EN EL NUMERO KAIFMAN
LA MAQUINA SE APRECIABA oxidada, abandonada por el tiempo y los hombres, pero aún conservaba ese aspecto amenazante, entre anacrónico y futurista. Como si quienes la diseñaron y fabricaron hubiesen imaginado que así sería la forma del futuro. O del porvenir, que en las restas termina siempre siendo mejor palabra. No era la única. Pocos metros atrás, en un enorme hangar improvisado bajo una de las ciclópeas edificaciones, se protegían otra docena de artilugios similares. Todos tan abandonadas y perdidos como el del primer plano.
-Arado E-555- dijo Leopoldo, acercándose a la primera de las alas volantes. Descomunales bombarderos en forma de manta raya, con grandes propulsores de cohetes adosados al lomo. -¿Sabía que los alemanes los construyeron para llevar armas atómicas a América? La idea tras estas naves era arrasar la costa este de Estados Unidos. Y lo habrían logrado, si las prioridades no hubiesen cambiado en 1944. Al final las usaron con otros propósitos. Para llevar hombres fuera de órbita terrestre y traer a los supervivientes del III Reich a este mundo subterráneo. ¿Sabe lo que creí cuando ví una de estas por primera vez, remontándose por acá cerca en 1948?
-No- contestó Paul, abrigándose con el grueso traje que llevaba encima.
-Que había visto el futuro.
Paul sonrió.
-Cuando era joven- prosiguió Domke, acariciando al avión como si se tratara de una mascota, la mayor mascota del mundo, -y estaba en la academia de aviación. Así se llamaba entonces la escuela de la Fach- explicó.
-Lo sé.
-Se me olvida su fascinación por los aviones. Samuel…
-Ya me lo dijo, Samuel se lo contó.
-Discúlpeme, soy bueno para reiterar las cosas. En fin, como le decía, cuando era joven y recién empezaba a volar, estaba obsesionado con la forma de los aviones del futuro. Mi hermano vivía en Estados Unidos, en Newark, Nueva Jersey. Estaba casado con la hija del dueño de una ferretería y se hacía cargo de la tienda. Él solía enviarme cajas con revistas sobre naves del futuro. Popular Mechanic, Popular Science, Astonish Stories, que se yo. En todas ellas cada vez que se mencionaba -o se ilustraba- un avión del porvenir, este era una gigantesca ala volante propulsada por cohetes, repleta de carga y cientos de pasajeros, rugiendo sobre la estratósfera como un dinosaurio volador.
-Un pterodáctilo.
-Sigue sorprendiéndome, señor Kaifman. También sabe de animales prehistóricos.
-Mi hijo- se justificó, -cuando era niño era fanático de los dinosaurios. La casa, mi ex casa, sufría de una sobrepoblación de monstruos de juguete y libros acerca de Tiranosaurios y otras especies.
-Veo. ¿Se siente bien?
-Bastante. Me hizo bien dormir.
-La hija de Santos me dijo que la extirpación había sido rápida.
-Aun no confía en ella.
-¿Usted?
Paul no respondió.
-En verdad, señor Kaifman, no sé a qué nos trajo su novia.
Paul pensó en decir algo. Ni siquiera sonrío.
-Mire- continuó Leopoldo, -Este lugar está repleto de agentes de la Familia. Según ella, no quería venir sola, necesitaba de nuestro apoyo. Y vea. Vea a su alrededor. Sarah habló casi de traicionar a la familia y yo lo único que he visto desde que llegamos es que está bastante integrada a su gente. Además…
-¿Además qué?
-Nosotros, señor Kaifman. Nosotros somos extraños en estos parajes. Enemigos para esta gente y hasta ahora nos han tratado casi como invitados. Llevamos casi un día en territorio supuestamente hostil, deberíamos estar en un calabozo o algo así.
-Tal vez simplemente haya que confiar en Sarah.
-No sea ingenuo, señor Kaifman. Por mucho que le guste la hija de Pastor Santos, no confíe en ella.
Paul caminó fuera del hangar y miró hacia lo alto del inmenso domo. En la cúpula ondeaba la bandera nazi, la misma que vio desde la habitación en la cual había despertado hacía un par de horas. Enemigos, pensó.
