LO ADULTO Y COMPLICADO DEL MURCIELAGO
Bastante corta y con un par de ideas menos, que creo cambiaron el sentido de algunos párrafos, apareció hoy mi columna quincenal en el Wiken. Además con un título distinto. Pueden leer la publicada en los blog mercuriales y la larga (y original) aquí:
DECISIONES POLITICAS
El éxito de Batman y El Señor de la Querencia no son casuales, ambos personajes despiertan al más profundo de los deseos del hombre: moldear al mundo a su antojo.
Se lo escuché a un profesor de la UC, hoy un reconocido político de derecha. Fue poco después de la victoria de Frei el 94. “¿Saben porque la concertación siempre gana y es probable que siga ganando?”, nos dijo, “porque tienen al cine y a la televisión de su lado. Y lo peor es que ni los muchachos de nuestro lado se dan cuenta”. Y empezó a hablar de La Guerra de las Galaxias, el gran mito popular de nuestro tiempo, un relato donde los buenos, los héroes, eran literalmente: “un grupo de terroristas de izquierda intentando derrocar al nuevo orden del gobierno conservador imperante”. Y aunque lo dijo medio en broma, medio en serio, algo de razón tenía.
Kevin Smith en Clerks, repitió una teoría similar, “los rebeldes destruyen la Estrella de la Muerte cuando aún está en construcción, repleta de obreros inocentes, atacando traicioneramente en una guerra no declarada”. En la secuela de Clerks, el “neojersiano” vuelve al mismo dilema, comparando los eventos del tercio final de El Regreso del Jedi con lo ocurrido el 9/11 con las Torres Gemelas. Y claro, suena rebuscado, pero una de las gracias de la cultura pop es precisamente que a través de ella se pueden explicar prácticamente todos los eventos sociopolíticos de la historia contemporánea. Insisto en algo que apunté en la columna anterior, el éxito de series como Lost, 24 o Batlestar Galactica, cuyo tema común es básicamente el miedo a un enemigo también común, se lee como una extensión del sentir del ciudadano medio norteamericano, que a estas alturas y en términos de mass media, nos guste o no, es sinónimo de público general, al menos en el lado occidental del planeta.
Hace una semana se estrenó Batman: El Caballero de la Noche y como era obvio, la película tiene el mundo a sus pies. Y esto no sólo por las virtudes de la película (que sobran) sino por el rol de Batman como ente cultural. Aunque en sus 70 años de historia como género, el número de superhéroes en revistas, series y películas suma ya varias centenas, lo cierto es que desde lo arquetípico hay solo dos: Superman y Batman. El primero un ser supremo, multicolor, sobrenatural, un mesías venido del espacio; el otro un vengador sombrío que usa sus recursos e inteligencia básicamente para redimir la muerte de sus padres. Y en esta diferencia hay un tremenda decisión política. Elegir entre Superman y Batman es más complejo de lo que aparenta, sólo así se explica lo muy superior en popularidad que es el murciélago frente al kriptoniano.
Existe el común convencimiento de que el gusto por Batman tiene que ver con su naturaleza humana y en el hecho de que no tiene poderes. Vale, es cómodo, pero lo cierto es que el encanto del caballero gótico va por un lado bien distinto y tiene que ver con el modelo conductual que nos gatilla en el inconciente. El señor de la noche no es un héroe, sino un extremista; un vaquero, un tipo enfermo, de ideales fascistoides empeñado en ordenar un mundo caótico, no por deseos de hacer el bien o erradicar el crimen, sino para construir la ciudad que el necesita para poder descansar tranquilo. Al contrario que Superman, Batman no quiere arreglar o mejorar las cosas, sino crear un mundo que se acomode a él.
Es como El Señor de la Querencia, nuestro malo/carismático de moda el 2008, un personaje que despierta antipatía pero que ha logrado seducir gracias a su peculiar idea de qué es lo correcto. Claro, en la metáfora política de la teleserie de TVN este patrón es mostrado finalmente como una fuerza del mal, sin embargo si se analiza bien al personaje, este no es tan distinto del vengador de Gotham City, un sujeto extremo, sicótico y lleno de miedos y trancas que sólo quiere un buen lugar para su gente. En el fondo nada muy distinto a lo que desea cualquier padre de familia. Y esto no tiene nada de fascista, sino simplemente de sentido común: cierre los ojos y piense en la gente que detesta, cierre los ojos y piense en sus deudas, cierre los ojos y piense en el Transantiago. En el fondo todos queremos un poco de Batman, por eso es tan atractivo y por eso también es más peligroso que los malos que persigue. Es el trauma del vengador enmascarado, un juego de niños que no tiene nada de infantil.
