FORTEGAVERSO: LA ESQUINA BERKOFF

sábado, agosto 16, 2008

LA ESQUINA BERKOFF



1

FUE LA esquina Berkoff, lo supe apenas sentí vibrar el teléfono, aunque claro, mentiría si dijera que en ese instante adiviné la tormenta que se avecinaba. Menos que de alguna forma, bastante directa por lo demás, la noticia se relacionaba con los telefonazos e insultos anónimos de la noche anterior. Supongo que fue una advertencia, un presentimiento, un latido como dicen los viejos. De otra manera no me explico como le contesté a un número que no tenía registrado. Supongo también que es así como tenía que comenzar todo, con una muerte que es el más definitivo de los finales y el más significativo de los inicios. Martes para miércoles, dos de la madrugada, buena hora para enfrentarse al fallecimiento de quien alguna vez había sido tu mejor amigo. Buen momento además para tomar decisiones apresuradas y volver a pesar en casas embrujadas.
–Aló, ¿Martín?… –tartamudeó la voz al otro lado de la señal.
–Si… ¿quién es? –respondí mientras veía el reflejo de mi cara desfigurarse sobre la cubierta traslúcida del Motorola.
–Raúl…
–Raúl, ¿qué Raúl? –pregunté, aunque ya lo había reconocido.
–Landeros… Raúl Landeros
–Landeros… hola… –alargué mientras prendía la lámpara del velador. Cerré los ojos por un instante y cuando volví a abrirlos me reencontré con mi reflejo, devolviéndome la mirada desde la tapa del celular. Deforme y submarino, como alguna clase de engendro abisal.
–Disculpa, estabas durmiendo.
–Estaba… son las dos… –revisé la hora en el teléfono– las dos y media –precisé.
–Lo siento, no quise.
–Está bien –traté de sonar amable.
–…
–…
–…
–¿Qué pasa?
Y ahí fue cuando tuve certeza de que todo tenía que ver con la esquina, justo antes de que Landeros soltara la bomba
–Martín –se detuvo, luego presionó el detonador–. Juan José… Juanjo murió anoche, un accidente automovilístico.
–…
–…
–Aló, sigues ahí
Claro que seguía ahí, desparramado sobre las sábanas, con las piernas cruzadas, temblando de nervios impulsados por el pasado y sumando pieza tras pieza en un Lego mental de diseño propio. Y entonces recordé las llamadas perdidas de la noche previa, vi los rostros de Juanjo, de Raúl, de ella, de mi… y enmarcándonos, la esquina, la maldita esquina. Todo tenía que ver, todo era parte del mismo mecano, igual que hacía casi veinte años, igual que siempre.
–Martín, Martín, aún estas ahí –insistió Landeros.
–Si, me dejaste blanco, ¿cómo fue?
–Aún no hay nada claro.
–…
–…
–¿Cómo está Mila?
–Mal.
–…
–¿Cómo me ubicaste?
–Por facebook, hice una lista de ex compañeros de colegio, tu te inscribiste, te acuerdas.
–Me acuerdo.
–Todos querían ser amigos tuyos, por lo de la fama supongo, pero no aceptaste casi a nadie, hartos te odiaron.
–Me acuerdo.
–Los funerales son pasado mañana. Te quería avisar, no es necesario que vengas, supongo que es complicado para alguien como…
–No, no es complicado, claro que voy a ir. Trataré de salir esta tarde o viajar durante la noche. Puedo… –no alcancé a terminar.
–Por supuesto, mi casa es tu casa. Llámame cuando llegues a Salisbury, mi teléfono debe de estar ahora en la memoria del tuyo, guárdalo
–Mmhhh…
–…
–¿Dijiste que me ubicaste por facebook?
–Si
–Pero como –arrugué el ceño, aunque no tenía a nadie enfrente– no tengo mi teléfono publicado allí.
–Pero algunos amigos tuyos si. Por eso te llamé tan tarde, fue largo el proceso de escribir o llamar a tus contactos...
–¿Llamaste a mis contactos de facebook?
–Si, como a treinta personas, no eran tantos tampoco.
–…
–…
–…
– ¿Y al final quien te dio mi teléfono?
–Una mujer, Visnia algo.
–Me imaginé.
–Por qué.
–Por nada.
–…
–…
–…
–…
–¿Martín?
–Dime
–Fue la esquina cierto, otra vez fue la esquina Berkoff.
Y aunque ya lo sabía, preferí no decirle nada.

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