SUNSET BOULEVAR
Como el personaje de Gloria Swanson en Sunset Boulevard, el lector jamás tiene certeza de si la señora Winter, el personaje de de Setterfield, realmente vivió lo que relata a su interlocutora, pero en la complicidad con el autor uno entiende perfectamente la fascinación de la joven Margaret por entrar y creer en este universo particular y sobre todo peculiar. Margaret está como William Holden, en el filme, condenada a contar una historia que no es suya pero ante la cual es imposible verse y sentirse afuera. Historias como las de Sunset Boulevar y la de El Cuento Número Trece no son más que transcripciones a un distinto lenguaje de una idea tan antigua como el mismo arte de relatar, la del cuentista accidental, aquel que es llevado al interior de su relato como encarnación de su propio destino. El treceavo cuento que se esconde al final de la novela de Diane Setterfield no es muy distinto de la ballena blanca de Melville o el monolito que flota entre las lunas de Jupiter al final del 2001. Mal que mal tanto Gloria Swanson como la señora Winter no son más que capitanes Ahab y computadores HAL envueltos en terciopelo.
Por todo lo anterior, y otras largas virtudes, se agradece que un libro como El Cuento Número Trece aparezca entre la siempre atacable fila de la literatura comercial. Es verdad, el libro no es una absoluta obra de arte y uno podría achacarle lo débil que resulta la resolución del misterio, comparado a su entretenida y laberíntica puesta en escena. Pero en el texto de Setterfield hay carne, mucha carne, más de la que quisiera cualquier autor embarcado en la fila de la mal llamada literatura artística. El Cuento Número Trece no sólo es la gran sorpresa editorial del año, con casi un millón y medio de ejemplares vendidos en EE UU e Inglaterra, sino que debe ser la novela más entretenida en lo que va del año y uno de los libros a los cuales hay que ponerle mucha atención, porque es harto más de lo que parece. Setterfield logró construir en códigos modernos un clásico relato de misterio gótico, que funciona como un bello homenaje a una de las tradiciones narrativas más ricas de la prosa anglosajona, la de la revelación de un secreto tras la resolución de acertijos y misterios, algo que Conan Doyle supo llevar a lo sumo con Sherlock Holmes. Si a mediados de los ochenta, el cyperpunk de William Gibson y compañía mutó al Steampunk, también de Gibson y compañía, que buscaba re-contar la ciencia ficción decimonónica de Julio Verne y H.G.Wells en códigos actuales, a través de un pastiche de vapor, poleas y redes computacionales, Setterfield apunta a una idea similar, la del misterio neogótico tal vez, en espera de un nombre más apropiado. Pero definiciones fuera, lo concreto es que El Cuento Número Trece bien debe indicarse como uno de los capítulos más saludables de la literatura de entretención del 2007, una novela que puede ser disfrutada tanto por los amantes del género negro, como por los cientos de adolescentes que quedaran viudos tras el final de Harry Potter.
Etiquetas: Artículos propios, Libros, Novelas
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