FORTEGAVERSO

viernes, diciembre 16, 2005

SANTIAGO, PENA CAPITAL

Hace 11 años que vivo en Santiago y amo esta ciudad, que no es lo mismo que decir que amo a los santiaguinos. Como sea, esta es una de las entrevistas de las cual me siento más orgulloso. Con ella se inauguró la sección "Pensamiento Contemporáneo" de la etapa PLC de la revista CA:CIUDAD Y ARQUITECTURA. El tema: Santiago de Chile por escrito, el citado: Carlos Franz. Escritor, amigo y alguna vez profe.

Publicado en la revista CA nª 111, Junio 2003

CONVERSACION CON CARLOS FRANZ: DESENTERRANDO MURALLAS SANTIAGUINOS

Buscando al identidad literaria de nuestra Capital, el escritor Carlos Franz se embarcó en la escritura de “La Muralla Enterrada”, un ensayo que construye la ciudad a través de las diferentes voces de la literatura chilena de los últimos 100 años.


Cuenta Cyrus Pinkey, el extraño arquitecto de Rascacielos la novela futurista de J.G.Ballard (Crash) al narrador de la novela, que las ciudades nacieron con los hombres. Que crecieron para protegerlo y guardarlo de los demonios que lo amenazaban desde el mundo exterior. Por eso alguna vez estuvieron cercadas por murallas, baluartes infranqueables que resguardaron el corazón de los hombres, de su vida y su fe. Y al interior de esos muros, los hombres fueron armando historias, las que crecieron a la par con las casas y edificios. Un pulso urbano, una arquitectura oral y escrita que construyó la identidad del hombre como animal de ciudad.
La relación entre la ciudad y la literatura es tan antigua como la historia de la humanidad. Los relatos bíblicos, los dramas griegos, las leyendas mesopotámicas son crónicas anónimas de ciudades. La metafórica construcción de la Torre de Babel habla de las calles que se levantaron en torno a ella. Entre la Babel bíblica y la Nueva York de Paul Auster –o la Shanghai futurista de Neal Stephenson- no hay mucha diferencia. Y ahí, en un eterno paréntesis, están las visiones del Londres según Charles Dickens, del París de Victor Hugo primero y a través de los foráneos ojos de Hemingway más tarde, del Buenos Aires de Borges, Cortázar y Marechal, cuyo magnífico Adan Buenoayres es acaso la mejor novela urbana con una ciudad latinoamericana como protagonista.
Según el escritor Carlos Franz (33), autor de La Muralla Enterrada (Editorial Planeta, 2001), libro que precisamente trata esta relación, estamos frente a un tema y a un dilema eterno. “Piensa en las Mil y Una Noches, tantos de cuyos cuentos ocurren en Bagdad. La tragedia griega, unos 1500 años antes, tiene de trasfondo la ciudad, como en Las Euménides de Esquilo. El asunto político ha sido siempre materia de drama, y por ende la polis, como escenario de la política. Más tarde, con el auge de la novela burguesa (que es también la novela del burgo), la ciudad va a ser casi un personaje más. Pero hay, todavía, otra manera de contestar esta pregunta: la ciudad es literatura, es un texto abierto, un libro que leemos y no agotamos, porque al leerlo lo reescribimos”-, responde Franz desde Londres, ciudad donde lleva radicado como escritor residente desde un par de años.
¿Crees que arquitectura y literatura deben potenciarse desde sus respectivas esquinas en el resguardo del patrimonio urbano?
“No. Yo no creo que la literatura deba tener obligaciones. El arte debe ser el gran espacio de libertad social e individual, el último bastión que los planificadores no pueden quitarnos. Otra cosa es que como ciudadano sufro y protesto, siento en mi piel las heridas de la urbe. Como esta herida fresca de la Costanera Norte, el peor legado que le dejará Lagos a Santiago”.
Sobre lo mismo. ¿Cómo ves la relación entre literatura y la arquitectura?
“Fecundísima. Algunos grandes escritores han sido arquitectos, como Max Frisch, por ejemplo. Y algunos grandes arquitectos han querido ser poetas como el Mies Van Der Rohe del “less is more'” Sin embargo, yo creo que la arquitectura es más novela que poesía. Algo hay de similar en la construcción de una novela y un edificio, un equilibrio entre razón e imaginación, entre estructura y espacio, entre función y emoción”
¿Y tu relación con la arquitectura?