Leopoldo pateó una piedra y caminó hasta una especie de gran pista que se extendía tras el hangar, usando la vasta meseta sobre la que se elevaba la ciudad como loza de despegue. Paul caminó con él. El helicóptero que los había traído desde Victoria se encontraba allí. No era la única máquina posada en el sitio. Otros tres helicópteros, dos de los cuales eran grandes naves de transporte empequeñecían al Eurocopter. También había un par de aviones, bimotores de transporte ambos, y un jet privado de un modelo imposible identificar. Morro ahusado, como jet de combate, colas gemelas con estabilizadores verticales en forma de “V” y cuatro turbinas en góndolas dobles, elevadas poco más atrás del plano horizontal del ala de media delta. Paul se acercó un poco para identificarlo. Quizás fuera un Gulfstream o un nuevo diseño de Lear.
-No lo intente- le gritó Paul. –Cuando llegué también quise ver que clase de nave era esa maravilla. La toqué incluso, pero no supe nada. Ellos tienen recursos, es cosa de pensar en eso que le metieron en la sangre. Si lo desean pueden encargar aviones a diseño. Y créame, lo han hecho. Mire la forma de esa nave, no me extrañaría que fuera capaz de superar la barrera del sonido. Si se ven a si mismos como defensores de un mundo secreto, necesitan una buena fuerza aérea. Y aunque los leviatanes nazis tuvieron su edad de oro, hoy son fósiles.
Leviatán. Esa era una de las palabras favoritas de Paul de niño. Monstruo bíblico, gigante como una isla, capaz de mover el océano entero con sus movimientos. La fuerza, la voz y la presencia de Jahve.
-Venga- le gritó Leopoldo, desde uno de los bordes de la pista.
Paul se abrigó el cuello, miró el blanco y fantasmal cielo que tenía encima y trotó hacia el viejo. Decir que parecía un niño parado en el borde del país de las maravillas sería mentirse a si mismo. Capacidad de asombro era lo que menos le quedaba. Se preguntó si alguna vez la había tenido. Estaba en mitad de un mundo doblado bajo la superficie de la Tierra, un mundo secreto del cual nadie tenía idea de su existencia y a él parecía darle exactamente lo mismo. Paul Kaifman sentía que su vida entera transitaba en medio de esferas imposibles, esferas fantasmales. Y ésta no era la excepción.
El hielo.
La mirada se perdía hacia una línea inexistente donde los blancos del cielo y el hielo se fundían en un solo telón. Era como mirar a una bóveda infinita, sin perspectivas ni puntos de fijación. Todo blanco, todo helado. Un desierto invertido, poderosamente desolador, funestamente pálido. Solo hielo. Hielo abajo, hielo arriba, hielo a los lados. El mundo secreto era un mundo congelado.
-¿Qué es lo que ve?- le preguntó Domke.
-Hielo.
-No, no hielo. Es el hielo. El hielo primordial. El origen de todo, señor Kaifman. De aquí surgió la vida. Este mundo congelado es el crisol de nuestro mundo.
Blanco horizonte, mausoleo perenne.
-¿Cómo sabe eso Domke?
-Sólo mire. Aprenda a mirar, señor Kaifman.
Al fondo del telón, el blanco parecía explotar en un brillo sobrenatural y deslumbrante. Blanco sobre blanco, hielo sobre hielo.
-¿El sol?- preguntó Paul
-El otro sol, señor Kaifman. El otro sol.
Resplandor sobre resplandor
-Algunos lo llaman Dios.
-¿Y otros?
-Lucero, Lucifer… ya sabe el resto de la historia. La luz que vive en el corazón del mundo, al interior de la Tierra. Esto, señor Kaifman, es el edén y el infierno en una misma dimensión.
-No estaría tan seguro- contestó la voz de una tercera persona, un hombre. Paul y Leopoldo se dieron vuelta hacia él. Cuatro sujetos los miraban. Uno de ellos, quien les hablaba, no era precisamente desconocido.
-Federico Numhäuser- saludó Paul.
-Señor Kaifman- le respondido él. –Y usted supongo que es Leopoldo Domke, lo reconocí por unas fotos. ¿Mirando el paisaje?
-Algo así.
-Sobrecoge, cierto.
-Lo hacía en Santiago, Sarah…- interrumpió Paul.
-Usted entenderá que Sarah no podía contarle la historia completa.
-¿Dónde está ella?
-Esperando.
-Esperando qué.
-El primer ataque- respondió Leopoldo Domke.
-El preludio a la invasión- completó Nümhauser.
