FORTEGAVERSO: COLIN CAMPBELL (11 PARTE)

domingo, julio 27, 2008

COLIN CAMPBELL (11 PARTE)


23:39

HACE AÑOS EL CALOR sobre Santiago se me hacía insoportable, hoy no tiene el peso ni el fuego del de Temuco, hoy es otra cosa y podría decir que hasta incluso me gusta. No sé en que forma, pero me gusta. Sobre todo como sopla, calido y ondulante, alredor de los árboles del cementerio.
No fue difícil encontrar la tumba de Edison Landeros, a la primera persona que le pregunte, cuando ingresamos con Julieta al camposanto, me indicó donde estaba. “Siga este pasillo hasta el fondo, de ahí a la izquierda, unas cuatro manzanas hacia el intertior. ¿Va a querer un carrito”. “No, quiero caminar”, le conteste, mientras mi hija me reclamaba por no aceptar el carrito.
Los cerros de Huechuraba se levantaban contra el mismo horizonte del cementerio. Al contrario que acá, en el sur los camposantos se ubican en los sitios mas elevados de las ciudades, como una inconciente manera de acercarse al cielo. De subir a la salvación. He oído la historia de Puerto Saavedra para el maremoto de 1962, de cómo la gente corrió hacia el cementerio cuando el mar se recogio. Y allí, sobre las tumbas encaramadas sobre el cerro que dominaba la ciudad vieron como llegó la ola y devoró sus casas, cubriendo primero de agua y luego de arena cada una de sus esquinas.
Un carrito con una pareja de edad se estacionó en una de las tumbas cercanas, mientras yo ordenaba un ramo de gladiolos, que compré a la entrada, bajo la placa que decía Edison Landeros declarándolo buen hijo, padre y amigo.
-Me dijiste que ibas a venir a las once-, me dijo la voz de Igriega tras mi espalda.
-Me adelante un poco, además en el Metro se llega rápido, como que uno se da cuenta.
-Cono estás Pancho Buchman-, me saludo Igriega mientras yo la miraba de cabeza a pies, comprobando como a pesar de los años seguía siendo una de las personas mas bellas que he conocido en mi vida.
-Bien…-, estiré. –¿Tu?
-No podemos quejarnos. ¿Viniste solo?
-No, con mi hija, Julieta. Es ella, la que esta sentada en ese banco hablando por teléfono-, le mostre. Igriega miró, Julieta nos devolvió la mirada y una sonrisa.
-Vamos, te la presento…-, añadí.
-No, déjala, ya habrá tiempo para presentaciones y todo. Que bueno verte, que bueno que viniste-, acotó repitiendo en una misma frase el mismo adjetivo. -¿Cuándo fue la ultima vez. Hace siete años…
-Ocho. Desde que me mudé a Temuco que no venía a Santiago. Pero hemos hablado, no puedes quejarte.
-Hablarse y verse es muy distinto, Colin nos enseño eso…
-Entre otras cosas.
-Entre otras cosas. A propósito leí tu entrevista en el Austral. La comentamos con Clemente, me dijo que no cambiabas nada, que seguías respondiendo tan periodísticamente como en los viejos tiempos.
-¿Cómo esta Clemente?
-Muy bien, creo que es lejos al que mejor le ha ido. O sea es él único de los compañeros de Colin que ha logrado safarse del fantasma y tener un carrera más que brillante como arquitecto. El y Matus, aunque ser cura no se si entre en la misma categoría.
-Con Colin siempre estuvimos seguro que Leopoldo Matus iba a hacerse cura. Era obvio. ¿Lo has visto?
-Por fono. Esta bien, o sea, bien dentro de lo bien que puede estar un cura. Va esta noche, lo prometió. Clemente nos esta esperando, invitó a todo el grupo, mando a su familia a la playa para que estuviéramos solos y en mas confianza, contrato mozosa y todo eso. Esta impaciente por que nos juntemos.
-Hasta ayer no sabía si ir.
-Tonto, como no vas a ir. No vengas con leseras ahora, Pancho Buchman, tu vas aunque tenga que raptarte. Además viniste de Temuco a Santiago especialmente…
-No es tan así, traje a la Julieta. Hizo unas fotos y la llamaron para un casting, mañana a las once, vengo de padre acompañante.
-Es linda-, la miró. –Se parece a Miranda, cuando era joven, pero en una versión más estilizada. ¿Qué es de tu mujer. Perdón. Ex mujer?
