FORTEGAVERSO: NOSTALGIA ROCKERA

viernes, noviembre 28, 2008

NOSTALGIA ROCKERA


Versión completa -extendida- de la columna publicada hoy en El Wiken, como siempre se agradecen los comentarios en los blogs mercuriales.

LA ULTIMA OPORTUNIDAD

No quería ir a Queen. May y Taylor estaban bien, pero Paul Rodgers nunca me convenció en el rol de Mercury. Además no estaba John Deacon, el gran reactor secreto de “la reina”. En verdad iba a pasar de largo, cuando leí una entrevista a Peter Gabriel en Billboard.com donde el músico manifestaba sus intensiones de reunirse con Genesis en una especie de tour de despedida. Y aunque en otras ocasiones había lanzado el rumor, ahora parecía ser cierto. “Estamos viejos”, decía el cantante de Solisbury Hill, y su compañero en teclados, Tony Banks agregaba: “hay que hacerlo antes que uno de nosotros se muera. La idea es que no nos pasé lo que a Roger (Waters) y David (Gilmour)”, aludiendo a la muerte de Rick Wright, que rompió cualquier idea de juntar a sus colegas de Pink Floyd. Y ahí me cayó la teja. Más allá del gusto o no gusto por Queen, la gran razón para ir al show es porque es probable de que sea la última oportunidad, no de verlos vivos (no hay que ser tan dramáticos) pero si activos arriba de un escenario.
La gente se hace vieja, los ídolos se marchitan, Paul McCartney anunció su tour mundial de despedida para el 2010, somos tal vez los últimos privilegiados con posibilidades de verlo bajo reflectores. Un amigo me decía que la muerte de Rick Wright había sepultado los sueños de tres generaciones junto a un gran mito pop nacional, eso del concierto de Pink Floyd en el Valle de la Luna. Es verdad, aunque los que inventaron el rumor jamás se preguntaron dónde, una de las bandas más eléctricas de la historia, iban a enchufar los equipos en medio del desierto. Pero claro, eso no era lo importante, sino la sensación de que un grupo que nos ha acompañado toda la vida ya no iba a volver a tocar.
Y no es ser alarmistas, todo lo contrario, es pura lógica. Los grandes mitos del rock tiene ya más de 65 años, han bajado las revoluciones de su música para poder interpretarlas. Bowie ha dicho que está pensando en vivir calmado sus próximos años, Dylan no quiere regresar a la carretera, los Stones se han guardado callados (y cansados) sin hacer declaraciones. De The Who sólo quedan dos y uno está completamente sordo, Ozzy y Black Sabbath son casi una anécdota (muy buena anécdota) de geriátrico con cuero y pañales y así la lista es eterna… El próximo año, por pura matemática, debieran morir unas cuantas leyendas de la música popular. Hasta Iron Maiden ha justificado su obsesión con las giras –en marzo vienen de nuevo- en el hecho de que pronto ya no van a poder seguir dándole a la flaca de seis cuerdas. Cualquier oportunidad de verlos en directo ya no es cuestión de fanatismo, sino de respeto. Y eso fue Queen, no un gran concierto como insisten sus incondicionales, sino una misa de cultura pop, una especie de documental en vivo y en directo al legado musical de cuatro sujetos a la humanidad, porque no hay nada nuevo en sostener que el rock es la nueva música docta, la diferencia es que ahora el apelativo de clásicos es más fuerte que nunca. “The show must go on”, cantó el momento más emotivo de la noche, cuatro minutos y medio donde ante mis ojos pasó buena parte de la historia del siglo veinte.
En este escenario el rol que va a cambiar radicalmente es el de las bandas tributo. Estos grupos de fanáticos, por fanáticos y para fanáticos van a transformarse en el equivalente musical a un remake. O en códigos de música docta en quienes interpretarán a los grandes muertos del rock. De aquí al 2020, nuestros hijos van a escuchar a Sex Pistols, Joy Division, Led Zeppelin y pongan el nombre que quieran a través de conjuntos que hoy son amateur pero que pronto serán tan profesionales como una orquesta de cámara. Y que terminarán cobrando tanto o más que a sus inspiradores. Quien sabe, tal vez en un par de décadas quienes llenen el Nacional sean Lemon (U2) y H-Sur (Rush), el futuro en la cultura pop tiene en verdad más vueltas que una oreja.

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