A REAL AMERICAN HERO
Versión ligeramente extendida y distinta de la publicada hoy en el Wiken. Como siempre están invitados a comentar en los blogs mercuriales, así sumo puntos.
EL GRAN HÉROE AMERICANO
No es chiste, Rambo se llama Rambo por Rimbaud. Al novelista David Morrell, le gustaba como sonaba el nombre del escritor francés, así que lo usó para bautizar a su personaje más famoso. El mismo que de la mano (cabeza, piernas, músculos y voz) de Stallone terminó convertido en emblema del cine comercial de hace veinte años. Claro, porque mientras Morrell lo mató hacia el final de su libro (Acorralado, novela harto mejor que los prejuicios que arrastra); el actor y productor, también conocido como Rocky, se encargó de estirarlo por otros cuatro filmes, el último de los cuales lo trajo de vuelta tras una obligada jubilación de dos décadas.
33 enemigos de la democracia mató John Rambo en 1988, en su tercera aventura. La cifra de su retorno se eleva a 83 malos, el primero de lo cuales pasa a mejor vida a los 3 minutos de iniciada la película: la muerte fílmica más precoz de la historia. Si antes Rambo se esforzó en respetar el canon de la media hora, a los 60 años no le pidamos paciencia. Mal que mal, en su primera aventura, nos dejó claro que “la guerra era su hogar”.
Mientras nuestros padres y abuelos crecieron con Errol Flynn, Johnny Weissmüller, Sean Connery e incluso John Wayne (que algo de galán tenía, cosa de revisar Piloto de Jet), quienes hoy caminamos por los treinta nos educamos con otra clase de campeones. Tipos hipertrofiados, algo subnormales, con cero vida sexual, feos como un dinosaurio terópodo, formados en Vietnam, persignados por Reagan y armados hasta lo ilógico con fusiles M16, misiles contracarro TOW, helicópteros artillados AH-1, lanzagranadas portátiles y calugas de TNT al por mayor.
“4 mil disparos por minuto y sin dolor”, se jactaba uno de los compañeros de Arnold en Depredador, mientras acariciaba una “gatling” rotatoria de 6 tubos y 20 milímetros, idéntica a la que llevaba montada en la torreta frontal el helicóptero Relámpago Azul. Trivia milica, tal vez en los ochenta la música fue de plástico, pero el resto de la cultura popular estuvo blindada hasta los dientes, disparando contra cualquier cosa que tuviera bandera roja. ¿Frases para el bronce? Dos para empezar: “Te haré talco”, “soy tu peor pesadilla”. La primera, Arnold en Comando, la otra Stallone en Rambo II. En 1987 todos queríamos ser Rambo. O al menos Stringfellow Hawke. ¿Si alguien se acuerda de este último, es que hablamos el mismo idioma?
Pero cayó el muro y la marea cambió. Carolco y Canon, las dos factorías de american heroes por excelencia cerraron sus puertas. Chuck se convirtió en una parodia de si mismo, Dolph desapareció en el limbo y Arnold terminó gobernando California, mientras Stallone, el T-Rex de su generación, esperó tranquilo a que el mundo volviera a llamarlo. Un dinosaurio que sobrevivió a la extinción, movido por la obsesión de conquistar el siglo XXI. Méritos nunca le faltaron. El italiano no sólo fue el mejor actor del lote, también el más inteligente. Siempre se supo un símbolo, una figura de acción con vida propia. Y en este baile, lo de John Rambo, cuarta parte de su segunda franquicia más exitosa, supera la anécdota y se convierte en una abierta declaración de principios. Y de oportunismo. Rambo está de vuelta cuando más lo necesitamos: cuando en el mundo real los nuevos malos son guerrillas desorganizadas y en la ficción ya nadie le cree a los superhéroes. Pero también cuando otros íconos de la década blindada cogen su merecida tajada de la torta (Transformers y G.I.Joe en el cine, El Auto Fantástico y Lobo del Aire en la tele).
La primera vez fue por él, la segunda por su patria, la tercera por su amigo. Y ahora, cuando Rambo está más solo que Han Solo, lo hace por su conciencia. Eso al menos dice el tagline, bendecido por el propio David Morrell. La mejor después de la primera, dijo el novelista. Y debe ser, en el total de muertos (suma de buenos y malos) esta es la mejor “película” de la historia: 236 cadáveres en menos de dos horas de metraje, algo que sólo hace el buen John, nuestro último héroe americano.
