NOVELA (SIN NOMBRE. VERSION 2.0) IV PARTE...
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–La señora Rosa pensaba que don Bernardo se nos iba a ir anoche, así que pidió que preparáramos todo para su partida. Como a las doce me mandaron a buscar a un señor cura para que lo despidiera. Fue segunda vez que le dieron la extremaunción.
–Idea de doña Rosa, puedo imaginarlo –lo interrumpió –pero sigue por favor, mis oídos están atentos a tu historia. Infiero por tus palabras que entonces don Bernardo no murió anoche.
–Todas las mujeres de la casa lloraron, uno de los esclavos dice incluso que escuchó aullar a los perros, pero yo, misia, puedo jurarle que no escuché nada.
–Hace tiempo que los perros ya no despiden a los muertos –murmuró la dama.
–¿Dijo algo mi señora?
–No he dicho nada, joven Magallanes. Si eres tan gentil.
–Como le estaba relatando, anoche don Bernardo no murió. Los dolores lo hicieron desfallecer y sus quejidos fueron más intensos que noches anteriores, pero la parca no vino a buscarlo. Por la mañana despertó temprano e incluso se levantó a recibir un mensaje que le trajeron desde Chile. Ignoro el contenido de la carta, pero le mejoró bastante el ánimo, incluso lo escuché reir y doña Rosa contó que había estado hablando de un pronto regreso a sus tierras. Sucedió, poco antes del mediodía, pidió que lo llevaran nuevamente a su cama. Se acostó, cerró los ojos y se quedó largo rato en silencio, rodeado de su hermana y otras mujeres de la casa. Misia Rosa mandó incluso a traer unas monedas que el cura había santificado, para cubrirle los ojos. Pero de pronto el patrón despertó y pronunció mi nombre. Fueron a buscarme, avisando que don Bernardo me llamaba. Me acerqué a su lecho y esperé su ordenanza. Tomó mi mano derecha con fuerza y me pidió que le trajera su sable y un hábito de monje franciscano que tenía guardado en un ropero.
–De monje franciscano, guardado en un ropero –repitió la mujer–. El huacho nunca paró de sorprenderme.
Magallanes se quedó en silencio, mirándola. Ella parecía perdida, con la mirada fija en algún punto alto de la bóveda. Con los ojos más acostumbrados a la oscuridad y a la tenue luz de las antorchas, el muchacho descubrió que el curvado techo de la estancia estaba decorado con estrellas y constelaciones del zodiaco. En mitad del todo, destacaba enorme, la forma de Orion, el arquero. La misma que de niño le habían enseñado a identificar como las tres Marías y sus hermanas. Pero don Bernardo le reveló, tiempo después, que las tres estrellas hermanas eran en realidad el cinturón del cazador. Volvió a mirar a su anfitriona y se encontró con sus ojos celestes y grandes, clavados en los suyos. Eran intensos y profundos, atemorizantes como la mirada de yeso de la estatua de un santo. La dama alargó su mano derecha y trazando unos círculos en el aire le indicó que prosiguiera.
–Le traje al patrón lo que me había pedido, luego él le indicó a su hermana que lo vistiera con el traje del monje. Dijo que era el uniforme de Dios…
–Y después.
–Después doña Rosa me expulsó de la habitación, dijo que era lugar sólo para la familia. Ignoro lo que habrá sucedido entonces, sólo que a la hora más o menos, supimos que el señor había muerto.
–El huacho está muerto –reiteró la mujer.
–Perdón, mi señora.
–Que el huacho está muerto. A estas alturas ya casi toda Lima y parte de Santiago deben haberse enterado. Las noticias, en especial cuando son malas, vuelan como almas en el viento.
Magallanes no respondió y se quedó mirando la imagen pintada en medio de la mesa redonda, nuevamente la estrella y sus geométricos acompañantes. La mujer notó donde estaba puesta su atención y le dijo:
–¿Sabes lo que es, verdad?
–Mi señor me lo enseñó.
–¿Y que fue lo que te enseñó tu señor?
–Que la estrella era el hombre, el círculo la razón y el triángulo invertido la idea.
–Debo decir que aprendiste bien, hermoso pupilo. Otra pregunta, ¿sabes porque tu señor te llamaba Magallanes?
–Decía que le recordaba un amigo del sur, que le resultaba más fácil que Lorencito.
–Astuto tu patrón, pero no fue así mi pequeño, él te nombró Magallanes, porque yo le indiqué que lo hiciera. Magallanes, la patagonia, sabes niño que allá en el sur duerme el futuro de todo lo que podemos ver y sentir. Claro, aún es pronto, pero hay tiempo para prepararte. Debes saber que viajarás a Magallanes llevando un tesoro.
El joven mozo no pudo evitar sentirse y verse perturbado.
–Pero claro, para eso falta un tiempo. ¿Sabes lo que hay en este sobre? –le mostró la carta que él mismo había traído desde Lima–. Dos mensajes, uno de ellos son los derechos sobre tu persona. Sí, como escuchas, Don Bernardo te traspasó a mi propiedad cuando supo que sus días estaban contados.
