SANTA GRACIELA: VAMPIROS EN DICTADURA (7ª PARTE)
El Cura lo interrumpió.
–Su historia es muy entretenida, pero no soy precisamente una persona ignorante, sino todo lo contrario. Sé que leyendas similares a la que nos ha contado existían también en América. Su propio capataz –miró al gigante –le habrá contado del Pihuchen mapuche o del enperrado, nuestro licántropo patagónico.
–Es una agrado contar con alguien preparado, capitán Carmine –su halago sonó forzado –pero en realidad no sé cómo responderle. Efectivamente es verdad que criaturas similares a las que emigraron de Europa ya existían en nuestras tierras, con sus propias reglas y modos de permanecer ocultos, viviendo de sus presas en los lugares más apartados del campo, las pampas y las islas del sur. Si se me permite suponer, creo que se dio un fenómeno de cruce entre los parásitos externos y los locales para formar una sola comunidad. Por decirlo de una manera simple, el nosferatu húngaro se hizo uno con el cuero mapuche...
–Es un hombre muy informado al respecto, señor… ¿cómo dijo que era su apellido?
–Tauscheck. Renz Tauscheck.
–Eso, señor Tauscheck. Muy informado.
–Digamos, mi estimado capitán, que es una cuestión de familia.
–No lo comprendo.
–Ya comprenderá. Pero primero debemos culminar la primera parte de la historia. Mientras se dio en Chile una tradición de gobierno más bien conservadora, ellos se mantuvieron ocultos, haciendo de las suyas entre las sombras, sin que nadie les pusiera atención. Pero cuando Allende tomó el poder y este pueblo hediondo –volvió a mirar a los civiles –pensó que podía tomar las riendas de la nación ellos se asustaron. Sabían que con el vulgo arriba, las creencias también subían hasta hacerse peligrosamente reales. Y tal como pasó en Europa, su miedo se transformó en desesperación y empezaron a cometer errores, como adentrarse a los pueblos a cazar. Esto con la idea de crecer en número y convertirse en una fuerza considerable en caso de llamar demasiado la atención. Puede parecerle chistoso, mi capitán, pero el verdadero peligro de los gobiernos populares, está en los mitos que el pueblo trae consigo, no en las revoluciones de tres semanas. Sin embargo el perro duró poco en el poder y los militares tomaron el control. Y con ello la elite volvió a donde siempre debió haber estado. Los parásitos calmaron sus acciones y se fueron retirando a su mundo de sombras. Son miedosos, sabe, mucho. A pesar del horror de sus formas, el miedo que nos tienen es mayor del que nosotros podemos sentir por ellos. Con el Golpe, mi amigo, vino la calma. Y no sólo en lo político.
–Y esta isla, entonces
–Oh, como ya le he adelantado, me temo que eso es culpa mía.
–Continúe.
–Ya le conté que los Tauscheck llegamos de Alemania durante la colonización alemana de 1890. Mi abuelo trajo muchos bienes consigo, pero también algunos secretos. Uno de ellos estuvo ocultó en un baúl en el sótano de nuestra casa patronal durante muchos años, con la prohibición de ser abierto. Mi padre me advirtió, porque así lo había hecho su padre con él, que de romperse los cerrojos una maldición sería desatada sobre la familia. No era cuestión de reglas, sino de tradición. Como ya le conté, estas criaturas se asustaron con las revoluciones populares de la UP y lo que mis antepasados ocultaron en la caja despertó, pidiendo ser liberada. Mandé a Juan a enterrar el cofre, pero no conté con la curiosidad de mi hijo. El idiota abrió los cerrojos y lo que salió del interior se apropio de su cuerpo convirtiéndolo en un monstruo no muy diferente de los que acaban de ver. El cofre incluía además una serie de apuntes, con información acerca de estos seres y secretos para controlarlos y contenerlos. Básicamente todo lo que acabo de contarle, estaba en estos papeles. En fin, tras perseguir por meses a lo había sido mi hijo, le tendimos una trampa…
–Que clase de trampa.
–Sienten debilidad por la sangre joven así que usamos un niño de cebo.
–Eso es…
–Tan inmoral como lo que los suyos hacen en cárceles como ésta, mi capitán.
–Y lo apresaron.
–Y encerramos en una caja de madera y metal, similar a la que mi gente trajo de Alemania. Si entonces había resultado, debía de volver a hacerlo. Y así ocurrió. Guardamos al monstruo…
–Por qué no lo mataron.
–Mi estimado capitán Carmine, ¿mataría usted a su propio hijo?
Nadie respondió. Renz Tauscheck pidió un cigarrillo. Correa le acercó la cajetilla. El viejo tomó uno, lo encendió y a medida que iba aspirando fue concluyendo su historia. Según sus palabras, esto había ocurrido a principios de 1973, época compleja por la cantidad de tomas de terrenos. El viejo pensó que dejar la caja en los sótanos de su propiedad podía ser peligroso, así que buscó un lugar seguro, donde las probabilidades de llegada de otras personas fueran iguales a cero. Así llegó al islote de Santa Graciela, con sus instalaciones balleneras y submarinistas abandonadas.
–No podía ser mejor, ellos no pueden cruzar agua en movimiento por sus propios medios y fuera de algunos lobos marinos no había nada vivo en el peñón. Juan me acompañó en un bote. Vinimos un día temprano y ocultamos la caja con mi hijo en uno de los sótanos de las barracas. Luego nos olvidamos. Entonces vinieron los militares y poco tiempo después nos enteramos de que la marina había decido abrir las instalaciones para usarlas como penal para prisioneros políticos. Sólo iba a ser cosa de tiempo que alguien encontrara la caja y decidiera investigar que había dentro. El resto, supongo que es bastante obvio.
–Y por qué volvió a la isla, señor Tauscheck. Por qué no dejó que los parásitos se mataran los unos a los otros hasta morirse de hambre. Usted bien lo ha dicho, sin ayuda no pueden cruzar al continente. Este es un sistema cerrado, si uno cree en las matemáticas, su evolución lógica es la autodestrucción.
–Sólo olvida un detalle en su deducción, capitán Carmine. Se trata de mi hijo.
Etiquetas: Santa Graciela
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