SANTIAGO DE CHILE (2º Parte)
La primera parte de este relato aquí.
DICEN QUE FUE UN PULSO electromagnético. Así lo informaron por radio, dos días después del corte. Una señal común en AM para todo Santiago, el único medio que logró resucitar tras el apagón. Oficialmente se debió a la caída de un satélite espía estadounidense cerca de angostura de Paine. El aparato llevaba un detonador experimental que se activó con el golpe, dejando a oscuras y borrando prácticamente todo el valle central de Chile. Repetidamente se nos ha pedido calma, que el gobierno norteamericano esta asesorando en todo al nuestro, que por emergencia fue trasladado a Valparaíso, que todo se solucionará dentro de unos días, que no es necesario desesperarse, que se han tomado las medidas necesarias para paliar la emergencia. En el banco me informaron que el dinero estaba seguro, pero que mientras no se reiniciara el sistema no estaba permitido generar circulante y me aconsejaron buscar cartolas y documentos que me hubiesen enviado por correo físico antes del evento cero, como han empezado a llamar al hecho, en murales y panfletos distribuidos por Santiago. Leticia se ha encargado de buscar esos papeles y ordenarlos por fecha. Se ha mantenido más calmada de lo que yo hubiese imaginado. La entrada y salida de la ciudad está prohibida con vigilancia militar y el aeropuerto fue cerrado. Como ya dije, la presidencia fue trasladada a Valparaíso, donde ha funcionado como una sola unidad con el Congreso, eso al menos es lo que se nos dice, porque lo cierto es que desde hace dos semanas, del único mundo que conocemos es de Santiago de Chile. Afuera podría haber estallado la Tercera Guerra Mundial y no tendríamos idea.
Al quinto día un bando oficial declaró que los supermercados deberían abastecer gratuitamente a las familias santiaguinas. Se nos pidió censar a nuestros grupos familiares y acudir tranquilos al almacén más cercano, que se otorgarían cuotas de alimentos no perecibles a cada familia, no mucho, pero si lo necesario para subsistir hasta que todo volviera a la normalidad. Todos sabemos que los alimentos se están acabando, pero nadie dice nada, es mejor así, se vive más tranquilo. Los niños parecen los únicos realmente felices. No entienden nada y les encanta estar con los papás todo el día en la casa. Supongo que el hecho de que todo haya coincidido con las vacaciones de verano, ha logrado que Martita (y todas las Martitas de la ciudad) no se de cuenta del verdadero estado de las cosas. Además está la nieve de ninguna parte, cada noche a las diez con un minuto exacto, como un reloj bien aceitado. Los niños son felices jugando en el patio, nosotros cada vez menos. La radio dice que la nieve viene de la cordillera, afectada por los golpes ultrasónicos de la detonación del pulso. Explicaron que para nosotros fue inaudible, pero que de algún modo, que no me pidan reseñar, produjo algún tipo de variación telúrica en las nieves eternas de loa Andes profundos. En verdad soy un ignorante en esta clase de temas, pero por favor no me pidan que me crea lo de la nieve. Es verano, continúan haciendo 35 grados a la sombra, hasta las nieves eternas están derretidas. Hace un mes nos advertían que con el calentamiento global todo estaba seco, ahora quieren que aceptemos sin mayores preguntas una nieve que no es nieve, una nieve que no viene de ninguna parte.
Cada dos días mi hermano Jaime pasa por la casa, temprano en la mañana, a tomar desayuno. Trae el pan que le dan cada jueves en el supermercado y algo dulce para echarle. Nosotros le convidamos agua y café. Prácticamente no conversamos, miramos en silencio como juegan los niños y escuchamos las mentiras de la radio. Esta mañana aseguraron que tres barcos de guerra, con tres generadores de pulso habían zarpado desde San Diego, California, rumbo a Valparaíso donde recalarían en un par de días. La idea era transportar los generadores a los cerros cercanos a Santiago para detonar un nuevo pulso, que aseguran reiniciará todos los aparatos eléctricos de la ciudad.
–Ojalá resulte– comentó mi mujer.
Jaime la miró y repitió el ojalá. Martita me tocó la pierna y me preguntó cuando iban a abrir el McDonalds, que tenía ganas de comer una cajita feliz.
–No sé, mi amor– le dije.
–Pucha– respondió y volvió a molestar a su hermano, que pisoteaba con un dinosaurio de juguetes unos soldados de plástico, viejos y verdes, que encontramos en la bodega poco antes de navidad.
–Todavía tienes tu bicicleta– me preguntó mi hermano.
–Por ahí está. ¿Por qué, se te echó a perder la tuya?
–No, es que quería pedirte que me acompañaras a la tienda un rato.
Leticia lo miró, luego me miró.
–Sólo un rato, cuñada querida– le dijo. –Te lo prometo.
–Vuelvo antes de mediodía
Leticia levantó los hombros y no dijo nada. Cuando empezaron a correr los días me hizo jurarle que no iba a dejarla sola, que no saldría de casa hasta que todo se normalizara. Hasta el supermercado vamos los cuatro, su idea es que si pasa algo nos pase a todos juntos. Tiene pavor de quedarse sola. Ya no sé cuantas veces me ha pedido disculpas por haberse enojado conmigo por el asunto de la plata de la nana y ya no sé cuantas veces le he dicho que no ha pasado nada y que vamos a estar juntos y bien. Se que también le ha afectado no saber nada de sus padres y hermanos, ubicados en alguna parte del sur de Chile, perdidos en sus vacaciones e imposibilitados de llamar y de volver a Santiago. Dice que su madre debe estar muriéndose de angustia. Conozco a mi suegra y sé que es verdad.
Le di un beso en la frente y le repetí que no se preocupara, que iba a volver lo antes posible. Ella no me dijo nada, odia que rompa mis juramentos.
Jaime me acompañó a la bodega y me ayudó a bajar mi vieja mountain bike, una Oxford de doce velocidades que tengo desde hace casi veinte años. Alguna vez la usé para subir el San Cristóbal en un ritual que repetía sagradamente todos los domingos, ahora lleva demasiado tiempo colgando sin ser usada. La limpié con un paño que encontré por ahí y revisé que los neumáticos tuviesen aire. Mi hermano me ayudó a tensar un poco la cadena y luego partimos.
Tobalaba se veía desolada. Pocos peatones, menos ciclistas, ni un solo motor. Jaurías de perros vagos se habían instalado a lo largo del canal San Carlos así que le sugerí a Jaime que mejor nos fuéramos por las calles interiores. Tomamos por el Vergel, luego bajamos hasta Eleodoro Yañez, Orquídeas, Carmen Silva hasta Lyon. Una ciudad fantasma, Santiago de Chile se había convertido en eso. Miré los edificios de departamentos, ni una sola persona se asomaba por las terrazas y llegué a pensar que tal vez nosotros éramos los únicos que quedábamos. Me equivoqué.
4 Comentarios:
Espero haya un 3a parte.
Me gustó el relato, de hecho la 1a parte me había enganchado.
Saludos
genial pancho. lo notable es como la imaginacion del lector se bifurca exponencialmente -trying to wrap one's mind around the enigma.
por favor mas.
saludos
Por favor sube la tercera parte pronto.
Me tienes intrigado... el siguiente en dos meses más?
Keep it coming!
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