LA HERMANDAD DEL VIENTO... AHORA
Ya está en librerías la segunda parte de la trilogía épica Leyendas de Kalomaar del gran Alberto Rojas, como alguien dijo por ahi, "El señor de los anillos chileno". Y en verdad, en Rojas hay talento de sobra para la comparación. Aquí un adelanto copypasteado de su propio blog.
I
La sombra del destructor
La sombra del destructor
Todo permanecía en silencio, hasta que sobrevino el caos. Al unísono, las tres enormes
puertas del templo de Trepal estallaron convertidas en una tormenta de fuego, madera y metal, asustando a todos los animales de la isla. La mayoría de los Monjes Púrpura cayeron al suelo, en medio del humo y los fragmentos incandescentes. Estaban perdidos.
Durante tres días, el templo más sagrado de la Orden había resistido un incesante ataque con flechas incendiarias, proyectiles lanzados desde catapultas y arietes que intentaban una y otra vez derribar alguna de sus tres centenarias puertas. Y finalmente sus misteriosos atacantes
lo habían conseguido.
Sólo cuando el humo se comenzó a dispersar, los monjes apreciaron en su real magnitud el daño causado por las explosiones. De las tres entradas, dos tenían sus puertas completamente
destruidas y aunque la tercera –la más resistente– no se había derrumbado, sí tenía un enorme forado circular justo al medio. Y de pie, mirándolos fijamente, había al menos unos treinta hombres en cada acceso del templo.
La mayoría llevaba ballestas o espadas de múltiples largos y diseños; otros además portaban escudos de distintas formas geométricas. Casi todos usaban el cabello muy largo, amarrado con pañuelos o aros de metal. Sus ropas eran tan diferentes entre sí como la cantidad de colores en cada una de ellas. Varios también lucían grandes tatuajes en sus brazos y algunos que no llevaban camisa, mostraban orgullosos sus grabados en el pecho y la espalda.
No había ninguna duda, eran piratas.
–¿Quién está a cargo? –dijo una voz grave y gastada.
Pero no hubo respuesta.
Entonces, de entre los hombres apostados ante los restos de la puerta oeste del templo, una figura alta y delgada avanzó hacia los desconcertados monjes. Su cabello era largo y blanco. Vestía completamente de negro, incluyendo guantes y botas del mismo color. Y alrededor de su cuello colgaba un collar hecho con una docena de afilados dientes de turgón, un temible depredador que habitaba las aguas del lejano Mar de Hielo Sur.
La atemorizante figura empuñaba en su mano derecha una espada fabricada con alguna clase de metal rojizo, ya que lanzaba intensos destellos cobrizos bajo la luz del sol. Extrañamente, casi nadie reparó en que a su ancha hoja le faltaba un trozo, de casi un tercio del largo.
puertas del templo de Trepal estallaron convertidas en una tormenta de fuego, madera y metal, asustando a todos los animales de la isla. La mayoría de los Monjes Púrpura cayeron al suelo, en medio del humo y los fragmentos incandescentes. Estaban perdidos.
Durante tres días, el templo más sagrado de la Orden había resistido un incesante ataque con flechas incendiarias, proyectiles lanzados desde catapultas y arietes que intentaban una y otra vez derribar alguna de sus tres centenarias puertas. Y finalmente sus misteriosos atacantes
lo habían conseguido.
Sólo cuando el humo se comenzó a dispersar, los monjes apreciaron en su real magnitud el daño causado por las explosiones. De las tres entradas, dos tenían sus puertas completamente
destruidas y aunque la tercera –la más resistente– no se había derrumbado, sí tenía un enorme forado circular justo al medio. Y de pie, mirándolos fijamente, había al menos unos treinta hombres en cada acceso del templo.
La mayoría llevaba ballestas o espadas de múltiples largos y diseños; otros además portaban escudos de distintas formas geométricas. Casi todos usaban el cabello muy largo, amarrado con pañuelos o aros de metal. Sus ropas eran tan diferentes entre sí como la cantidad de colores en cada una de ellas. Varios también lucían grandes tatuajes en sus brazos y algunos que no llevaban camisa, mostraban orgullosos sus grabados en el pecho y la espalda.
No había ninguna duda, eran piratas.
–¿Quién está a cargo? –dijo una voz grave y gastada.
Pero no hubo respuesta.
Entonces, de entre los hombres apostados ante los restos de la puerta oeste del templo, una figura alta y delgada avanzó hacia los desconcertados monjes. Su cabello era largo y blanco. Vestía completamente de negro, incluyendo guantes y botas del mismo color. Y alrededor de su cuello colgaba un collar hecho con una docena de afilados dientes de turgón, un temible depredador que habitaba las aguas del lejano Mar de Hielo Sur.
La atemorizante figura empuñaba en su mano derecha una espada fabricada con alguna clase de metal rojizo, ya que lanzaba intensos destellos cobrizos bajo la luz del sol. Extrañamente, casi nadie reparó en que a su ancha hoja le faltaba un trozo, de casi un tercio del largo.
2 Comentarios:
Uh... ¿es una novela o un cómic?
Descubriendo al profesor. Buenísimo.
Saludos, bien el otro día en la UFT, experto en un minuto.
Abrazos
Publicar un comentario
<< Página Principal