CUENTOS INCONCLUSOS: EL TRIANGULO DE LAS BERMUDAS
AHORA QUE LO PIENSO la culpa no la tuvo mi padre, sino mi abuelo (que en paz descanse), y el Normandie. Aunque en verdad no es culpa la palabra adecuada, ya que en rigor no ocurrió nada malo y culpa es una idea que generalmente se usa y se asocia negativamente. Si, es cierto, pasaron muchas cosas, pero eso es algo muy distinto a sostener que estas fueron terribles, porque lo repito, no lo fueron. De hecho, y con la distancia de los años, puedo añadir que yo la pasé muy bien.
El Normandie fue el barco más grandioso jamás construido. Tres chimeneas, trescientos metros de largo, cuatro hélices de bronce y la bandera francesa orgullosa flameando en la popa. El transatlántico fue la respuesta gala a los Queens ingleses y aunque la marina real intento hacer, con ayuda de la prensa, del Queen Mary y del Queen Elizabeth dueños del mar, en absoluto lograron empequeñecer al Normandie. No pudieron igualar su lujo, sus comodidades, su velocidad, ni menos su diseño. Mientras los ingleses todavía continuaban con las líneas duras y los grandes mástiles sobre cubierta, el Normandie impuso la limpieza. Proa curva y líneas redondeadas, eliminación de palos y rectas. Arquitectura naval en su máxima expresión. Nada, ni la más mínima ráfaga de viento o de mar, encontraba resistencia en las formas del gigante galo. Su exquisita silueta marcó la pauta para los barcos del futuro. Si el hombre alguna vez realizó una obra perfecta, esa fue el Normandie. Cuentan que cuando el barco estaba siendo terminado en los astilleros de Le Havre, uno de los constructores al recorrer los fastuosos salones de la nave, comentó que era el palacio más lujoso y extraordinario jamás levantado, una joya destinada a rodar sobre las olas. El mismo sujeto dejó muy claro a sus colegas que el Normandie jamás debía perder su clase y que si alguna vez alguien osaba humillarlo, el dios Neptuno se iba a encargar de ajusticiarlo. Por humillación, el elegante francés, quiso decir si alguna vez le quitaban su prestancia.
Por largos años, el leviatán de tres chimeneas cruzó el atlántico lleno de millonarios, estrellas de cine e inmigrantes. Ningún barco de la época provocó tantos sueños y más de algún cronista habló de que el Normandie había acabado con el mito funesto del Titanic y con el reinado de los transatlánticos ingleses. Obviamente a los británicos no hizo mucha gracia este tipo de rumores. Ellos eran por excelencia los amos del océano, lo habían sido desde siempre y Francia sólo era un punto dentro del continente que alguna vez fue un formidable adversario. Pero Inglaterra tampoco era lo que predicaba. El siglo XX los había transformado en un imperio en decadencia tratando de sobrevivir con dignidad. Y lo que alguna vez fue la mayor flota mercante del mundo, ahora eran sólo dos gigantescos transatlánticos bautizados como dos de sus más grandes soberanas. Así, imposibilitada de superar al Normandie en lujos y fastuosidad, la línea Cunard, propietaria del Queen Mary y del Queen Elizabeth se empeñó en ganarle en velocidad. A fines de los 30, el atlántico se convirtió en un territorio de guerra que duró hasta que llegó la guerra de verdad y el Normandie fue humillado.
Francia ocupada, el mar convertido en campo de batalla y los grandes transatlánticos hechos transportes de tropas. En diciembre de 1941, el Normandie recaló en el puerto de Nueva York. Durante una semana, cientos de marineros se encargaron de limpiar todo el lujo de sus salones, botar paredes y montar torres de artillería quebrando su limpia silueta. También rasparon su casco negro y su elegante cubierta blanca, pintándola de un uniforme gris. Hasta las chimeneas, ayer de un orgulloso rojo, se tiñeron del color de la guerra. Para el año nuevo del 42, un grupo de obreros se encargó de remover de la popa la orgullosa inscripción de S.S. Normandie, reemplazándola por la más institucional: USS Lafayette. La marina de los Estados Unidos tenía ahora el más grande y poderoso transporte de tropas del mundo. Pero ya lo había dicho el constructor francés, si alguna vez el barco era humillado sería Neptuno el encargado de vengarlo. Y así, una noche de febrero del 42, el Normandie anclado en el puerto de Nueva York y ahora llamado USS Lafayette, inexplicablemente se dio vuelta de campana.
PAPA DECIA QUE LOS verdaderos hombres se hacían en el mar. Desde que era niño y se sentaba a los pies de mi cama se encargó de dejármelo bien claro. Estaba ahí, por lo menos una hora, ayudándome a conciliar el sueño. Me contaba de viajes y viajeros; de grandes barcos y formidables batallas. Repasábamos clásicos del mar. De La Odisea a Moby Dick, de La Isla del Tesoro a El Ultimo Grumete de la Baquedano, todos me fueron familiares desde chico. Y mientras mis amigos del jardín infantil hacían de Cenicienta o de Blanca Nieves su compañía de ensueño, yo prefería viajar con el capitán Nemo más de veinte mil leguas bajo el mar. Fue papá quien me regaló los libros sobre barcos y fue el quién me habló por primera vez del Normandíe y de su magnífica prestancia al rodar sobre las olas. De su voz también oí la historia de mi abuelo.
