WORK IN PROGRESS: UN CUENTO POLITICO
Miré a mis compañeros y les hice un gesto para que recogieran sus cosas y fueran conmigo. La barraca era un bodegón emplazado al fondo del edificio principal. Antes de que el gobierno decidiera usar la isla como cárcel, la marina lo utilizaba para guardar pertrechos y municiones. Desde hacía poco más de un año servía para alojar enemigos de la patria, amontonados en colchonetas humedas.
-Putah –dijo Troncoso –quería ver si lograban comunicarse con el continente. Cura de mierda
-No digai eso, que aquí las paredes tienen oídos –le contesté.
-Eso es lo que me preocupa –añadió Medina –que aquí en verdad las pareces tienen oídos.
-¿Por qué lo dices?
-Vos no sos huevón Carrasco. Te has dado cuenta que esto no tiene nada de normal, que aquí hay gato en encerrado y uno muy grande. O me van a decir que desde que llegamos no han tenido la impresión que nos están vigilando. Por algo mi capitán nos mandó con las armas listas.
Ni Trocoso ni yo le contestamos
Medina abrió la puerta de la barraca con un golpe fuere. Esperamos un rato y luego entre yo con la linterna encendida y apuntando al frente. Trocoso me siguió con su revolver empuñado en la mano derecha. Y no había nada. El lugar estaba tan vacío y tan solitario como el resto de la isla. Le dije a los muchachos que guardaran sus rmas y usaran sus linternas para revisar bien las esquinas y rincones del lugar.
-Hablen fuerte si encuentran algo –les pedí a los muchachos.
Comencé a revisar los catres amontonados en la pared izquierda, usando una vara que encontré tirada para mover los colchones. Solo polvo, suciedad y un olor a humedad que a ratos se hacía insoportable. Pensé en las palabras de Medina, era muy cierto aquello de la sensación de estar siendo vigilados.
-¡Vengan! –gritó desde la otra esquina del bodegón Troncoso, como si hubiese descubierto la piedra filosofal. Sujeté la linterna y partí corriendo hacia el sitio donde él revisaba. Cuando legué Medina ya estaba arrodillado junto a lo que nuestro compañero nos indicaba.
-Mira –me apuntó Troncoso
En el piso, sobre el polvo amontonado, se veían seis marcas paralelas, cada una en dos grupos de a tres. Era como si hubiesen arrastrado algo hacia una de las esquinas. Usé la linterna para seguir las huellas, estas se perdían en el vértice formado por dos de las paredes al unirse.
-Es como si hubiesen movido un mueble –habló Troncoso.
-No fue un mueble –añadió Medina-. Yo soy del campo y este es el rastro dee algo vivo, algo que se arrastro, cada canal son marcas de dedos.
-Arrastrase y a donde
-No lo sé, Carrasco. Por el modo en que se movió el polvo, quien haya hecho esto se movió hacia la junta de las paredes, pero allí no hay ni un hoyo ni nada por donde pueda haberse metido.
-Y que fue, un gato, una persona.
-Es muy grande para ser un gato, mira el tamaño –Medina puso su mano derecha sobre uno de los rastros- Ven –nos dijo –es del porte de la mano de un hombre, quien lo hizo era grande.
-Un hombre o una mujer adulto –añadió Troncoso.
Me arrodillé para revisar bien las huellas. Acerque mis dedos a los rastros y traté de imitarlos.
-Pero huevón –soltó Medina –estás borrando las evidencias.
Note que bajo el polvo, el piso de madera había sido arañado exactamente en la dirección de las huellas.
-No fue una persona –les dije –las personas no tienen garras.
Y nos miramos sin pronunciar palabra.
-¡Muchachos! –nos asultó Sepúlveda, apareciendo en la puerta de la barraca.
Giramos al mismo tiempo apuntándolo con los faros de las linternas. No sé si a Medina y Troncoso les pasó algo similar, pero a mi el corazón estaba a punto de salirse de mi pecho.
