"EL HORROR DE BERKOFF": ACERCA DE LOS HOBBITS
–Estás borracho, Perci.
–Una botella de vino y cerveza, ¿qué quieres, no soy de fierro? Las papas fritas jamás han sido una buena esponja estomacal, no debería seguir tomando…
–Es sólo cerveza, no te vas a morir.
–No es por eso, es que el alcohol de cualquier tipo me activa las jaquecas.
–Si quieres nos vamos.
–No, no te preocupes, a estas alturas de la vida sino me acostumbro a vivir con mis dolores estoy perdido.
Levantó sus cejas, imité su gesto.
Nos quedamos callados, observando en silencio el mundo que nos rodeaba. Perci dio un trago a su cerveza y me preguntó si había leído o visto El señor de los anillos, les respondí que sólo las películas. Metió una papa frita a su boca y dijo si me acordaba de una escena de El retorno del rey, hacia el final, cuando los hobbits vuelven a la comarca tras la victoria en la guerra del anillo.
–Y Sam, Frodo, Merry y Pippin se juntan en una taberna del pueblo a tomar cerveza y a reírse de la vida, pero lo que menos hacen es reírse y están todo el rato mirando a la gente que da vueltas por el lugar.
–Me acuerdo, justo antes de que Sam se le declare a la gordita pelirroja.
–Rosita Coto –precisó–. Si, esa escena. Tengo una teoría, creo que esos pocos segundos resumen toda la historia de Tolkien y de Jackson. El señor de los anillos es finalmente un relato acerca de gente desclasada, que se siente ajena a su lugar de origen. Provincianos que se van a la metrópolis, viven la vida loca y cuando vuelven no saben a que sitio pertenecen. Lo que quiero decirte es que eres como un hobbit, fuiste a destruir tu anillo único, ni idea si lo lograste, tampoco es importante; y ahora estás de regreso, sintiéndote absolutamente ajeno a todo.
–Pero los hobbits volvieron para quedarse –le repliqué.
–Frodo no, él sólo estaba de paso, añorando las torres blancas y ese otro mundo más excitante, por eso se va con Gandalf, los puertos grises del epílogo son básicamente un terminal de buses, una estación de trenes o un aeropuerto en el cual consigues el pasaje definitivo al lugar donde encontraste tu casa.
–No sé si Santiago es mi casa.
–Son tus tierras imperecederas, sólo que no te has dado cuenta. No te preocupes, Martín, no te estoy jugando, todo lo contrario, todos tenemos nuestra isla de Númenor, yo incluso, pero no sé donde está. Lo importante es que al igual que tú en este sitio –recalcó, golpeando la mesa con su mano derecha– yo también me siento un hobbit, no sé si de la comunidad del anillo, pero si uno de ellos.
–Disconforme con la comarca.
–Si no lo estuviera, no estaría vivo. ¡Salud! –levantó su cerveza.
–¡Salud! –alcé la mía.
Mastiqué otra papa frita, estaban muy buena.
–Mira –me apuntó, regresando de la tierra media– ¿ves a esa mina del póster, arriba de la caja?
Asentí con un movimiento de cabeza. Era un afiche enorme, tipo calendario, donde posaba una morena de ojos claros, con una camiseta blanca mojada y una tanga diminuta apretaba contra unas caderas firmes, mejores incluso que las de Shakira, que seguían moviéndose en la pantalla plana.
–¿Qué pasa con ella?
–Se llama Julieta Mazú y es argentina. En Chile hizo esa campaña y otra de ropa interior. Tenía 18 años cuando posó para esa foto, ahora debe tener, no sé… 23 o 24. Se casó con un polista de Rosario. Vi unas fotos recientes suyas en internet, está hecha un refrigerador: fea, gorda, cuadrada.
–¿De dónde sacas esos datos?
Levantó los hombros.
–No sé, me los aprendo no más. Puedes creer que sé el nombre de las modelos de todos los calendarios que hay en este local. Esa del fondo por ejemplo –indicó la publicidad de una marca de pisco, con una rubia vestida de traje negro abrazando una botella gigante– se llama Claudia Díaz y es chilena. Sale en un comercial de chocolates también. Y en otro de agua mineral. Salud por ella.
–Salud por ella –repetí.
–A veces las modelos publicitarias me dan pena –Perci estaba más borracho de lo que parecía o simplemente pensaba en voz alta.
–¿Por qué te dan pena? –le seguí el juego.
–Nunca te has fijado como envejecen en pantalla y a nadie le importa, porque claro no son tan famosas como una top model o una actriz de teleseries. Ella por ejemplo, Claudia Díaz –volvió a indicármela– ahora es una bomba sexy, repite su rol en afiches como ese y en comerciales de bebidas alcohólicas, jeans o zapatillas, pero dentro de tres años sólo la van a llamar para detergentes y lavalozas. Va a dejar sus bikinis y pantalones ajustados para asumir el rol de mamá joven, de falsa cuarentona cuando en realidad no tiene más de veinticinco. Si yo fuera ella ya estaría deprimida. Hay otra chica de spots que me encantaba, Andrea Grandi, creo que se llama –la conocía, era amiga de una amiga, pero no le dije nada–. Hace menos de un año era un regalo para la vista en un comercial de agua mineral, ayer la vi en el de un supermercado, actuando de cajera… pobre.
Etiquetas: El Horror de Berkoff, El Señor de los Anillos, Frodo, Hobbits, Martin Martinic, Merry, Percival Guidotti, Pippin, Sam
2 Comentarios:
Buen extracto. La reflexión que haces sobre TLoTR es bastante interesante. Tengo curiosidad por leer esta novela, así que esperemos que se pueda publicar por estos lados.
Saludos
Notable, es como el tipo de conversaciones que se tiene en un pub, onda se siente bastante real y cercano.
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