RECUERDOS DEL FUTURO (2)
DE PARED A PARED, el Denham estaba decorado con motivos del gran mono. Fotos del suceso, los rostros de los protagonistas, diarios enmarcados e incluso uno de los dedos del simio gigante, embalsamado junto a la puerta de entrada del restaurante. Recuerdo cuando lo inauguraron, se anunció incluso que iban a tener la cabeza de Kong disecada para que todo el mundo pudiese contemplar su grandeza. La idea era pretensiosa, pero también de mal gusto, nadie iba a querer pagar una costosa cena mirando el rostro degollado de un gorila mutante. Así que de la cabeza sólo quedó un dedo y un centenar de souvenirs. Mis favoritos son las garras de un Tiranosaurio, cadáver prehistórico que la expedición del Venture trajo consigo junto con el mono.
Pareciera que fue ayer cuando ocurrió. Navidad del 33, hace sólo nueve meses. Ygriega tenía ganas de ir al debut público de Kong, pero las entradas se habían agotado en cosa de horas, ni siquiera sus contactos en la editorial lograron conseguirle una invitación doble y ni ella ni yo estábamos dispuesto a hacer fila en alguna de las grandes colas que abarrotaron Time Square. Además faltaban tres días para la nochebuena y la ciudad estaba hecha un caos. Ya me había acostado cuando sonaron las sirenas. Nos asomamos al balcón y vimos los grandes faros iluminando el Empire State, también le vehículos militares que cruzaron bajo el puente. Mucha gente pasó la noche en vela, temerosa de que el mono arrancara de Manhattan hacia Jersey, usando uno de los puente gemelos para cruzar o esconderse. Entonces, poco antes de que saliera el sol, los aviones de la estación naval de Lakehurts volaron hacia el rascacielos de la Quinta Avenida. Ocho viejos biplanos con motor de combustión, después de todo era sólo un animal, los navales no iban a gastar horas máquina desplegando rotocópteros o alas volantes. Los observé revolotear alrededor del Empire State, luego vino al eco de las metrallas y finalmente el silencio, la batalla no duró más de cinco minutos. El gran mono estaba muerto y en cosa de meses convertido en motivo para el más exclusivo de los restaurantes neoyorquinos, el lugar donde uno debía venir si quería ser tomado en cuenta. Bueno, también la comida es buena, eso es innegable.
El maitre me reconoció apenas aparecí en el vestíbulo y tras saludarme y ofrecerme que dejara el sombrero en la guardería, me entregó el mensaje. Igriega se había retrasado en el trabajo, calculaba que iba a estar alrededor de las ocho.
Una vez vine al Denham antes de que el Denham existiera. El Empire State Building llevaba abierto menos de una semana y estaba prácticamente desocupado. Entonces el piso del restaurante era un inmenso mirador techado, desde el cual podía accederse al ascensor que llevaba a la cúpula de amarre de los dirigibles. Donde ahora está la cocina estaban las boleterías de Pan American Airships. Pero el negocio no duró mucho. En marzo de 1932 se inauguró el Centro Universal en la parte baja de Manhattan y su torre de 130 pisos supero en veinte niveles al Empire State, además la terraza superior había sido diseñada como plataforma para aeronaves, ahorrándose los cables y el personal que se requería en el Empire para controlar las grandes naves azotadas por las corrientes formadas en los desfiladeros de edificios cincuenta pisos más abajo. Muchos auguraron el fin del rascacielos, sin el puerto, al torre no tenía mucho sentido, pero entonces a Carl Denham se le ocurrió volver de la Isla Calavera con un peludo visitante que se encariño con el edificio y lo hizo famoso. El puerto y el mirador renacieron como un restaurante y el resto ha sido historia.