–Idea de doña Rosa, puedo imaginarlo –lo interrumpió –pero sigue por favor, mis oídos están atentos a tu historia. Infiero por tus palabras que entonces don Bernardo no murió anoche.
–Todas las mujeres de la casa lloraron, uno de los esclavos dice incluso que escuchó aullar a los perros, pero yo, misia, puedo jurarle que no escuché nada.
–Hace tiempo que los perros ya no despiden a los muertos –murmuró la dama.
–¿Dijo algo mi señora?
–No he dicho nada, joven Magallanes. Si eres tan gentil.
–Como le estaba relatando, anoche don Bernardo no murió. Los dolores lo hicieron desfallecer y sus quejidos fueron más intensos que noches anteriores, pero la parca no vino a buscarlo. Por la mañana despertó temprano e incluso se levantó a recibir un mensaje que le trajeron desde Chile. Ignoro el contenido de la carta, pero le mejoró bastante el ánimo, incluso lo escuché reir y doña Rosa contó que había estado hablando de un pronto regreso a sus tierras. Sucedió, poco antes del mediodía, pidió que lo llevaran nuevamente a su cama. Se acostó, cerró los ojos y se quedó largo rato en silencio, rodeado de su hermana y otras mujeres de la casa. Misia Rosa mandó incluso a traer unas monedas que el cura había santificado, para cubrirle los ojos. Pero de pronto el patrón despertó y pronunció mi nombre. Fueron a buscarme, avisando que don Bernardo me llamaba. Me acerqué a su lecho y esperé su ordenanza. Tomó mi mano derecha con fuerza y me pidió que le trajera su sable y un hábito de monje franciscano que tenía guardado en un ropero.
–De monje franciscano, guardado en un ropero –repitió la mujer–. El huacho nunca paró de sorprenderme.
Magallanes se quedó en silencio, mirándola. Ella parecía perdida, con la mirada fija en algún punto alto de la bóveda. Con los ojos más acostumbrados a la oscuridad y a la tenue luz de las antorchas, el muchacho descubrió que el curvado techo de la estancia estaba decorado con estrellas y constelaciones del zodiaco. En mitad del todo, destacaba enorme, la forma de Orion, el arquero. La misma que de niño le habían enseñado a identificar como las tres Marías y sus hermanas. Pero don Bernardo le reveló, tiempo después, que las tres estrellas hermanas eran en realidad el cinturón del cazador. Volvió a mirar a su anfitriona y se encontró con sus ojos celestes y grandes, clavados en los suyos. Eran intensos y profundos, atemorizantes como la mirada de yeso de la estatua de un santo. La dama alargó su mano derecha y trazando unos círculos en el aire le indicó que prosiguiera.
–Le traje al patrón lo que me había pedido, luego él le indicó a su hermana que lo vistiera con el traje del monje. Dijo que era el uniforme de Dios…
–Y después.
–Después doña Rosa me expulsó de la habitación, dijo que era lugar sólo para la familia. Ignoro lo que habrá sucedido entonces, sólo que a la hora más o menos, supimos que el señor había muerto.
–El huacho está muerto –reiteró la mujer.
–Perdón, mi señora.
–Que el huacho está muerto. A estas alturas ya casi toda Lima y parte de Santiago deben haberse enterado. Las noticias, en especial cuando son malas, vuelan como almas en el viento.
Magallanes no respondió y se quedó mirando la imagen pintada en medio de la mesa redonda, nuevamente la estrella y sus geométricos acompañantes. La mujer notó donde estaba puesta su atención y le dijo:
–¿Sabes lo que es, verdad?
–Mi señor me lo enseñó.
–¿Y que fue lo que te enseñó tu señor?
–Que la estrella era el hombre, el círculo la razón y el triángulo invertido la idea.
–Debo decir que aprendiste bien, hermoso pupilo. Otra pregunta, ¿sabes porque tu señor te llamaba Magallanes?
–Decía que le recordaba un amigo del sur, que le resultaba más fácil que Lorencito.
–Astuto tu patrón, pero no fue así mi pequeño, él te nombró Magallanes, porque yo le indiqué que lo hiciera. Magallanes, la patagonia, sabes niño que allá en el sur duerme el futuro de todo lo que podemos ver y sentir. Claro, aún es pronto, pero hay tiempo para prepararte. Debes saber que viajarás a Magallanes llevando un tesoro.
El joven mozo no pudo evitar sentirse y verse perturbado.
–Pero claro, para eso falta un tiempo. ¿Sabes lo que hay en este sobre? –le mostró la carta que él mismo había traído desde Lima–. Dos mensajes, uno de ellos son los derechos sobre tu persona. Sí, como escuchas, Don Bernardo te traspasó a mi propiedad cuando supo que sus días estaban contados.
Etiquetas: La Cuarta Carabela, Novelas, Work in Progress
2 Comentarios:
La trama esta super buena, pero ahora estoy más intrigada que antes. Ojalá que continues pronto la historia.
Saludos ;D
Vero Manriquez
Esta segunda parte está super interesante y misteriosa. ¿Que contendrá ese extraño sobre? ¿Que tarea tendrá que cumplir Magallanes?... Espero que estas respuestas vengan en la próxima entrega ;D
Saludos!!
Erick C.
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