El Normandie fue el barco más grandioso jamás construido. Tres chimeneas, trescientos metros de largo, cuatro hélices de bronce y la bandera francesa orgullosa flameando en la popa. El transatlántico fue la respuesta gala a los Queens ingleses y aunque la marina real intento hacer, con ayuda de la prensa, del Queen Mary y del Queen Elizabeth dueños del mar, en absoluto lograron empequeñecer al Normandie. No pudieron igualar su lujo, sus comodidades, su velocidad, ni menos su diseño. Mientras los ingleses todavía continuaban con las líneas duras y los grandes mástiles sobre cubierta, el Normandie impuso la limpieza. Proa curva y líneas redondeadas, eliminación de palos y rectas. Arquitectura naval en su máxima expresión. Nada, ni la más mínima ráfaga de viento o de mar, encontraba resistencia en las formas del gigante galo. Su exquisita silueta marcó la pauta para los barcos del futuro. Si el hombre alguna vez realizó una obra perfecta, esa fue el Normandie. Cuentan que cuando el barco estaba siendo terminado en los astilleros de Le Havre, uno de los constructores al recorrer los fastuosos salones de la nave, comentó que era el palacio más lujoso y extraordinario jamás levantado, una joya destinada a rodar sobre las olas. El mismo sujeto dejó muy claro a sus colegas que el Normandie jamás debía perder su clase y que si alguna vez alguien osaba humillarlo, el dios Neptuno se iba a encargar de ajusticiarlo. Por humillación, el elegante francés, quiso decir si alguna vez le quitaban su prestancia.
Por largos años, el leviatán de tres chimeneas cruzó el atlántico lleno de millonarios, estrellas de cine e inmigrantes. Ningún barco de la época provocó tantos sueños y más de algún cronista habló de que el Normandie había acabado con el mito funesto del Titanic y con el reinado de los transatlánticos ingleses. Obviamente a los británicos no hizo mucha gracia este tipo de rumores. Ellos eran por excelencia los amos del océano, lo habían sido desde siempre y Francia sólo era un punto dentro del continente que alguna vez fue un formidable adversario. Pero Inglaterra tampoco era lo que predicaba. El siglo XX los había transformado en un imperio en decadencia tratando de sobrevivir con dignidad. Y lo que alguna vez fue la mayor flota mercante del mundo, ahora eran sólo dos gigantescos transatlánticos bautizados como dos de sus más grandes soberanas. Así, imposibilitada de superar al Normandie en lujos y fastuosidad, la línea Cunard, propietaria del Queen Mary y del Queen Elizabeth se empeñó en ganarle en velocidad. A fines de los 30, el atlántico se convirtió en un territorio de guerra que duró hasta que llegó la guerra de verdad y el Normandie fue humillado.
Francia ocupada, el mar convertido en campo de batalla y los grandes transatlánticos hechos transportes de tropas. En diciembre de 1941, el Normandie recaló en el puerto de Nueva York. Durante una semana, cientos de marineros se encargaron de limpiar todo el lujo de sus salones, botar paredes y montar torres de artillería quebrando su limpia silueta. También rasparon su casco negro y su elegante cubierta blanca, pintándola de un uniforme gris. Hasta las chimeneas, ayer de un orgulloso rojo, se tiñeron del color de la guerra. Para el año nuevo del 42, un grupo de obreros se encargó de remover de la popa la orgullosa inscripción de S.S. Normandie, reemplazándola por la más institucional: USS Lafayette. La marina de los Estados Unidos tenía ahora el más grande y poderoso transporte de tropas del mundo. Pero ya lo había dicho el constructor francés, si alguna vez el barco era humillado sería Neptuno el encargado de vengarlo. Y así, una noche de febrero del 42, el Normandie anclado en el puerto de Nueva York y ahora llamado USS Lafayette, inexplicablemente se dio vuelta de campana.
PAPA DECIA QUE LOS verdaderos hombres se hacían en el mar. Desde que era niño y se sentaba a los pies de mi cama se encargó de dejármelo bien claro. Estaba ahí, por lo menos una hora, ayudándome a conciliar el sueño. Me contaba de viajes y viajeros; de grandes barcos y formidables batallas. Repasábamos clásicos del mar. De La Odisea a Moby Dick, de La Isla del Tesoro a El Ultimo Grumete de la Baquedano, todos me fueron familiares desde chico. Y mientras mis amigos del jardín infantil hacían de Cenicienta o de Blanca Nieves su compañía de ensueño, yo prefería viajar con el capitán Nemo más de veinte mil leguas bajo el mar. Fue papá quien me regaló los libros sobre barcos y fue el quién me habló por primera vez del Normandíe y de su magnífica prestancia al rodar sobre las olas. De su voz también oí la historia de mi abuelo.
Etiquetas: Cuentos
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