COSAS DE BOND
Versión ligeramente distinta de la publicada el viernes en Wiken. Acá el blog Emol, donde también pueden leerla. Y o hacerme pico como el lector Cristian Vega, qunque no entendi mucho sus críticas, a veces soy menso.
CON LICENCIA PARA MATAR
Mi primer recuerdo de Bond. 1983. Mi padre y yo, un domingo, 21:30, pegados en canal 7 que estrenaba De Rusia con Amor. Fue la primera película del agente 007 emitida en televisión abierta, de eso me consta, lo he verificado con expertos. Curioso eso, en Chile hay más incondicionales de Bond que de La Guerra de las Galaxias. Claro, como lo del agente secreto del MI6 juega en la cancha de lo elegante y lo británico, la exposición es –menos mal- bastante más baja que la de los Jedis y sus clones. Estoy seguro que un Bondfan jamás iría a un matinal a exponer su vida privada. Mi último link con Bond, hace sólo un par de semanas. Uno de mis mejores amigos (que debe ser la persona que más sabe del personaje de Ian Fleming, que conozco) me llamó tras enterarse que la nueva película de su héroe personal iba a rodar un par de escenas en Chile, en el norte, alrededor de Antofagasta para ser más precisos.
Y claro, tenía que ser, el cuento original de Ian Fleming, en el cual se basa el filme número 22 de la eterna saga, propiedad de la familia Brocoli, Quantum of Solace, intraducible juego de palabras que en nuestro idioma quedó reducido al cómodo 007: Quantum, transcurre su primera mitad en un anónimo país altiplánico que no es difícil reconocer como Bolivia. Pero como las probabilidades de rodar en la nación andina eran iguales a cero, Chile resultó el candidato perfecto para tomar el lugar “fílmico” de Bolivia (o de un ficticio país sudamericano, como es probable que aparezca en la película). Freak, pero no es el primer caméo de Chile en una película de la serie, cosa de recordar la secuencia precréditos de El Mañana nunca Muere en la que el agente, entonces encarnado por Pierce Brosnan, detenía a una red de traficantes de armas en cuya oferta aparecían bombas de racimo de fabricación chilena (sic). Todo un honor, pero sin comparación a convertir parte de nuestro territorio en escenario de la franquicia más grande y popular de la historia de cine, porque convengamos –y le guste a quien le guste- que 007 es y será fílmica y culturalmente más grande que cualquier Harry Potter, Indiana Jones, Darth Vader y Sr.Spock que nos pongan por delante. No es rara la expectación que se ha producido en Antofagasta ante la llegada de Daniel Craig y compañía. Tampoco que el intendente y el alcalde de la zona quieran ser parte del hito. O sea, son hombres. Y Bond, por muy “mino” que sea Craig, es cosa de hombres.
Así como todos alguna vez hemos querido ser estrella de rock o futbolista de elite, todos también hemos deseado formar parte del universo Bond. Es cosa de sumar: la pinta, los autos, la ropa, el estilo, las chicas (Ursula, Famke, Diana, Carol, Eva…), con perdón pero yo prefiero mil veces un smoking y una Walter P-38 con silenciador a poderes mentales y sables láser. O a un incómodo disfraz de murciélago.
Que venga Bond a Chile es igual a que venga un pedazo del último reducto de universo masculino que queda en el mundo. Lo que 007 nos pone encima es un mundo sin términos medios, donde las mujeres son imposiblemente guapas, los autos veloces, nadie es gordo, los buenos son valientes, los malos cobardes y no existen ni los apuros de plata, ni las enfermedades, ni siquiera los niños como ataduras. El mundo de Bond es una cueva de fantasía copada de testosterona en la que cualquier hijo de vecino puede evadirse para lograr lo que quiera. Soñar a ser Bond es soñar a ser un hombre sin límites, donde la chica deseada está al alcance de una mirada y la chaqueta siempre calza perfecta. No es casual que mi primer recuerdo de Bond tenga que ver con mi padre. Hay complicidad paternal en ello. Al contrario que otras películas escapistas, con los filmes de 007 hay un trato, una de esas cosas de hombres que uno disfruta con su viejo. Cuando era chico y ví De Rusia con Amor con el mío, él me presentó un mundo que era suyo y del que quería hacerme parte. Cuando un par de años antes me llevó a ver La Guerra de las Galaxias lo hizo por obligación, no por placer. Y allí hay una gran diferencia.
CON LICENCIA PARA MATAR
Mi primer recuerdo de Bond. 1983. Mi padre y yo, un domingo, 21:30, pegados en canal 7 que estrenaba De Rusia con Amor. Fue la primera película del agente 007 emitida en televisión abierta, de eso me consta, lo he verificado con expertos. Curioso eso, en Chile hay más incondicionales de Bond que de La Guerra de las Galaxias. Claro, como lo del agente secreto del MI6 juega en la cancha de lo elegante y lo británico, la exposición es –menos mal- bastante más baja que la de los Jedis y sus clones. Estoy seguro que un Bondfan jamás iría a un matinal a exponer su vida privada. Mi último link con Bond, hace sólo un par de semanas. Uno de mis mejores amigos (que debe ser la persona que más sabe del personaje de Ian Fleming, que conozco) me llamó tras enterarse que la nueva película de su héroe personal iba a rodar un par de escenas en Chile, en el norte, alrededor de Antofagasta para ser más precisos.