Aquella primera vez me cité acá con un chileno. Me ubicó a través del Daily Star y tras un corto y enigmático llamado me propuso reunirnos en un lugar público. Como tenía ganas de conocer el nuevo edificio, le sugerí que lo hiciéramos aquí. Lo convencí diciéndole que había transito de pasajeros y cafeterías, que nadie nos iba a molestar. El chileno se llamaba Alonso González y según su relato era un piloto de la Fuerza Aérea, aunque había escapado del país hacia ya bastante tiempo. Llevaba casi diez años viviendo en Manhattan y desde hace un tiempo que andaba tras mi pista para contarme su historia. “Después querrá contarla, pero antes debo asegurarme si puedo confiar en usted”, me dijo. Terminamos haciéndonos amigos. O algo parecido, porque nunca hubo intimidad real entre nosotros, sólo amabilidad y funcionalidad. Un día fue a mi casa a despedirse, me dijo que con su mujer viajaban a España. Entonces me confesó su verdadero nombre, Alejandro Bello y me entregó su diario de vida. Pacha Pulai estaba garabateado en la primera página en blanco, tras la portada. El resto era un detallado informe de lo que le había sucedido en 1914, cuando tras despegar en un viejo biplano llamado Sánchez Besa se había perdido en la Cordillera de los Andes, en donde había encontrado una ciudad que parecía de oro, pero que en realidad era una especie de astronave de proporciones imposibles, hecha de una aleación desconocida que resplandecía dorada contra el sol. Sus habitantes, o tripulantes,, unos seres pequeños y grises lo recibieron y curaron las heridas. Se ganó la confianza de ellos. Supo que eran parte de una expedición formada por tres grandes naves nodrizas enviadas desde un sistema solar ubicado a 8 años luz con el propósito de investigar el acelerado cambió experimentado en la Tierra tras el descubrimiento de la Metahulla. La segunda nave se había sumergido cerca de las Islas Bermudas, para establecerse como base subacuatica. La tercera tuvo un malogrado destino: salió de su marco dimensional demasiado cerca de la atmósfera terrestre, lo que provocó que perdiera orientación y se desplomara. Antes de causar una destrucción masiva, sus tripulantes optaron por detonar la nave ocasionando una gran explosión, pero controlada y sin consecuencias gravitacionales y subespaciales para nuestro mundo. El accidente estaba fechado en nuestro calendario el 30 de junio de 1908, en la pampa de Tunguska al oriente de la región Siberiana de la Unión Imperial Zarista. Al final del diario, el piloto me autorizaba para hacer lo que quisiera con el documento, siempre que esta libertad estuviera subeditada a publicar sus vivencias, ya que de acuerdo a Alonso (o a Alejandro) el gobierno chileno tenía conocimiento de estos visitantes y a través de una supuesta organización secreta llamada LL-12 estaba sacando provecho de una sabiduría y (sobre todo) de una alianza que según Alonso (o Alejandro) debía de favorecer a toda la humanidad. No era primera vez que había escuchado acerca de LL-12, se decía que era el nuevo código para la Logia Lautarina, que el propio Prat había formado parte de sus filas, que estaban detrás de los procesos contra brujos chilotes y capturas de duendes y gigantes patagónicos a los cuales habían trasladado a una isla en el sur, que había sido fundada por Portales y que sus redes alcanzaban ya a todos los gobiernos del hemisferio sur. Y aunque creo en sus palabras y sé que alguna vez voy a publicarlas, todavía no tengo deseos de involucrarme en una historia que no sea la mía.
El maitre me reconoció apenas aparecí en el vestíbulo y tras saludarme y ofrecerme que dejara el sombrero en la guardería, me entregó el mensaje. Igriega se había retrasado en el trabajo, calculaba que iba a estar alrededor de las ocho.
Una vez vine al Denham antes de que el Denham existiera. El Empire State Building llevaba abierto menos de una semana y estaba prácticamente desocupado. Entonces el piso del restaurante era un inmenso mirador techado, desde el cual podía accederse al ascensor que llevaba a la cúpula de amarre de los dirigibles. Donde ahora está la cocina estaban las boleterías de Pan American Airships. Pero el negocio no duró mucho. En marzo de 1932 se inauguró el Centro Universal en la parte baja de Manhattan y su torre de 130 pisos supero en veinte niveles al Empire State, además la terraza superior había sido diseñada como plataforma para aeronaves, ahorrándose los cables y el personal que se requería en el Empire para controlar las grandes naves azotadas por las corrientes formadas en los desfiladeros de edificios cincuenta pisos más abajo. Muchos auguraron el fin del rascacielos, sin el puerto, al torre no tenía mucho sentido, pero entonces a Carl Denham se le ocurrió volver de la Isla Calavera con un peludo visitante que se encariño con el edificio y lo hizo famoso. El puerto y el mirador renacieron como un restaurante y el resto ha sido historia.
