YGRIEGA (Cap.8)
DESPERTE A LAS DIEZ de la mañana con un rayo de sol cortándome el cabello como un dorado y caliente sable de luz. Imagine a Darth Vader parado junto a mi cama, apuntándome con su espada y diciéndome que el Imperio me necesita. Vader me recordó a mi jefe, no es primera vez que sucede. La cabeza me dolía más de sobresueño que de otra cosa, mi madre dice que debería ir al neurólogo, que ella sufría de jaquecas cuando era más joven. Yo no digo nada, sé que no es jaqueca, sé que no tengo que ir al neurólogo y sé que después de la ducha se me va a pasar. Tras mirar las paredes de mi habitación y escuchar el silencio de la casa, tuve la certeza de que estaba sólo.
Odio el aliento mañanero. Es una de las cosas que más detesto en la vida, tal vez por eso Dios (o como se llame la inteligencia superior que tira mis hilos) me condenó a tener la boca siempre tan seca, con ese mal lánguido que te hace tener el hocico con olor a poto durante casi todo el día. Nada que una exagerada dosis de bolitas de menta (o de otra cosa) consigan derrotar, además mi novia no se queja y eso es bueno. No se donde cresta tiré las pastillas de menta que compré ayer en Temuco.
Debí quedarme dormido con la espalda chueca, por eso me dolió cuando hice un giro brusco. Las señales del espacio profundo fueron las que me acurrucaron. Tal vez me enviaron un mensaje privado, tal vez soy uno de ellos, tal vez debería someterme a una hipnosis clínica. Mi supuesto origen cósmico explicaría demasiadas cosas.
Me levanté y puse música, cualquier cosa, empezó un tema viejo de New Order, “Regret”. Caminé a la cocina y en el mismo lugar de ayer, en un papel adhesivo pegado en el refrigerador, había otra carta de mamá. La letra seguía igual de nerviosa, como acelerada, como si estuviera escapando de alguien y en un momento de calma tuviera la oportunidad de dejar un mensaje.
El mensaje era más largo que la de ayer. Empezaba con un saludo cariñoso, muy de mamá y seguía con que hoy tampoco iba a estar en casa, que la llamara al celular si pasaba algo importante (nunca lo hago). Luego describió cada plato de comida preparada que había en el refrigerador. Después de esa coma, era fácil sentir que su escritura bajaba de tono hasta llegar a esa ternura arrastrada que uno cree que sólo escuchó cuando era niño. Esa ternura que antes servía para decirte que todo estaba bien y que ahora es sinónimo de “lo siento, me equivoque en algo”. Una vez mi novia me confesó que su peor trauma infantil había sido cuando descubrió que sus padres se equivocaban, pero ella siempre ha sido un poco exagerada. Decía que incluso fue más fuerte que cuando perdió la virginidad, con un primo en su cumpleaños número once, dos años y medio antes de conocerme. No había sido muy buena la experiencia.
Mamá me pedía perdón. Por una tontera, pero era motivo más que suficiente para hacerlo, las madres se mueven a velocidades raras. Se disculpaba por haberme plantado. Se suponía que hoy íbamos a ir al cine a ver su “última película”, pero la había visto anoche con un amigo. El espacio del punto suspensivo de esa frase era más largo que el de otras. Repitió que hoy tampoco iba a estar en casa y que la llamara al celular si algo sucedía, signos de nervios. Añadió que iba pasar el día con unos amigos, nombraba a dos de ellos, mujeres obvio, no conocía a ninguna. Y al final, la respuesta a mi mensaje: “no seas tonto, en serio quiero saber que es un bus. Boos, creo se que se escribe”.
Me duché rápido. Sin mucho jabón ni paja relajante. Un par de remojadas rápida y harta espuma acondicionadora para el pelo. Es la única forma de frenar la grasa capilar y la herencia genética, no pienso quedarme calvo a los treinta como mi viejo. En vez de gastar dólares y guerrear contra la iglesia, la investigación genética debería cortar con su sarta de clonaciones defectuosas y solucionar huevadas tan básicas como los defectos congénitos superficiales. Nadie quiere ser miope ni pelado por culpa de un abuelo.
Mi madre es una gran mujer. Tiene sus fallas pero es una gran tipa. Más guapa que cualquier otra señora de su edad y con más onda que todas sus hermanas menores juntas. Después de la cagada de mi viejo (o el cambio, como ella le dice, sutilmente) me trajo a Victoria, su ciudad natal. Yo tenía apenas dos años y en verdad no me acuerdo mucho, imagino que estábamos escapando a las réplicas del terremoto de mi viejo. Estoy seguro que ella aún esta enamorada de papá, lástima, no se puede hacer nada cuando la correspondencia es imposible. En las restas finales, y a pesar de todo, fue buena idea venirnos al sur, los suburbios son mágicos, como de cine. Pienso en lo que le acabo de escribirle de vuelta. “Boos: Diminutivo de booster, en español, impulsor. Nombre técnico de los cohetes impulsores utilizados para potenciar el despegue de algunos cohetes o naves espaciales. Los booster más conocidos son los usados en el transbordador espacial, a ambos lados del tanque de combustible principal”. Otra pieza en el juego, en verdad me preocupa quien le está metiendo esa clase de curiosidades.
