30 AÑOS DE MAUS

Siempre he pesado que Art Spiegelman escribió en MAUS un tributo a Mickey, algo así como su idea para la mejor historia del ratón más famoso del mundo jamás contada. Vale, en Fantasía, Mickey enfrentó al mismo diablo, pero como todos sabemos la magia y la hechicería al final sólo son un disfraz para el verdadero mal. Mickey usó rayos y conjuros, pero en las sumas y restas solo acabó siendo un héroe de cartón peleando contra villanos tan inofensivos como el lápiz con que estaban trasados. Mickey era de Disney y Disney fue un tipo complejo, Art Spiegelman le robó la idea del ratón humanoide, lo hizo en verdad humano y se burló de Walt enfrentándolo a un mal concreto, a un mal de verdad, a la vida misma. Las luchas de Mickey eran una broma, la de los protagonistas de MAUS también, pero la peor y más real de todas.
MAUS no es un cómic, ni siquiera una novela gráfica, es una biografía, una épica de la vida normal, la demostración más tangible, más concreta de que el cómic y algo tan intrascendente como un ratón antropomorfo puede servir para hablar de temas más grandes que la vida misma. MAUS nos platica acerca de dolor, de traición, de pena, de sueños, de horrores y de maldad, pero de maldad en serio, nada de invasiones alienígenas, ni villanos de sonrisas eternas. Los gatos en MAUS son imagen (ni siquiera reflejo) del mayor horror originado en la humanidad durante el siglo XX y los ratones pasajeros obligados de este viaje al infierno.
Del Holocausto, del nazismo, del sufrimiento de los Judíos se han escrito mucho, pero en ninguno de estos ensayos, novelas, guiones o cuentos se logró expresar de forma tan completa y tan dolorosa lo perverso de este periodo de la humanidad. Los ratones miran con desesperanza, los ratones cuenta su historia, su pena, su perdida, su delicado ballet con la muerte. A estas alturas el que MAUS haya ganado el Pulitzer y haya puesto a la narrativa gráfica a la par con la prosa da lo mismo, no vamos a hablar ahora del lugar que merecidamente se ha ganado el cómic, lo importante acá es la historia que nos han contado a lo largo de estos 30 años... Y esa historia, esos ratones, ese espejo realista de Mickey sigue calando hasta los huesos. Como Paracuellos de Carlos Gímenez, por lejos el mejor retrato de los sufrimientos de la España franquista o Persepolis de Marjane Sartrapi, el cómic tiene esa virtud: la pausa de la literatura y la imagen del cine juntas, al final el mejor soporte para hablar de cosas importantes: los pasos de las hojas aguantan más las lágrimas que el trote del celuloide.
La historieta hace mucho rato que nos está revelando el rostro B del mundo, ¿o no es acaso la triada V de Vendetta/Watchmen/Dark Knight Returns el mejor vuelo de reconocimientos a las formas y maneras de la era Reagan-Tatcher? ¿O no es acaso El Eternauta, con su idea de las familias como "robinsones en su propia ciudad", un prólogo profético a lo que se vendría en argentina y Chile en las dictaduras de los 70 y 80 (si a eso sumamos el destino de su autor, Oesterheld, la sincronía es macabra)? Y más cerca. ¿No dicen más las tiras cómicas de Hervi o los relatos vertiginosos de Trauko, Matucana y Beso Negro más de la era Pinochet que cuanto disco de los Prisioneros, película, serie, documental o novela se escribió sobre esos años? ¿Quieren entender la transición, lean cualquier tira de Christiano? Vale, puedo parecer un dogmático del cómic, pero es parte de la idea de esta columna, escrita a la rápida y pensada recordando la primera lectura de MAUS. Ratones/judios perseguidos por gatos/nazis, esa era la idea, la metáfora, la imagen y la acción.
MAUS, 30 años no son nada, si nunca lo has leído, no sé que haces perdiendo tiempo mirando este blog, descárgala ya o si puedes cómprala, te vas a hacer un favor. Parentesis final: si supiera dibujar haría una portada falsa de MAUS a la chilena, se llamaría GUAREN, el ratón protagonista llevaría por nombre Nelson y todo ocurriría en el Estadio Nacional en 1973. Los gatos y perros llevarían botas negras y bigotes mal recortados, la única diferencia es que mientras los gatos de Spiegelman terminaron muertos y encerrados, los de GUAREN seguirían gordos, fofos, lentos y viejos por muchos años más.... y lo que es más grave, sin la valentía y los cojones como para pedir perdón.