-Ahí, a cargo de Julieta, haciendo trabajos free lance como secretaria en línea y eso. Nos llevamos bien, podría decirse que mejor ahora que cuando estábamos casados. De hecho nuestra única diferencia real es Julieta-, ambos la miramos, seguía hablando por teléfono. –Según Miranda yo la malcrío y por lo mismo me prefiere a mi y a ella, la odia.
-Pelean
-No más que tu con tu madre o mi hermana con la mía.
-Comprendo. Tu hermana sigue en Barcelona.
-Madrid. Hace como cinco años se cambiaron de ciudad. Le ha ido estupendo a la gorda.
-Me alegro. Y Miranda-, dudó, -supongo que aun me odia.
-Prefiero no preguntarle.
-Es mejor, pero la entiendo, yo en su lugar también me odiaría-. Respiró. –¿Y todo bien en el diario?
-No imaginas lo agradable que resulta dirigir la sección de espectáculos de un diario de provincia. Sobre todo del diario de Temuco, una ciudad donde todo importa mucho más que quien va a ganar el Oscar.
-Están casi en guerra.
-Ni tanto, desde acá se exagera harto.
Nos quedamos callados, mirando la tumba de Edison Landeros, sujetando sonrisas y comentarios mas tontos en el borde de los labios. Pasa, cuando dos personas que no se han visto en años, se reencuentran. Pasa. De hecho podría haber sido peor. Un planeador cruzó sobre el cementerio y sus vastas alas reflejaron el sol como el destello de un improvisado flash fotográfico.
-¿Y ya se sabe a ciencia cierta de qué fallecio?-, le pregunto.
-Se confirmó lo del ataque cardiaco si a eso te refieres.
-¿Cómo estuvo el funeral?
-Al final no vine. Pero según Clemente fue tranquilo, más familiar que otra cosa, sin mucha gente salvo los mas cercanos a Alsino…
-Alsino…
-Perdon, Edison. Clemente vino con Matus y se encontraron con Manuel Jiménez, la Laura Malon y el gringo Geissbüller, ¿te acuerdas de ellos?
-Perfecto. Era divertido el gringo, hubiera jurado que estaba en Puerto Varas o mas al sur.
-No. Vive y trabaja en Santiago, fue uno de los primeros que confirmó la reunión a Clemente.
-¿Quién irá a ir?
-Difícil saberlo, aunque seguros esta Clemente, bueno, eso es como obvio-, se acomodó el cabello. –Tu, yo, el padre Matus y Geissbüller, quizás.
-Quizás…
-No me vas a presentar, papá.
Ni siquiera me di cuenta cuando Julieta se nos había acercado. Momentos antes la vi hablando por teléfono y ahora estaba a mi lado, junto a la mujer más odiada por siu madre, pidiéndome que la presentara. La ceremonia fue corta, hija ella es Igriega, una vieja amiga. Igriega te presento a mi hija, Julieta.
-La gran Julieta-, agregó Igriega. –La última vez que te vi tenías días. Horas quizás.
Mi hija torció una sonrisa idéntica a la de su madre.
-¿Con quién hablabas?-, le pregunté.
-Por Dios, Pancho-, interrumpió Igriega, buscando una acercamiento rápido. –No me digas que eres un padre insoportable… no lo hubiera creído de ti.
Es una vieja ridícula, pensé primero. No te resultó, pensé después, al escuchar la respuesta de mi hija.
-Con amiga Katia, la que su mamá no dejó venir.
-Tienes que dar gracias que la tuya lo hizo.
-Sólo porque viniste tu, pero no le gusta la idea.
-Tu papá me contó que vienes a un casting-, cortó Igriega.
-Mi papá no sabe nada, el casting lo pase en Temuco. Vine porque me seleccionaron. Quieren hablar conmigo y hacerme una sesión de fotos acá.
-¿Con quienes?-, Igriega estaba en ventaja, conocía del tema, más que yo. Más que Miramda incluso.
-Es en Elite-Ford.
-Y quién te llamó? Los conozco a casi todos.
Saqué la cajetilla de Salim que compre en el bar del hotel y le ofrecí uno a mi amiga. Me hizo un gesto negativo y largo, como informándome que ya no fumaba. Tomé un cigarro, lo metí a mi boca, cogí mi encendedor de turno y lo encendí. Mi hija tenía su celular agarrado firme mientras con el pulgar buscaba algo en sus archivos.
-Te digo altiro-, le indicó a Igriega.