-Arado E-555- dijo Leopoldo, acercándose a la primera de las alas volantes. Descomunales bombarderos en forma de manta raya, con grandes propulsores de cohetes adosados al lomo. -¿Sabía que los alemanes los construyeron para llevar armas atómicas a América? La idea tras estas naves era arrasar la costa este de Estados Unidos. Y lo habrían logrado, si las prioridades no hubiesen cambiado en 1944. Al final las usaron con otros propósitos. Para llevar hombres fuera de órbita terrestre y traer a los supervivientes del III Reich a este mundo subterráneo. ¿Sabe lo que creí cuando ví una de estas por primera vez, remontándose por acá cerca en 1948?
-No- contestó Paul, abrigándose con el grueso traje que llevaba encima.
-Que había visto el futuro.
Paul sonrió.
-Cuando era joven- prosiguió Domke, acariciando al avión como si se tratara de una mascota, la mayor mascota del mundo, -y estaba en la academia de aviación. Así se llamaba entonces la escuela de la Fach- explicó.
-Lo sé.
-Se me olvida su fascinación por los aviones. Samuel…
-Ya me lo dijo, Samuel se lo contó.
-Discúlpeme, soy bueno para reiterar las cosas. En fin, como le decía, cuando era joven y recién empezaba a volar, estaba obsesionado con la forma de los aviones del futuro. Mi hermano vivía en Estados Unidos, en Newark, Nueva Jersey. Estaba casado con la hija del dueño de una ferretería y se hacía cargo de la tienda. Él solía enviarme cajas con revistas sobre naves del futuro. Popular Mechanic, Popular Science, Astonish Stories, que se yo. En todas ellas cada vez que se mencionaba -o se ilustraba- un avión del porvenir, este era una gigantesca ala volante propulsada por cohetes, repleta de carga y cientos de pasajeros, rugiendo sobre la estratósfera como un dinosaurio volador.
-Un pterodáctilo.
-Sigue sorprendiéndome, señor Kaifman. También sabe de animales prehistóricos.
-Mi hijo- se justificó, -cuando era niño era fanático de los dinosaurios. La casa, mi ex casa, sufría de una sobrepoblación de monstruos de juguete y libros acerca de Tiranosaurios y otras especies.
-Veo. ¿Se siente bien?
-Bastante. Me hizo bien dormir.
-La hija de Santos me dijo que la extirpación había sido rápida.
-Aun no confía en ella.
-¿Usted?
Paul no respondió.
-En verdad, señor Kaifman, no sé a qué nos trajo su novia.
Paul pensó en decir algo. Ni siquiera sonrío.
-Mire- continuó Leopoldo, -Este lugar está repleto de agentes de la Familia. Según ella, no quería venir sola, necesitaba de nuestro apoyo. Y vea. Vea a su alrededor. Sarah habló casi de traicionar a la familia y yo lo único que he visto desde que llegamos es que está bastante integrada a su gente. Además…
-¿Además qué?
-Nosotros, señor Kaifman. Nosotros somos extraños en estos parajes. Enemigos para esta gente y hasta ahora nos han tratado casi como invitados. Llevamos casi un día en territorio supuestamente hostil, deberíamos estar en un calabozo o algo así.
-Tal vez simplemente haya que confiar en Sarah.
-No sea ingenuo, señor Kaifman. Por mucho que le guste la hija de Pastor Santos, no confíe en ella.
Paul caminó fuera del hangar y miró hacia lo alto del inmenso domo. En la cúpula ondeaba la bandera nazi, la misma que vio desde la habitación en la cual había despertado hacía un par de horas. Enemigos, pensó.
Leopoldo pateó una piedra y caminó hasta una especie de gran pista que se extendía tras el hangar, usando la vasta meseta sobre la que se elevaba la ciudad como loza de despegue. Paul caminó con él. El helicóptero que los había traído desde Victoria se encontraba allí. No era la única máquina posada en el sitio. Otros tres helicópteros, dos de los cuales eran grandes naves de transporte empequeñecían al Eurocopter. También había un par de aviones, bimotores de transporte ambos, y un jet privado de un modelo imposible identificar. Morro ahusado, como jet de combate, colas gemelas con estabilizadores verticales en forma de “V” y cuatro turbinas en góndolas dobles, elevadas poco más atrás del plano horizontal del ala de media delta. Paul se acercó un poco para identificarlo. Quizás fuera un Gulfstream o un nuevo diseño de Lear.