33 enemigos de la democracia mató John Rambo en 1988, en su tercera aventura. La cifra de su retorno se eleva a 83 malos, el primero de lo cuales pasa a mejor vida a los 3 minutos de iniciada la película: la muerte fílmica más precoz de la historia. Si antes Rambo se esforzó en respetar el canon de la media hora, a los 60 años no le pidamos paciencia. Mal que mal, en su primera aventura, nos dejó claro que “la guerra era su hogar”.
Mientras nuestros padres y abuelos crecieron con Errol Flynn, Johnny Weissmüller, Sean Connery e incluso John Wayne (que algo de galán tenía, cosa de revisar Piloto de Jet), quienes hoy caminamos por los treinta nos educamos con otra clase de campeones. Tipos hipertrofiados, algo subnormales, con cero vida sexual, feos como un dinosaurio terópodo, formados en Vietnam, persignados por Reagan y armados hasta lo ilógico con fusiles M16, misiles contracarro TOW, helicópteros artillados AH-1, lanzagranadas portátiles y calugas de TNT al por mayor.
“4 mil disparos por minuto y sin dolor”, se jactaba uno de los compañeros de Arnold en Depredador, mientras acariciaba una “gatling” rotatoria de 6 tubos y 20 milímetros, idéntica a la que llevaba montada en la torreta frontal el helicóptero Relámpago Azul. Trivia milica, tal vez en los ochenta la música fue de plástico, pero el resto de la cultura popular estuvo blindada hasta los dientes, disparando contra cualquier cosa que tuviera bandera roja. ¿Frases para el bronce? Dos para empezar: “Te haré talco”, “soy tu peor pesadilla”. La primera, Arnold en Comando, la otra Stallone en Rambo II. En 1987 todos queríamos ser Rambo. O al menos Stringfellow Hawke. ¿Si alguien se acuerda de este último, es que hablamos el mismo idioma?
Pero cayó el muro y la marea cambió. Carolco y Canon, las dos factorías de american heroes por excelencia cerraron sus puertas. Chuck se convirtió en una parodia de si mismo, Dolph desapareció en el limbo y Arnold terminó gobernando California, mientras Stallone, el T-Rex de su generación, esperó tranquilo a que el mundo volviera a llamarlo. Un dinosaurio que sobrevivió a la extinción, movido por la obsesión de conquistar el siglo XXI. Méritos nunca le faltaron. El italiano no sólo fue el mejor actor del lote, también el más inteligente. Siempre se supo un símbolo, una figura de acción con vida propia. Y en este baile, lo de John Rambo, cuarta parte de su segunda franquicia más exitosa, supera la anécdota y se convierte en una abierta declaración de principios. Y de oportunismo. Rambo está de vuelta cuando más lo necesitamos: cuando en el mundo real los nuevos malos son guerrillas desorganizadas y en la ficción ya nadie le cree a los superhéroes. Pero también cuando otros íconos de la década blindada cogen su merecida tajada de la torta (Transformers y G.I.Joe en el cine, El Auto Fantástico y Lobo del Aire en la tele).
La primera vez fue por él, la segunda por su patria, la tercera por su amigo. Y ahora, cuando Rambo está más solo que Han Solo, lo hace por su conciencia. Eso al menos dice el tagline, bendecido por el propio David Morrell. La mejor después de la primera, dijo el novelista. Y debe ser, en el total de muertos (suma de buenos y malos) esta es la mejor “película” de la historia: 236 cadáveres en menos de dos horas de metraje, algo que sólo hace el buen John, nuestro último héroe americano.
Etiquetas: Artículos propios, Cine, Fuera de Foco, Héroes
1 Comentarios:
Quizá sea The Last Action Heroe, ya no veo muchas franquicias por delante para estos tipos que gustan del sudor frío, la metralla sin el menor pudor, estar en desventaja de 300 a 1, sodomizar hasta con un tapón de corcho y poner cara de orate.
Ya nos se fueron (de la pantalla grande, que quede claro) Seagal, Gobernator et al; sólo Willis y Stallone tuvieron un breve regreso de sus viejas glorias, pero en este mundo moderno, ya no hay lugar para lo viejos (y feos hombres de acción).
Descansen en paz :)
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