Y claro, tenía que ser, el cuento original de Ian Fleming, en el cual se basa el filme número 22 de la eterna saga, propiedad de la familia Brocoli, Quantum of Solace, intraducible juego de palabras que en nuestro idioma quedó reducido al cómodo 007: Quantum, transcurre su primera mitad en un anónimo país altiplánico que no es difícil reconocer como Bolivia. Pero como las probabilidades de rodar en la nación andina eran iguales a cero, Chile resultó el candidato perfecto para tomar el lugar “fílmico” de Bolivia (o de un ficticio país sudamericano, como es probable que aparezca en la película). Freak, pero no es el primer caméo de Chile en una película de la serie, cosa de recordar la secuencia precréditos de El Mañana nunca Muere en la que el agente, entonces encarnado por Pierce Brosnan, detenía a una red de traficantes de armas en cuya oferta aparecían bombas de racimo de fabricación chilena (sic). Todo un honor, pero sin comparación a convertir parte de nuestro territorio en escenario de la franquicia más grande y popular de la historia de cine, porque convengamos –y le guste a quien le guste- que 007 es y será fílmica y culturalmente más grande que cualquier Harry Potter, Indiana Jones, Darth Vader y Sr.Spock que nos pongan por delante. No es rara la expectación que se ha producido en Antofagasta ante la llegada de Daniel Craig y compañía. Tampoco que el intendente y el alcalde de la zona quieran ser parte del hito. O sea, son hombres. Y Bond, por muy “mino” que sea Craig, es cosa de hombres.
Así como todos alguna vez hemos querido ser estrella de rock o futbolista de elite, todos también hemos deseado formar parte del universo Bond. Es cosa de sumar: la pinta, los autos, la ropa, el estilo, las chicas (Ursula, Famke, Diana, Carol, Eva…), con perdón pero yo prefiero mil veces un smoking y una Walter P-38 con silenciador a poderes mentales y sables láser. O a un incómodo disfraz de murciélago.
Que venga Bond a Chile es igual a que venga un pedazo del último reducto de universo masculino que queda en el mundo. Lo que 007 nos pone encima es un mundo sin términos medios, donde las mujeres son imposiblemente guapas, los autos veloces, nadie es gordo, los buenos son valientes, los malos cobardes y no existen ni los apuros de plata, ni las enfermedades, ni siquiera los niños como ataduras. El mundo de Bond es una cueva de fantasía copada de testosterona en la que cualquier hijo de vecino puede evadirse para lograr lo que quiera. Soñar a ser Bond es soñar a ser un hombre sin límites, donde la chica deseada está al alcance de una mirada y la chaqueta siempre calza perfecta. No es casual que mi primer recuerdo de Bond tenga que ver con mi padre. Hay complicidad paternal en ello. Al contrario que otras películas escapistas, con los filmes de 007 hay un trato, una de esas cosas de hombres que uno disfruta con su viejo. Cuando era chico y ví De Rusia con Amor con el mío, él me presentó un mundo que era suyo y del que quería hacerme parte. Cuando un par de años antes me llevó a ver La Guerra de las Galaxias lo hizo por obligación, no por placer. Y allí hay una gran diferencia.
Etiquetas: Artículos propios, Cine, Fuera de Foco, Héroes
3 Comentarios:
"con perdón pero yo prefiero mil veces un smoking y una Walter P-38 con silenciador a poderes mentales y sables láser. O a un incómodo disfraz de murciélago."
Indeed... :)
Ortega me gustó mucho tu columna, basicamente por motivos sentimentales.
Yo soy harto más viejo que tú. No obstante compartimos un momento Bond similar: Decada de los sesenta. Yo, sin saber leer aún, estoy en los hombros de mi padrastro al fondo de la sala viendo, maravillado, "El Satanico Dr. No" en el, en ese momento, repleto y ahora desaparecido Cine Navia, frente a la Plaza Garín, en la calle Samuel Izquierdo, comuna de Quinta Normal.
Es la primera película en cine que tengo recuerdos... bueno, no teníamos tele, así que es la primera película a secas de que tengo recuerdos.
Actualmente, mi hijo de 11 años afirma que la mejor película de Bond es "Al servicio de su majestad".
tu hijo de 11 años es un titan después de esa afirmación. saludos
Uh, es curioso como toca la fibra este post, a mi me pasaba lo mismo con mi padre, cuando me llevaba al Cinerama para el festival de James Bond (que tiempos aquellos).
Aunque le perdi un poco la pista despues que apareciese Timoty Dalton (estoy n o correcto?) igual me inspira melancolia ese mundo, quizas mas simple que el actual de los agentes secretos.
Gracias por el post.
Recordar es vivir.
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