-No lo intente- le gritó Paul. –Cuando llegué también quise ver que clase de nave era esa maravilla. La toqué incluso, pero no supe nada. Ellos tienen recursos, es cosa de pensar en eso que le metieron en la sangre. Si lo desean pueden encargar aviones a diseño. Y créame, lo han hecho. Mire la forma de esa nave, no me extrañaría que fuera capaz de superar la barrera del sonido. Si se ven a si mismos como defensores de un mundo secreto, necesitan una buena fuerza aérea. Y aunque los leviatanes nazis tuvieron su edad de oro, hoy son fósiles.
Leviatán. Esa era una de las palabras favoritas de Paul de niño. Monstruo bíblico, gigante como una isla, capaz de mover el océano entero con sus movimientos. La fuerza, la voz y la presencia de Jahve.
-Venga- le gritó Leopoldo, desde uno de los bordes de la pista.
Paul se abrigó el cuello, miró el blanco y fantasmal cielo que tenía encima y trotó hacia el viejo. Decir que parecía un niño parado en el borde del país de las maravillas sería mentirse a si mismo. Capacidad de asombro era lo que menos le quedaba. Se preguntó si alguna vez la había tenido. Estaba en mitad de un mundo doblado bajo la superficie de la Tierra, un mundo secreto del cual nadie tenía idea de su existencia y a él parecía darle exactamente lo mismo. Paul Kaifman sentía que su vida entera transitaba en medio de esferas imposibles, esferas fantasmales. Y ésta no era la excepción.
El hielo.
La mirada se perdía hacia una línea inexistente donde los blancos del cielo y el hielo se fundían en un solo telón. Era como mirar a una bóveda infinita, sin perspectivas ni puntos de fijación. Todo blanco, todo helado. Un desierto invertido, poderosamente desolador, funestamente pálido. Solo hielo. Hielo abajo, hielo arriba, hielo a los lados. El mundo secreto era un mundo congelado.
-¿Qué es lo que ve?- le preguntó Domke.
-Hielo.
-No, no hielo. Es el hielo. El hielo primordial. El origen de todo, señor Kaifman. De aquí surgió la vida. Este mundo congelado es el crisol de nuestro mundo.
Blanco horizonte, mausoleo perenne.
-¿Cómo sabe eso Domke?
-Sólo mire. Aprenda a mirar, señor Kaifman.
Al fondo del telón, el blanco parecía explotar en un brillo sobrenatural y deslumbrante. Blanco sobre blanco, hielo sobre hielo.
-¿El sol?- preguntó Paul
-El otro sol, señor Kaifman. El otro sol.
Resplandor sobre resplandor
-Algunos lo llaman Dios.
-¿Y otros?
-Lucero, Lucifer… ya sabe el resto de la historia. La luz que vive en el corazón del mundo, al interior de la Tierra. Esto, señor Kaifman, es el edén y el infierno en una misma dimensión.
-No estaría tan seguro- contestó la voz de una tercera persona, un hombre. Paul y Leopoldo se dieron vuelta hacia él. Cuatro sujetos los miraban. Uno de ellos, quien les hablaba, no era precisamente desconocido.
-Federico Numhäuser- saludó Paul.
-Señor Kaifman- le respondido él. –Y usted supongo que es Leopoldo Domke, lo reconocí por unas fotos. ¿Mirando el paisaje?
-Algo así.
-Sobrecoge, cierto.
-Lo hacía en Santiago, Sarah…- interrumpió Paul.
-Usted entenderá que Sarah no podía contarle la historia completa.
-¿Dónde está ella?
-Esperando.
-Esperando qué.
-El primer ataque- respondió Leopoldo Domke.
-El preludio a la invasión- completó Nümhauser.
Etiquetas: Ci-Fi, Mundo raro, Novelas
4 Comentarios:
jaj sincronia, hoy postee algo sobre el lago desaparecido en ucronia. alguna vez leiste el comic "La guerra de los Antares" de oesterheld? si no, creo que te gustaria.
un abrazo
yo creo que el lago nunca existió y quieren justificar un enorme agujero hecho con otros propósitos. Estoy averiguando cuáles serían esos.
Después les cuento.
CMDT PRXY
estamos aguardando commander
SIIII!!!!
Esperamos nuevos comunicados Comandante!!
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