“Soy un arquitecto frustrado. Un “flaneur” desesperado que recorre las ciudades lamentando todos los edificios a los que no puedo entrar, atisbándolos por las ventanas, colándome por las puertas de servicio. Hace poco, sin ir más lejos, descubrí una joya escondida en Londres: el edificio art decó del Royal Horticultural Hall. No daré direcciones, porque como buen aficionado soy egoista.”
“Para mí Santiago ha sido la esfinge y el enigma al mismo tiempo”, inicia el autor, antes de entrar en los porqués de su obsesión capital. “Llegué a Santiago a los 11 años sin saber quién era ni dónde estaba. Desde entonces la pregunta de la ciudad quedó para siempre asociada con la pregunta de mi identidad. Entender la ciudad sería como entender nuestra sociedad y por ahí entender nuestra identidad. Lo que me traería de vuelta a saber quien soy. No lo he logrado, en ninguno de esos cuatro planos. Pero este es de esos temas en los cuales lo importante no es la respuesta, sino la ampliación de la pregunta. Bueno, y desde entonces he dedicado una novela y un ensayo de 220 páginas al tema. Y apenas empiezo a entreverlo”.
Relata Franz, en el prólogo de La Muralla Enterrada, que durante la década de los 70 para la construcción de la línea 1 del Metro, fue descubierta en el centro de Santiago una ciclópea “muralla enterrada”, resto de los antiguos tajamares de la época colonial. Testimonio de la memoria arquitectónica urbana de nuestra capital, presencia que el autor usó como metáfora para reconstruir la otra memoria urbana de Santiago, la literaria. Teoriza el autor que Santiago es una ciudad que ha crecido y se ha fortalecido en el desorden, razón por la cual habla de la urbe como un Imbunche, ente mitológico deforme, creado a partir de partes pegoteadas de otros seres y con todos los orificios (¿escapes?) de su cuerpo cerrados. Criatura escondida en el barrio de la Chimba, según El Obsceno Pajaro de la Noche de José Donoso, que existe como un secreto parásito de Santiago de Chile pero que al mismo tiempo, por contradictorio que parezca, es el rostro de la ciudad.
“En La Muralla Enterrada intenté contradecir la tesis de que la literatura chilena es sobre todo poesía y que esta es sobre todo paisaje natural. Creo que tenemos una gran novela urbana en clave: la formada por esas más de setenta novelas del siglo XX que tomaron a Santiago como espacio y que trato en mi ensayo. De alguna forma todos los libros citados en La Muralla Enterrada funcionan como un todo, un retrato seriado de Santiago del Nuevo Extremo”.
“La verdad es que existe una poderosa narrativa urbana de Santiago, con ya más de cien años de edad”, describe. “Si no hemos querido verlo con más claridad es porque esta novela urbana ha sido muy crítica de nuestra ciudad. Es decir de nuestra sociedad. Y los chilenos le huimos al espejo. Porque -y perdón por citarme-: "Si los escritores no han amado a Santiago, es porque nosotros no nos amamos. Si a sus autores los ha espantado la muralla enterrada y el rostro de imbunche de la ciudad, es porque la muralla y el imbunche son los rostros que vemos cuando nos miramos en el espejo de nuestras pesadillas. Por eso evitamos el espejo, cerramos los libros”.
Y los arquitectos también le escapan a este espejo
“No lo sé, no me atrevería a afirmarlo. Tampoco a negarlo”
Explica un poco más lo del Imbunche
“Creo que el Imbunche debiera reemplazar al cóndor y al huemul en nuestra heráldica. El Imbunche: ese ser deformado, coartado, cosido y recosido, y al mismo tiempo potente. Es decir pura potencia que se frustra en el acto. Eso es tan de nuestra pobreza. El estilo ecléctico nacional es hijo del imbunche. He ahí nuestra fuerza y tan poca gente lo ve. En el mito chilote ese monstruo es el guardián de la cueva, de la “casa grande”, o sea del país.”
¿Hay en la idea de “La Muralla Enterrada” una metáfora implícita al hecho de que Santiago se ha caracterizado por “enterrar” su legado arquitectónico?
“No sólo su legado arquitectónico. Esto sería casi banal, considerando que ciudades mucho más importantes -para sus habitantes- que la nuestra, lo han hecho y lo siguen haciendo, como Londres donde actualmente vivo. El nuestro es un problema mayor, es un problema de identidad en conflicto, un problema de nuestra cultura. No sabemos qué conservar y qué cambiar, porque no sabemos quienes somos”.