Mamá es secretaria en línea, tal vez una de las mejores de Chile. Tenía 16 años cuando empezó en lo del tecleo transnacional. Después que las redactoras hindúes y chinas se sindicalizaron y les subieron las tarifas a los gringos e ingleses, estos miraron al sur del mundo. Mi vieja dominaba los tres idiomas básicos y tecleaba rápido, así que no demoró en hacerse de una clientela estable. Tuvo su propia oficina en Santiago y luego de lo de mi papá la trasladó a Victoria. Hoy maneja a un equipo de eficientes señoritas que escriben para señores que están muy lejos Tienen buenos y curiosos clientes, como al tal Retjman, ese filósofo judío y loco que vive en Skyland. El de la teoría de la evolución forzada.
Aunque su equipo de secretarias es bastante eficiente, mamá continúa guardándose a sus clientes favoritos. Todavía toma las actas a ese par de doctores de Boston y al estudio de arquitectos Stirling de Edimburgo. Pero sus favoritos son sus directores de cine. Ordena y redacta las copias finales, los final draft, de los guiones para tres de los cuatro estudios más grandes de Hollywood. A veces, cuando algo no le suena, cambia los parlamentos. Una vez metió una escena entera porque según ella la historia no se entendía. Y como son las versiones definitivas eso es lo queda. He oído diálogos y visto escenas mejoradas por mi madre en siete de las diez películas más taquilleras de los últimos años. La idea era que fuéramos ver una que se estrenó el jueves pasado y en la que mi vieja había metido un poco de mano, no tanto como en otras ocasiones, pero si lo suficiente como para que se notara su estilo. Mamá es una verdadera autora, aunque sé que ella no tiene idea de lo que eso significa. Mejor así, que no pierda la inocencia.
Abrí un tarro de Coca Cola light y me lo bebí despacio, mientras miraba el techo y trataba de no pensar tanto. La cristiana filosofía de mi difunto abuelo, decía que era insano pensar los domingo, que ese día había que reservárselo completamente a Dios y que era pecado meditar en asuntos de fe. Me quedo con lo primero.
Odio el aliento mañanero. Es una de las cosas que más detesto en la vida, tal vez por eso Dios (o como se llame la inteligencia superior que tira mis hilos) me condenó a tener la boca siempre tan seca, con ese mal lánguido que te hace tener el hocico con olor a poto durante casi todo el día. Nada que una exagerada dosis de bolitas de menta (o de otra cosa) consigan derrotar, además mi novia no se queja y eso es bueno. No se donde cresta tiré las pastillas de menta que compré ayer en Temuco.
Debí quedarme dormido con la espalda chueca, por eso me dolió cuando hice un giro brusco. Las señales del espacio profundo fueron las que me acurrucaron. Tal vez me enviaron un mensaje privado, tal vez soy uno de ellos, tal vez debería someterme a una hipnosis clínica. Mi supuesto origen cósmico explicaría demasiadas cosas.
Me levanté y puse música, cualquier cosa, empezó un tema viejo de New Order, “Regret”. Caminé a la cocina y en el mismo lugar de ayer, en un papel adhesivo pegado en el refrigerador, había otra carta de mamá. La letra seguía igual de nerviosa, como acelerada, como si estuviera escapando de alguien y en un momento de calma tuviera la oportunidad de dejar un mensaje.
El mensaje era más largo que la de ayer. Empezaba con un saludo cariñoso, muy de mamá y seguía con que hoy tampoco iba a estar en casa, que la llamara al celular si pasaba algo importante (nunca lo hago). Luego describió cada plato de comida preparada que había en el refrigerador. Después de esa coma, era fácil sentir que su escritura bajaba de tono hasta llegar a esa ternura arrastrada que uno cree que sólo escuchó cuando era niño. Esa ternura que antes servía para decirte que todo estaba bien y que ahora es sinónimo de “lo siento, me equivoque en algo”. Una vez mi novia me confesó que su peor trauma infantil había sido cuando descubrió que sus padres se equivocaban, pero ella siempre ha sido un poco exagerada. Decía que incluso fue más fuerte que cuando perdió la virginidad, con un primo en su cumpleaños número once, dos años y medio antes de conocerme. No había sido muy buena la experiencia.
