20 AÑOS DE AKIRA (1 DE 5)
Reproducción completa del extenso reportaje publicado en el último número de la desaparecida y notable CEROUNO, gran legado cultural del gran Alejandro Alaluf. Ojo, fue el primer gran artículo (y con perdón y ego, hasta ahora el mejor) publicado en un medio relativamente importante dedicado a este gran aniversario del 2008.
20 años son nada
EL FUTURO SEGÚN AKIRA
- En 1988 la animación japonesa dio un salto cuántico. Katsuhiro Otomo llevó a pantalla su manga homónimo y el futuro nos pegó un puntapié en la entrepierna.
- Punto medio entre Blade Runner y Matrix, Akira no sólo cambió al animé, sino que nos hizo caer de rodillas al interior del más negro de los porvenires.
- A dos décadas de su estreno, Akira es considerado, el mayor legado audiovisual nipón, tras Kurosawa
2 de diciembre de 1992, seis de la mañana, es un hermoso día en Tokio. La luz del final del otoño se cuela entre nubes blancas que tapan el sol sobre las calles grises y brillantes de la capital japonesa. Todo se ve y se siente perfecto… hasta que explota la bomba.
Primero fue un punto, luego una bola de fuego, después una estrella entera que consumió a la ciudad. En cosa de segundos Tokio desapareció para siempre. ¿Un nuevo tipo de bomba atómica? Los rumores dicen que no sólo ocurrió en Japón, otras grandes metrópolis del planeta también fueron arrasadas por este extraño ataque. La III Guerra Mundial ha sido desencadenada, el fin del planeta como lo conocemos. O tal vez el comienzo de algo peor.
Corte y a negro. 2019. La ciudad se llama ahora Neo Tokio y cubre con rascacielos eternos y autopistas elevadas, prácticamente todo el Japón. Neones y pantallas gigantes rascan las paredes de los edificios más altos del mundo y bajo ellas reina el caos: terrorismo urbano, drogas y sectas religiosas que claman por la llegada de un nuevo mesías, encarnado en un niño llamado Akira, en quien supuestamente descansa la clave que detonó la III Guerra Mundial el 92. Entremedio, en las autopistas, dominan las pandillas de motociclistas, que pelean contra sus iguales, como modernas tribus feudales, por el control de determinados territorios. De las ruinas de Tokio surgió Neo Tokio, el apocalípsis no generó un posterior paraíso, sino todo lo contrario.
Kaneda es líder de una pandilla, eternamente enfrentada a una banda menor: los Clowns. Tiene la mejor moto de la ciudad y una relación casi paternal con Tetsuo, uno de sus amigos, el más torpe de la manada. Tetsuo respeta a Kaneda pero también siente celos y rencor hacia su amigo, mucho más popular. Suena música electrónica, se escuchan ritmos tribales, las luces y neones cobran vida mientras Kaneda y los suyos dictan sus reglas sobre la autopista. Creen que el mundo les pertenece, pero están equivocados. Mientras sus motores rugen sobre el asfalto, movimientos sociales se desarrollan en protesta contra el gobierno y el ejército. Además ha sucedido un evento inesperado en el Estadio Olímpico de la ciudad. Un prisionero gubernamental escapó. Y no es alguien cualquiera, sino un niño, un pequeño que huye del ejército y se sumerge en un maelstrom urbano en que la cuenta regresiva va juntando olas de protestas ciudadanas, con una marcha religiosa, una pelea de pandillas motorizadas y filas de tanques enviados a detener el alboroto. El choque de estos elementos marca el instante cero de la película. El niño misterioso detiene las balas, destruye el centro de la ciudad pero también afecta de forma directa a Tetsuo, que acaba convirtiéndose en el eje de la historia. Y quien fuera un adolescente debilucho y fracasado, renace como una entidad cada vez más fuerte e incontrolable, infectada del llamado “factor Akira”, con una sed incontrolable de poder, la que se crece aún más alimentada por los celos que siente por su amigo Kaneda. Y en este resentimiento infantil, Tetsuo conducirá a Kaneda a una batalla cuyos resultados cambiaran el destino de la humanidad entera, mal que mal las bombas de 92 no fueron causadas por misiles o disparos orbitales, sino por una docena de niños de inmenso poder, ¿los niños Akira? Criaturas metahumanas diseñadas por los poderes fácticos para producir un salto genético, propósito que evidentemente no resultó.
“La primera vez que vi Akira fue en 1993”, relata el escritor Alvaro Bisama (Caja Negra), “en una sala atestada en Viña donde estaba todo el mundo que entonces tenía alguna idea de tendencias. Salí con la cabeza dada vuelta. La versión vista era la japonesa. Alguien a mi lado dijo: Walt Disney se fue al carajo. Un año después vendí cincuenta cómics de superhéroes para comprar uno de los tomos del manga (historieta, versión impresa del animé). Yo tenía 19 años y estudiaba para profesor. Otomo fue una revelación, un mandala. Alguna vez leí una entrevista suya donde decía que su historia se trataba de dos amigos que dejaban de ser amigos. Puede ser. Akira era una catedral de la que nunca salí. Siempre vuelvo a ver la cinta y me quedo pegado: ese Neo Tokio me parece cercano, íntimo, demoledor. Gente perdida que se encuentra a sí misma. Adolescentes dando vuelta en una ciudad que los supera. Héroes accidentales. Una narrativa que no va a ninguna parte. La luna que sale de su eje. Rayos láser. Anfetaminas. Un mundo cuya felicidad consiste en que se acabe. 20 años de Akira son una celebración extraña: volvemos a Akira como a nuestra vieja habitación de adolescentes, como a los viejos discos de rock que nos sabíamos de memoria y repetimos como un mantra en la soledad, al modo de imágenes que nos confrontan con nosotros mismos mientras nos demuelen o iluminan”.
Continua
Etiquetas: Akira, Artículos propios, Ci-Fi, Cibercultura
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