LOVECRAFT SEGUN MIKE WILSON
Robado de su blog
LA SOCIEDAD DUNWICH
Cuando llegué a casa, encontré un telegrama debajo de la puerta. Contemplé la anacronía del artefacto. Sobre un papel pesado, palpable, en letra de teletipo había cuatro líneas.
Sociedad Dunwich.
Jueves, 8 de octubre, medianoche.
El Faro Extraviado.
Incinere esta invitación.
Me preparé un café y subí a mi dormitorio. Volví a leer el mensaje. No tenía remitente ni especificaba quién lo había enviado. Me fijé en la fecha. Mañana era el 8. Prendí la tele. Estaban dando Hellboy. Ya la había visto varias veces, pero la dejé puesta. Encendí mi notebook y revisé mi correo. Nada. Recorrí los sitios habituales antes de meterme a Google a buscar “sociedad dunwich”. No encontré nada específico aparte de la mención de una ciudad medieval y un cuento de Lovecraft. Sin darme por vencido, busqué “faro extraviado”. Inicialmente fue desalentador, no hallaba nada concreto. Ya había anochecido cuando dí con un foro sobre ciencias ocultas en la vena de Cornelio Agrippa y Aleister Crowley. Un forero chileno, anónimo, había dejado un mensaje en el que hacía referencia a un faro abandonado, que era un misterio, que no se encontraba en la costa, sino en la cordillera, que alguien lo había construido en una pendiente... que decían por ahí que se llamaba El Faro Extraviado. La única pista sobre la ubicación de la torre se encontraba en la descripción de un río curiosamente llamado Ogth; un caudal en el Cajón del Maipo que había sucumbido a la sequía.
Era tarde. Fui al baño. Le prendí fuego al telegrama y tiré la cadena. Apagué todo y me dormí.
No amanecí. Dormí el resto de la noche y pasé el día de largo. No soñé nada. Cuando desperté el sol se estaba poniendo. Me quedé sentado en la cama. Mirando la pared. La noche se precipitó. Mientras aguardaba, la ciudad comenzó a temblar. Mi cama se corrió unos centímetros. Me quedé inmóvil. Las tablas del piso no dejaban de crujir. Las ventanas se empañaron y las sombras se ennegrecieron. Hacía frío... respiraba con dificultad. De pronto, en la densidad del momento, me llegó un instante de lucidez, me vestí y escapé de mi casa.
La ruta hacia el Cajón fue extraña. Santiago estaba silenciosa, lenta... la gente parecía transitar en un estupor, como si una neblina venenosa y espesa los hubiese aturdido. Me acordé de las nieblas mutantes del cine, siempre eran verdes, salían de algún pantano... tenían voluntad propia. Al alejarme de la ciudad, el camino se puso angosto y oscuro, serpenteaba entre árboles negros, las nubes ocultaban los astros. Seguí por casi una hora hasta dar con una señalización hechiza que marcaba el camino hacia el río Ogth. Era un camino de tierra, mi avance era lento, las luces de mi auto comenzaron a fallar. Parpadeaban en la noche. Me detuve en una curva para revisar las lámparas. No había caso, por mucho que las ajustara, no paraban de destellar. Escaneé el entorno como si fuera a encontrar ayuda entre las montañas. Fue en ese momento que lejos, entre la niebla, pude divisar una luz débil y desdibujada que pulsaba en la noche. Era el faro...
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