Mamá me pedía perdón. Por una tontera, pero era motivo más que suficiente para hacerlo, las madres se mueven a velocidades raras. Se disculpaba por haberme plantado. Se suponía que hoy íbamos a ir al cine a ver su “última película”, pero la había visto anoche con un amigo. El espacio del punto suspensivo de esa frase era más largo que el de otras. Repitió que hoy tampoco iba a estar en casa y que la llamara al celular si algo sucedía, signos de nervios. Añadió que iba pasar el día con unos amigos, nombraba a dos de ellos, mujeres obvio, no conocía a ninguna. Y al final, la respuesta a mi mensaje: “no seas tonto, en serio quiero saber que es un bus. Boos, creo se que se escribe”.
Me duché rápido. Sin mucho jabón ni paja relajante. Un par de remojadas rápida y harta espuma acondicionadora para el pelo. Es la única forma de frenar la grasa capilar y la herencia genética, no pienso quedarme calvo a los treinta como mi viejo. En vez de gastar dólares y guerrear contra la iglesia, la investigación genética debería cortar con su sarta de clonaciones defectuosas y solucionar huevadas tan básicas como los defectos congénitos superficiales. Nadie quiere ser miope ni pelado por culpa de un abuelo.
Mi madre es una gran mujer. Tiene sus fallas pero es una gran tipa. Más guapa que cualquier otra señora de su edad y con más onda que todas sus hermanas menores juntas. Después de la cagada de mi viejo (o el cambio, como ella le dice, sutilmente) me trajo a Victoria, su ciudad natal. Yo tenía apenas dos años y en verdad no me acuerdo mucho, imagino que estábamos escapando a las réplicas del terremoto de mi viejo. Estoy seguro que ella aún esta enamorada de papá, lástima, no se puede hacer nada cuando la correspondencia es imposible. En las restas finales, y a pesar de todo, fue buena idea venirnos al sur, los suburbios son mágicos, como de cine. Pienso en lo que le acabo de escribirle de vuelta. “Boos: Diminutivo de booster, en español, impulsor. Nombre técnico de los cohetes impulsores utilizados para potenciar el despegue de algunos cohetes o naves espaciales. Los booster más conocidos son los usados en el transbordador espacial, a ambos lados del tanque de combustible principal”. Otra pieza en el juego, en verdad me preocupa quien le está metiendo esa clase de curiosidades.
Mamá es secretaria en línea, tal vez una de las mejores de Chile. Tenía 16 años cuando empezó en lo del tecleo transnacional. Después que las redactoras hindúes y chinas se sindicalizaron y les subieron las tarifas a los gringos e ingleses, estos miraron al sur del mundo. Mi vieja dominaba los tres idiomas básicos y tecleaba rápido, así que no demoró en hacerse de una clientela estable. Tuvo su propia oficina en Santiago y luego de lo de mi papá la trasladó a Victoria. Hoy maneja a un equipo de eficientes señoritas que escriben para señores que están muy lejos Tienen buenos y curiosos clientes, como al tal Retjman, ese filósofo judío y loco que vive en Skyland. El de la teoría de la evolución forzada.
Aunque su equipo de secretarias es bastante eficiente, mamá continúa guardándose a sus clientes favoritos. Todavía toma las actas a ese par de doctores de Boston y al estudio de arquitectos Stirling de Edimburgo. Pero sus favoritos son sus directores de cine. Ordena y redacta las copias finales, los final draft, de los guiones para tres de los cuatro estudios más grandes de Hollywood. A veces, cuando algo no le suena, cambia los parlamentos. Una vez metió una escena entera porque según ella la historia no se entendía. Y como son las versiones definitivas eso es lo queda. He oído diálogos y visto escenas mejoradas por mi madre en siete de las diez películas más taquilleras de los últimos años. La idea era que fuéramos ver una que se estrenó el jueves pasado y en la que mi vieja había metido un poco de mano, no tanto como en otras ocasiones, pero si lo suficiente como para que se notara su estilo. Mamá es una verdadera autora, aunque sé que ella no tiene idea de lo que eso significa. Mejor así, que no pierda la inocencia.
Abrí un tarro de Coca Cola light y me lo bebí despacio, mientras miraba el techo y trataba de no pensar tanto. La cristiana filosofía de mi difunto abuelo, decía que era insano pensar los domingo, que ese día había que reservárselo completamente a Dios y que era pecado meditar en asuntos de fe. Me quedo con lo primero.
Etiquetas: Ygriega
1 Comentarios:
Esto es una idea increible, He oído diálogos y visto escenas mejoradas por mi madre en siete de las diez películas más taquilleras de los últimos años. La idea era que fuéramos ver una que se estrenó el jueves pasado y en la que mi vieja había metido un poco de mano, no tanto como en otras ocasiones, pero si lo suficiente como para que se notara su estilo.
En serio, arregla Ygrega, pulela un poco y publicala. Cambiale los anacronismos de la idea original, muy año 2000 y tienes una gran novela cyberpunk/cybersocial. Estpy adicto a ella y a tu blog, felicitaciones
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