SE VIENEN LOS MEJORES CUENTOS DE TERROR CHILENOS
Agosto, 1995. Independencia, Santiago de Chile.
Conocía cada ruido de la casa: el aletargado crujido de las cañerías durante la noche, ese continuo toqueteo de las ramas del ciruelo, las vigas de la terraza al hincharse con los cambios de temperatura, el marco de las ventanas al ser alcanzado por la primera luz de la mañana... A sus 65 años, Elcira Ramírez dominaba tan bien cada sonido de su hogar, que despertó de inmediato cuando un ritmo pesado y cansino empezó a sucederse desde el pasillo de la puerta hacia el interior del primer piso. Se quedó tranquila, en silencio, a oscuras, apoyada contra el almohadón más grande de la cama. Y escuchó. El ruido no sólo seguía allí, abajo, además se movía. No cabía duda, alguien más respiraba en la casa, alguien que caminaba torpe, deambulando entre el living, la cocina y el dormitorio que alguna vez fue de su hijo. Sola en casa y con un extraño acechando. Recordó cuantas veces su hermana le había ofrecido irse con ella: “alguien malo puede aprovecharse, tu hijo no va a regresar”, fueron sus palabras. Pasos, claro que eran pasos, trancos arrastrados de quien parecía revisar con atención cada uno de los detalles de la vieja geografía del lugar. Elcira sentía su corazón apretado, latiéndole desordenado, con potencia, como si fuera el estruendoso motor del auto viejo del dueño del almacén de la esquina. Un miedo como nunca había experimentado en todos los años transcurridos desde que su esposo murió y se llevaron a su hijo. Dos décadas sola, dos décadas abandonada a la suerte, olvidada por los poderosos, los unos y los otros. Una vieja y un intruso, la balanza no estaba a su favor. Pasos, pasos, pasos, latido, esa era la aritmética. Respiró profundo y agudizó los sentidos, el hombre (porque era un hombre, pesaba como uno) había entrado a la habitación de su hijo y allí se había quedado, tal vez de pie, tal vez sentado en la cama, tal vez sólo era un pobre vagabundo que buscaba un lugar para dormir. Estiró su brazo izquierdo hacia el velador y encendió la lámpara de noche: luz y fotografías antiguas la saludaron y le dieron valor. ¿Qué podía ser tan terrible? Llevaba años guerreando contra los que mandaban, se había enfrentado a ejércitos y soldados, todo por el derecho a saber donde estaba su hijo. Si las botas y fusiles nunca la habían asustado, por qué ahora, un pobre ladronzuelo (eso imaginó que era) la iba a intimidar. Apretó los puños y brincó de la cama, buscó una bata gruesa, se puso los zapatos y agarró el bastón que alguna vez fue de su esposo, como instrumento de golpe en caso de necesitarlo. Estudió el escenario, don Luis estaba en la casa continua, sólo había que gritar fuerte, quebrar cosas, correr hacia la calle. ¿Y si traía un arma? ¡Que la disparara!, total hacía rato que no tenía nada que perder. Ya no más. Bajó las escaleras y se encaminó valiente al dormitorio de su hijo. Al entrar percibió un aroma mojado, a viejo, como de algo guardado durante mucho tiempo que de la nada era sacado a la luz. Con pasos sigilosos pero seguros se asomó a la habitación, cruzando el bastón sobre su cuerpo, tratando inútilmente de parecer intimidante.
Y allí, bajo las sombras, reconoció la silueta de su hijo.
2 Comentarios:
¡Ah! Esto me gusta. Promete. Ya me estoy sobando las manitos.Habrá que comprarlo
Saludos y mucha suerte ;D
Preferí con caer en la tentación de leer el extracto.
Que gran antología. Apenas esté en estanterías la compro.
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