Aquella primera vez me cité acá con un chileno. Me ubicó a través del Daily Star y tras un corto y enigmático llamado me propuso reunirnos en un lugar público. Como tenía ganas de conocer el nuevo edificio, le sugerí que lo hiciéramos aquí. Lo convencí diciéndole que había transito de pasajeros y cafeterías, que nadie nos iba a molestar. El chileno se llamaba Alonso González y según su relato era un piloto de la Fuerza Aérea, aunque había escapado del país hacia ya bastante tiempo. Llevaba casi diez años viviendo en Manhattan y desde hace un tiempo que andaba tras mi pista para contarme su historia. “Después querrá contarla, pero antes debo asegurarme si puedo confiar en usted”, me dijo. Terminamos haciéndonos amigos. O algo parecido, porque nunca hubo intimidad real entre nosotros, sólo amabilidad y funcionalidad. Un día fue a mi casa a despedirse, me dijo que con su mujer viajaban a España. Entonces me confesó su verdadero nombre, Alejandro Bello y me entregó su diario de vida. Pacha Pulai estaba garabateado en la primera página en blanco, tras la portada. El resto era un detallado informe de lo que le había sucedido en 1914, cuando tras despegar en un viejo biplano llamado Sánchez Besa se había perdido en la Cordillera de los Andes, en donde había encontrado una ciudad que parecía de oro, pero que en realidad era una especie de astronave de proporciones imposibles, hecha de una aleación desconocida que resplandecía dorada contra el sol. Sus habitantes, o tripulantes,, unos seres pequeños y grises lo recibieron y curaron las heridas. Se ganó la confianza de ellos. Supo que eran parte de una expedición formada por tres grandes naves nodrizas enviadas desde un sistema solar ubicado a 8 años luz con el propósito de investigar el acelerado cambió experimentado en la Tierra tras el descubrimiento de la Metahulla. La segunda nave se había sumergido cerca de las Islas Bermudas, para establecerse como base subacuatica. La tercera tuvo un malogrado destino: salió de su marco dimensional demasiado cerca de la atmósfera terrestre, lo que provocó que perdiera orientación y se desplomara. Antes de causar una destrucción masiva, sus tripulantes optaron por detonar la nave ocasionando una gran explosión, pero controlada y sin consecuencias gravitacionales y subespaciales para nuestro mundo. El accidente estaba fechado en nuestro calendario el 30 de junio de 1908, en la pampa de Tunguska al oriente de la región Siberiana de la Unión Imperial Zarista. Al final del diario, el piloto me autorizaba para hacer lo que quisiera con el documento, siempre que esta libertad estuviera subeditada a publicar sus vivencias, ya que de acuerdo a Alonso (o a Alejandro) el gobierno chileno tenía conocimiento de estos visitantes y a través de una supuesta organización secreta llamada LL-12 estaba sacando provecho de una sabiduría y (sobre todo) de una alianza que según Alonso (o Alejandro) debía de favorecer a toda la humanidad. No era primera vez que había escuchado acerca de LL-12, se decía que era el nuevo código para la Logia Lautarina, que el propio Prat había formado parte de sus filas, que estaban detrás de los procesos contra brujos chilotes y capturas de duendes y gigantes patagónicos a los cuales habían trasladado a una isla en el sur, que había sido fundada por Portales y que sus redes alcanzaban ya a todos los gobiernos del hemisferio sur. Y aunque creo en sus palabras y sé que alguna vez voy a publicarlas, todavía no tengo deseos de involucrarme en una historia que no sea la mía.
Etiquetas: Recuerdos del Futuro, Work in Progress
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