DECISIONES POLITICAS
El éxito de Batman y El Señor de la Querencia no son casuales, ambos personajes despiertan al más profundo de los deseos del hombre: moldear al mundo a su antojo.
Se lo escuché a un profesor de la UC, hoy un reconocido político de derecha. Fue poco después de la victoria de Frei el 94. “¿Saben porque la concertación siempre gana y es probable que siga ganando?”, nos dijo, “porque tienen al cine y a la televisión de su lado. Y lo peor es que ni los muchachos de nuestro lado se dan cuenta”. Y empezó a hablar de La Guerra de las Galaxias, el gran mito popular de nuestro tiempo, un relato donde los buenos, los héroes, eran literalmente: “un grupo de terroristas de izquierda intentando derrocar al nuevo orden del gobierno conservador imperante”. Y aunque lo dijo medio en broma, medio en serio, algo de razón tenía.
Kevin Smith en Clerks, repitió una teoría similar, “los rebeldes destruyen la Estrella de la Muerte cuando aún está en construcción, repleta de obreros inocentes, atacando traicioneramente en una guerra no declarada”. En la secuela de Clerks, el “neojersiano” vuelve al mismo dilema, comparando los eventos del tercio final de El Regreso del Jedi con lo ocurrido el 9/11 con las Torres Gemelas. Y claro, suena rebuscado, pero una de las gracias de la cultura pop es precisamente que a través de ella se pueden explicar prácticamente todos los eventos sociopolíticos de la historia contemporánea. Insisto en algo que apunté en la columna anterior, el éxito de series como Lost, 24 o Batlestar Galactica, cuyo tema común es básicamente el miedo a un enemigo también común, se lee como una extensión del sentir del ciudadano medio norteamericano, que a estas alturas y en términos de mass media, nos guste o no, es sinónimo de público general, al menos en el lado occidental del planeta.
Hace una semana se estrenó Batman: El Caballero de la Noche y como era obvio, la película tiene el mundo a sus pies. Y esto no sólo por las virtudes de la película (que sobran) sino por el rol de Batman como ente cultural. Aunque en sus 70 años de historia como género, el número de superhéroes en revistas, series y películas suma ya varias centenas, lo cierto es que desde lo arquetípico hay solo dos: Superman y Batman. El primero un ser supremo, multicolor, sobrenatural, un mesías venido del espacio; el otro un vengador sombrío que usa sus recursos e inteligencia básicamente para redimir la muerte de sus padres. Y en esta diferencia hay un tremenda decisión política. Elegir entre Superman y Batman es más complejo de lo que aparenta, sólo así se explica lo muy superior en popularidad que es el murciélago frente al kriptoniano.
Existe el común convencimiento de que el gusto por Batman tiene que ver con su naturaleza humana y en el hecho de que no tiene poderes. Vale, es cómodo, pero lo cierto es que el encanto del caballero gótico va por un lado bien distinto y tiene que ver con el modelo conductual que nos gatilla en el inconciente. El señor de la noche no es un héroe, sino un extremista; un vaquero, un tipo enfermo, de ideales fascistoides empeñado en ordenar un mundo caótico, no por deseos de hacer el bien o erradicar el crimen, sino para construir la ciudad que el necesita para poder descansar tranquilo. Al contrario que Superman, Batman no quiere arreglar o mejorar las cosas, sino crear un mundo que se acomode a él.
Es como El Señor de la Querencia, nuestro malo/carismático de moda el 2008, un personaje que despierta antipatía pero que ha logrado seducir gracias a su peculiar idea de qué es lo correcto. Claro, en la metáfora política de la teleserie de TVN este patrón es mostrado finalmente como una fuerza del mal, sin embargo si se analiza bien al personaje, este no es tan distinto del vengador de Gotham City, un sujeto extremo, sicótico y lleno de miedos y trancas que sólo quiere un buen lugar para su gente. En el fondo nada muy distinto a lo que desea cualquier padre de familia. Y esto no tiene nada de fascista, sino simplemente de sentido común: cierre los ojos y piense en la gente que detesta, cierre los ojos y piense en sus deudas, cierre los ojos y piense en el Transantiago. En el fondo todos queremos un poco de Batman, por eso es tan atractivo y por eso también es más peligroso que los malos que persigue. Es el trauma del vengador enmascarado, un juego de niños que no tiene nada de infantil.
Etiquetas: Artículos propios, Cine, Comics, Fuera de Foco
3 Comentarios:
Totalmente de acuerdo. Y para comprobarlo basta revisar el Batman de "Kingdom Come" o el DKR de Miller. Notable columna.
Excelente articulo. Da mucho para pensar.
Me dejaste pensando con la columna. De hecho no se me había ocurrido ese punto de vista.
Saludos
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