-Apágalo-, me indicó Igriega-, no dejan fumar en los cementerios.
-¿Desde cuando?
-Desde que nadie fuma.
-Yo no soy nadie.
-Hablas igual que hace veinte años…
-Sebastián Abramovicz-, soltó mi hija.
-Perfecto, es un amor. Demasiado simpático, finísimo y muy guapo…
-Gay-, cortó Julieta.
-Obvio, como todos los lindos…
Mi hija levantó la mirada, pensé que se sentía (y se veía) muy cómoda con Igriega.
-… Tiene un ojo maravilloso, fotografía como pocos. Trabajo en Londres y Nueva York, ha hecho trabajos para Calvin Klein. ¿Has visto esas gigantografías que ponen en los buses y proyectan en algunos edificios, esas donde sale Mina Petrezcova como en diez mil poses…
-Si
-Las tomó el Seba. Estás en las mejores manos, Julieta. Mándale saludos, dile que vas recomendada por mi. O si te tinca, lo puedo llamar. ¿Cuándo tienes tu reunión?
-Mañana a las once, pero prefiero que no.
-Como quieras. Igual si… tu papá tiene mi fono.
-Gracias.
-De qué. Te va a ir bien, en serio. Tienes una cara increíble.
Di dos piteadas y vote el cigarrillo, pisoteándolo en el pasto, junto a la tumba de Alsino, para que nadie lo encontrara. Un dirigible publicitario de Kodak sobrevolaba Santiago, hacia el sur, más allá del cementerio. En la ciudad de los vivos.
-Me encantó tu cicatriz-, le dijo Igriega a mi hijo. -¿Qué símbolo es?
-Es raro, le dicen continuidad infinita y representa como se estira el espacio y el tiempo. Algunos lo usan como simbología de teorías de agujeros negros y esas cosas…
-Agujeros de Gusano-, la corregí.
-Es como lo mismo, papá-, me devolvió.
-Esta preciosa. Puedo…-, acercó su mano. Julieta subió la manga de su camiseta hasta más arriba del hombro y acercó la marca en forma de doble espiral al tacto de mi amiga.
-Da como nervios-, exageró Igriega. -¿Te dolió mucho?
-Despues, cuanto me lo hice no sentí nada, porque es con anestesia y te adormecen todo este lado durante todo el proceso. Desde el corte, la quema para cortar la hemorragia hasta la cocida con alambres. Esta adormecido como dos días, pero después… O sea, duele demasiado, tenis analgésicos.
-Pero vale la pena…
-Supongo, me gustó como me quedó.
-Es que te quedó precioso. Además marca tu estilo. Es como muy tuyo, concreta tu personalidad, no sé si me entiendes. ¿Tu que opinas, Pancho?
-No sé, se ve bien, pedro yo no me lo habría hecho. Miranda casi la mató.
-Mi mamá no sabe nada.
-Hay cosas que no cambian, parece-. Se detuvo, torció una sonrisa y luego comenzó a despedirse. –Bueno, tengo que hacer. Fue un gusto verlos, un placer conocerte, Julieta…
-Igualmente.
-Los acerco al centro.
-No-, le contesté-, voy a ver otra gente que tengo en el cementerio, familiares-, mentí. -Nos volvemos en Metro.
-Bueno, ustedes se lo pierden. Chao entonces.
Me besó en la mejilla, besó a Julieta en la suya.
-Te llamo más tarde-, me dijo. –En una de esas te pasó a buscar, tu hotel me queda en el camino. La cosa es temprano, como a las ocho. Tipo seis nos ponemos de acuerdo. ¿Vale?
-Vale
Y la vi marcharse, la vimos marcharse.
-Es regia-, comentó mi hija
-Fue modelo.
-Si sé papá, todo el mundo lo sabe. Es como famosilla si no lo sabes, Igriega es como ídola, además como fue la novia de tu amigo Colin y todo el resto. Es top, mejor en persona que en fotos.
-Simpática.
-La mamá la detesta.
No le contesté. No había para qué, estaba seguro que Julieta conoce la historia completa. En la versión de Miranda, pero completa igual.
-¿A quién más tienes que visitar acá?
-A nadie, quería volver en metro.
-Estas loco, papá. Pero igual, te voy a querer toda la vida porque convenciste a la mamá de que me dejara venir.
-Un trabajo sucio, gorda, ven vamos.
-No me digas gorda. Ella no se llama Igriega, cierto.
-No. Su nombre verdadero es Yazna, pero siempre lo odio. De chica que se lo cambió Igriega.
-Yo también me lo hubiera cambiado-, me respondió mi hija.

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