-Mi capitán me mandó a buscarlos –habló Sepúlveda –vengan, es importante.
Fui el último en salir. Mi cabeza y mis ojos no podían alejarse de la idea de las garras.
-Putah –dijo Troncoso –quería ver si lograban comunicarse con el continente. Cura de mierda
-No digai eso, que aquí las paredes tienen oídos –le contesté.
-Eso es lo que me preocupa –añadió Medina –que aquí en verdad las pareces tienen oídos.
-¿Por qué lo dices?
-Vos no sos huevón Carrasco. Te has dado cuenta que esto no tiene nada de normal, que aquí hay gato en encerrado y uno muy grande. O me van a decir que desde que llegamos no han tenido la impresión que nos están vigilando. Por algo mi capitán nos mandó con las armas listas.
Ni Trocoso ni yo le contestamos
Medina abrió la puerta de la barraca con un golpe fuere. Esperamos un rato y luego entre yo con la linterna encendida y apuntando al frente. Trocoso me siguió con su revolver empuñado en la mano derecha. Y no había nada. El lugar estaba tan vacío y tan solitario como el resto de la isla. Le dije a los muchachos que guardaran sus rmas y usaran sus linternas para revisar bien las esquinas y rincones del lugar.
-Hablen fuerte si encuentran algo –les pedí a los muchachos.
Comencé a revisar los catres amontonados en la pared izquierda, usando una vara que encontré tirada para mover los colchones. Solo polvo, suciedad y un olor a humedad que a ratos se hacía insoportable. Pensé en las palabras de Medina, era muy cierto aquello de la sensación de estar siendo vigilados.
-¡Vengan! –gritó desde la otra esquina del bodegón Troncoso, como si hubiese descubierto la piedra filosofal. Sujeté la linterna y partí corriendo hacia el sitio donde él revisaba. Cuando legué Medina ya estaba arrodillado junto a lo que nuestro compañero nos indicaba.
-Mira –me apuntó Troncoso
En el piso, sobre el polvo amontonado, se veían seis marcas paralelas, cada una en dos grupos de a tres. Era como si hubiesen arrastrado algo hacia una de las esquinas. Usé la linterna para seguir las huellas, estas se perdían en el vértice formado por dos de las paredes al unirse.
-Es como si hubiesen movido un mueble –habló Troncoso.
-No fue un mueble –añadió Medina-. Yo soy del campo y este es el rastro dee algo vivo, algo que se arrastro, cada canal son marcas de dedos.
-Arrastrase y a donde
-No lo sé, Carrasco. Por el modo en que se movió el polvo, quien haya hecho esto se movió hacia la junta de las paredes, pero allí no hay ni un hoyo ni nada por donde pueda haberse metido.
-Y que fue, un gato, una persona.
-Es muy grande para ser un gato, mira el tamaño –Medina puso su mano derecha sobre uno de los rastros- Ven –nos dijo –es del porte de la mano de un hombre, quien lo hizo era grande.
-Un hombre o una mujer adulto –añadió Troncoso.
Me arrodillé para revisar bien las huellas. Acerque mis dedos a los rastros y traté de imitarlos.
-Pero huevón –soltó Medina –estás borrando las evidencias.
Note que bajo el polvo, el piso de madera había sido arañado exactamente en la dirección de las huellas.
-No fue una persona –les dije –las personas no tienen garras.
Y nos miramos sin pronunciar palabra.
-¡Muchachos! –nos asultó Sepúlveda, apareciendo en la puerta de la barraca.
Giramos al mismo tiempo apuntándolo con los faros de las linternas. No sé si a Medina y Troncoso les pasó algo similar, pero a mi el corazón estaba a punto de salirse de mi pecho.
-Mi capitán me mandó a buscarlos –habló Sepúlveda –vengan, es importante.
Fui el último en salir. Mi cabeza y mis ojos no podían alejarse de la idea de las garras.
Etiquetas: Cuentos, Work in Progress
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