Me aterraba mirar por la ventana durante la noche porque yo sabía lo que estaba allí, de pie en los techos, mirándome desde la oscuridad. Yo sentí lo que respiraba bajo mi cama, lo que hacía temblar las casas, escuché como pronunciaban mi nombre y el de los otros niños desde los bosques cercanos. Por qué crees que escapé apenas pude, mientras el resto de mis amigos se quedaron allá, porque ellos nunca oyeron nada, para ellos la noche siempre fue para dormir, para estar tranquilos. Pero yo…
–Tu tenías el latido.
–Llámalo como quiera.
–Sabías lo que respiraba en la noche.
–No tata, yo vi lo que respiraba en la noche.
–…
–El sur no es bueno, no es como lo pintan las guías turísticas ni los comerciales de leche dietética. El sur es malo, es oscuro, tiene garras y colmillos.
–Entonces no regreses.
–No puedo no regresar, tengo que hacerlo.
–Y si Ema te contesta que no es necesario que vayas.
–No va a contestar eso.
–Estás seguro.
–La besé en los labios, la recorrí con mi lengua sobre esta misma cama, nos revolcamos calientes, en celo arriba de este mismo colchón. Engañamos a mi mejor amigo, a un pueblo entero, traicionamos a los fantasmas y a los monstruos.
–…
–Claro que estoy seguro que me lo va a pedir.
–Dijiste que no volvías por ella.
–No, eso lo dijiste tu.
–…
–¿Tata?
–Qué.
–Por qué insistes tanto en cuidarme, si sabes mejor que nadie que no soy una buena persona.
–…
–…
–¿Vas a llevar tu guitarra?
–¿Qué quieres?
–Lo de siempre, hablar.
–…
–Conversar un rato.
–Conversa, habla.
–¿Tienes miedo?
–Mucho.
–Por eso no puedes dormir.
–Entre otras cosas.
–Se suponía que nunca ibas a regresar a Salisbury.
–Son promesas que uno se hace a si mismo. Y ese tipo de promesas jamás se cumplen.
–Sobre todo si hay tantos asuntos pendientes con ella.
–Ema es sólo una circunstancia.
–No estoy hablando de Ema.
–No quiero hablar de eso.
–Deberías hacerlo. Alguna vez vas a tener que enfrentarlo, quizás haya llegado la hora.
–No.
–…
–Además aún no decido si voy a viajar.
–Martín, ya lo decidiste. No te mientas, recuerda quien soy y que te conozco mejor que nadie.
–Entonces para qué preguntas tanto.
–Tengo derecho a preocuparme por ti.
–No tienes ningún derecho, además estás muerto.
–Los muertos no hablan.
–Entonces estás dentro de mi cabeza, que es peor.
–No te enojes.
–No me enojo, sólo estoy… complicado.
–Lo sé.
–No sé si lo sabes.
–Sé lo que Salisbury significa para ti. Yo también viví y crecí en ese lugar.
–¿Pero viste lo que yo vi. Viste a los monstruos?
–No, sólo a los fantasmas.
–Pues esa es la diferencia. Para ti y para los otros, sólo había fantasmas en el pueblo. Yo estuve allí cuando esos fantasmas se convirtieron en monstruos. Los vi mutar, hacerse materiales, moverse como si estuvieran vivos o muertos en vida… Me aterraba mirar por la ventana durante la noche porque yo sabía lo que estaba allí, de pie en los techos, mirándome desde la oscuridad. Yo sentí lo que respiraba bajo mi cama, lo que hacía temblar las casas, escuché como pronunciaban mi nombre y el de los otros niños desde los bosques cercanos. Por qué crees que escapé apenas pude, mientras el resto de mis amigos se quedaron allá, porque ellos nunca oyeron nada, para ellos la noche siempre fue para dormir, para estar tranquilos. Pero yo…
–Tu tenías el latido.
–Llámalo como quiera.
–Sabías lo que respiraba en la noche.
–No tata, yo vi lo que respiraba en la noche.
–…
–El sur no es bueno, no es como lo pintan las guías turísticas ni los comerciales de leche dietética. El sur es malo, es oscuro, tiene garras y colmillos.
–Entonces no regreses.
–No puedo no regresar, tengo que hacerlo.
–Y si Ema te contesta que no es necesario que vayas.
–No va a contestar eso.
–Estás seguro.
–La besé en los labios, la recorrí con mi lengua sobre esta misma cama, nos revolcamos calientes, en celo arriba de este mismo colchón. Engañamos a mi mejor amigo, a un pueblo entero, traicionamos a los fantasmas y a los monstruos.
–…
–Claro que estoy seguro que me lo va a pedir.
–Dijiste que no volvías por ella.
–No, eso lo dijiste tu.
–…
–¿Tata?
–Qué.
–Por qué insistes tanto en cuidarme, si sabes mejor que nadie que no soy una buena persona.
–…
–…
–¿Vas a llevar tu guitarra?
Etiquetas: El Horror de Berkoff
1 Comentarios:
Hola :D
Esta es la primera vez que paso por tu blog y leí tu relato y la verdad que me gustó mucho. Tiene atmosfera y despertó mi imaginación.
Saludos ;D
Veronica Manríquez
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