La Muralla Enterrada presenta Santiago como una ciudad imaginaria dividida en siete barrios, divisiones que tienen que ver con la forma como han visto los escritores a la ciudad a través de novelas y cuentos, desde 1900 a la fecha. No es una estructura política, sino estética y desde ese punto también lo es social. El Santiago de La Muralla Enterrada se dibuja en su desorden, en las diferencias que hay entre cada uno de estos barrios, pequeñas ciudades que forman la nave madre. Carlos Franz parte con el Barrio de las Chimba (Recoleta e Independencia), sigue con La Ciudadela Amurallada (el centro) y el lugar de Los Deseos (Estación Central). El cuarto barrio es el del Matadero (Sur de Santiago) al cual continúa el Zoco (Calle San Diego). La Ciudad de los Cesares (Centro Cívico) alarga el viaje que finalmente acaba en los barrios altos, de Providencia y las Condes, llamados acá el Jardín.
“No creo que los barrios estén en extinción”, se extiende Franz cuando las preguntas llevan al tema de esta visión de la urbe. “Hay otras maneras de vivirlos”, sigue. “No necesariamente peores, sólo distintas. La literatura urbana es un sismógrafo. Las primeras novelas sobre los barrios de clase media nueva de La Florida darán cuenta de que allí hay más que una comuna, hay una manera de habitar gestándose. La literatura hace ciudad casi tanto como el SERVIU”.
¿De que manera este desorden ha contribuido a dar la “forma” definitiva
de Santiago?
“De ninguna. El desorden es fluctuante, cambiante, mutable. Es la única identidad en la que creo: la tradición se perpetua a través de los cambios que hacemos en ella, dijo T. S. Eliot.”
De donde vino la idea de darle esta forma al desorden de Santiago.
“Ansiedad apolínea. Como buen dionisiaco, añoro las formas que sugiere el caos.”
Si en "La Muralla Enterrada" hay un mensaje para los escritores, ¿también hay uno para los arquitectos?
“No me atrevería a dar mensajes. Hemingway dijo que eso lo hacen los carteros. Pero a los urbanistas y arquitectos yo los haría leer más novelas y a los escritores diseñar una casa, o planear una ciudad. Hay tanta novela donde las puertas baten en contra; y tantas casas sin imaginación. Ejercicios de humildad, creo que ambos saldríamos ganando”.
Donde está la frontera que separa al Santiago construido por la literatura del Santiago armado por la arquitectura.
“No es posible encontrarla. Es una costura continua, una cicatriz invisible como la de la muralla enterrada. Desde el subsuelo la obra nace con la amenaza de su ruina. El arte, la arquitectura naive, no lo ve y cruza el límite continuamente, tropieza en la falla y tiembla, amenaza caerse. Ese temblor es pura potencia, en lo mejor de lo nuestro. Un gran edificio tiembla, siempre, de irrealidad. En Chile somos tan realistas, queremos una solidez extranjera, y por eso somos tan estables en nuestra fomedad. Nuestras mejores obras son nuestra ruina”
Lo comentas en tu libro, pero me gustaría que te refirieras a algo que tratas en el capitulo dedicado al Jardín, acerca de cómo la ciudad fue encaramándose a los cerros y alejándose del centro.
“El poder huye del centro de sus responsabilidades porque se siente culpable; culpable de su inconstancia. La elite huye hacia un jardín del edén -el jardín del este-, utopía ecléctica de estilos en fuga de si mismos. La ciudad es el registro de sucesivas capitulaciones, y de huídas protagonizadas por sus elites antes de cons"olidarse, aterradas por la consolidación. No digo nada muy nuevo: esto es muy nuestro y muy latinoamericano. En el reciente reflujo hacia el centro asoma una débil esperanza.
¿Hay que aprender a leer nuestra ciudad, antes de querer cambiarla?
"Habitar es leer. Hacer inteligible el espacio. Inteligible que viene de inter-legere. Leer entrelíneas".

1 Comentarios:

A la/s 12:56 a. m., Blogger Cristian dijo...

Desde q conocí Santiago (soy de Conce) me he preguntado por q la odian tanto sus habitantes, y creo q aca está la respuesta: no odian a la ciudad, se odian a si mismos por convertirla en un lugar insoportable.

Disfruten sus ciudades, recorranlas y dense cuenta lo lindas q pueden llegar a ser. Quizas se arrepientan después de no generar un lazo más profundo con el lugar donde nacieron y crecieron.

 

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