CERDOS CON PROPULSIÓN INTERESTELAR
Hace casi un mes, Waters revivió el lado oscuro de la Luna en el nacional. Ahí estuve y este fue mi review para Rolling Stone
EL LADO BRILLANTE DE LA TIERRA
Es el propio Waters quien lo canta durante “In the Flesh”, primer tema de su show. Recita la letra (no es literal): ‘Hay malas noticias, Pink (Floyd) se quedó en la habitación del hotel y he traído una banda sustituta esta noche’, curiosa sincronía entre la lírica y lo que sucedía a las 21:05 en el gigantesco escenario plantado al fondo de nuestro principal coliseo deportivo. Mientras fuegos artificiales y desfiles de martillos se fundían con los poderosos acordes de la canción, el hombre ancla nos aclaraba, de partida, que por mucho que lo pareciera, lo que estábamos viendo no era Pink Floyd, sino algo que podríamos definir como la mayor banda tributo del planeta, tronando como el más delicado de los truenos. Válido, pero también discutible, porque aunque el concierto fue de Roger Waters, lo cierto es que el protagonista de la jornada era Pink Floyd, sin más, ni menos. Y he allí la gran diferencia con su anterior presentación por estas tierras, la del 2002. Si hace cinco años, lo visto en el Nacional fue a un músico tratando de juntar su carrera solista con los recuerdos de su mítica banda, lo del 14 de marzo fue todo lo contrario. Waters simplemente nos gritó que al final daba lo mismo quien estuviera arriba o abajo del combo, que en esas dos horas y media él y su “banda sustituta” eran tan Pink Floyd como el circo que el año pasado paseó su colega, David Gilmour, por Europa y América del Norte. A 40 años de su debut discográfico (The Piper at the Gates of Dawn, 1967), Pink Floyd ha dejado de ser un grupo para convertirse en un estilo en si mismo; uno conformado por sonidos, imágenes y luces. Sea Waters, sea Gilmour, sea Wright, sea Mason, las identidades al final son pura formalidad, lo importante, lo que se escucha, es Pink Floyd y punto.
Puede sonar curioso, pero uno de los momentos más emocionantes del espectáculo fue también donde más se extrañó la guitarra de Gilmour. Tras una furiosa reinterpretación de “Set the Control for the Heart of the Sun” (1968), los colchones de teclados a cargo de Jon Carin, nos invitaron a la solemnidad de “Shine on you Crazy Diamond”, pieza seminal a la que le fue extirpado el primer solo de guitarra, Waters dijo en una ocasión, para el tour In The Flesh, que la obertura de este opus le parecía demasiado extenso, así que para no alargar demasiado los tiempos quizás optaron por el recorte; con perdón pero este comentarista prefiere creer que fue un pequeño tributo al cada vez más ausente David. Una preciosa canción, que nos guste o no, sonó inválida sin ese etéreo puente de seis cuerdas.
La primera parte del concierto se completó con piezas de Wish you were Here (1975) y The Final Cut (1983), ocasión en la que la pantalla de fondo citó a Pinochet, gatillando una sonora pifia que supo fundirse con la cuadrofonía del show. La carrera solista del bajista reapareció con la religiosa “Perfect Sense” y “Leaving Beirut”, una Bob Dylanesca y personal canción nueva, capaz de dar luces hasta el más incrédulo de la capacidad de Waters para crear temas simples, interpretables con la más sencilla guitarra de palo. “Sheep” de Animals (1977), constituyó un momento épico y epifánico en la que versos bíblicos –el salmo 23- y letras Orwellianas escupidas con llamas y riffs de guitarras fueron enmarcadas por un cerdo inflable que voló sobre el estadio hasta perderse en la más infinita de las noches.
Dark Side of the Moon (1973), empezó luego de un descanso de 20 minutos, tras los cuales el pulso cardiaco de “Speak to Me” fue mostrado en la forma de un satélite que cubría la luna, proyectada tras la banda. “Breathe”, interpretada en voz líder por Jon Carin, nos elevó al cielo, para luego dejarnos caer a los infiernos mecánicos de “On the Run”, pieza instrumental que contó con un acompañamiento visual tan vertiginoso como sus monocordes compases. Luego de “Time”, donde el baterista Graham Broad tuvo su momento de lucirse, los gemidos guturales de la corista Carol Kanyon, crearon en “The Great Gig in the Sky” ese ya clásico orgasmo moribundo que fascina pero también aterra. “Money” y “Us and Them” construyeron un viaducto imparable, en especial esta última, donde el juego de luces, diseñado por el equipo de Mark Fisher (U2, The Rolling Stone), parecía cantar junto a la banda .Visualmente lo más complejo vino en el tercio final de Dark Side, lapso donde un prisma formado con rayos láser sumergió en un arco iris a un Estadio Nacional incrédulo, sumido en los sonidos de “Any Color You Like/Brain Damage/Eclipse”. Al final el pulso que retorna, la luna solitaria, las risas lunáticas y la voz en off que nos recuerda que en el fondo no hay un lado oscuro de la luna ya que la luna entera es oscura.
Tras la presentación de sus músicos, Waters y asociados volvieron para dar un breve tributó a The Wall, con “The Happiest Days of our Lives/Another Brick in the Wall. Part II”, acompañada esta última por un coro de niños que en rigor bailaron en lugar de cantar. La cita concluyó con la dupleta “Vera/Bring the Boys Back Home” que sirvió de antesala a “Comfortably Numb”, tal vez el mejor tema, en formato canción, de la discografía floydiana. Y fue en este emotivo epílogo donde Gilmour estuvo más presente que nunca, con los guitarristas Dave Kilminster y Snowy White calcando milimétricamente ese sólo de guitarra que es un llanto en Stratocaster..
Waters bajó la luna en el Nacional y lo hizo con propulsión interestelar a bordo de una máquina más que bien aceitada, un concierto que fue pura experiencia y que dejó la vara más que alta para futuros espectáculos. Porque el 14 de marzo, Pink Floyd tocó al fin en Chile, aunque la publicidad (y los hechos concretos) hayan dicho lo contrario.
1 Comentarios:
la única canción q no pesqué para nada fue esa cuando un wn con sombrero de charro se subió a tocar...algo con Beirut....lo otro fue soberbio, casi tan acogedor como el vertigo de u2.
bueno el artículo en la rolling.
salu2
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