TELESERIES Y TRANSICION
En las teleseries de Sabatini está el mejor retrato en términos de cultura pop que se ha hecho al "peso" del Gobierno de Pinochet sobre toda una generación de Chilenos. La tesis la conversé en una ocasión con Iván Valenzuela. Tiempo después, ante la presión de tener que entregar una columna, reciclé esa conversación. Y aunque lo cité en el borrador, el prefirió el anonimato. Gracias igual. Por el plagio. Por la idea al viento.
Columna publicada el jueves 17 de marzo del 2005 en Capital
Historia de Chile
La victoria de “Brujas” sobre “Los Capo” va más allá de la calidad de una teleserie sobre la otra. Su supremacía es prácticamente una tesis sobre el nuevo estado de las cosas en el país..
Primero lo básico. Brujas es mejor teleserie que Los Capo. Desde todo ángulo funciona por sobre la producción de TVN. Es entretenida, melodramática, tiene buenos personajes y la pretensión justa: no busca trascender ni educar. Simplemente es una telenovela y punto. Da lo mismo que el canal estatal haya contratado profesores de italiano, construido una réplica de un pueblo de inmigrantes y desparramado millones en extras, caballos y locaciones exóticas, Los Capo sencillamente no funcionan. Salvo contados personajes, lo importante, que es y seguirá siendo contar una buena historia, no cuaja por ningún lado. Ok, puede que sea una gran producción, pero eso no significa que sea una buena teleserie. De hecho está bastante lejos de serlo. Y la gente se dio cuenta.
Si bien Brujas tiene suficientes virtudes como para fundamentar su éxito sólo desde un nivel artístico, lo realmente interesante de su victoria es su significado a un nivel macro. Varios medios y críticos han apuntado que la caída de Los Capo –que no es la caída del área dramática del 7, que tiene suficientes productos de calidad para continuar siendo la mejor de Chile- se debió a que el público está cansado de ver siempre la misma historia. Que pascuenses, que chilotes, que gitanos, que italianos. Cambia el grupo étnico pero la historia sigue siendo la misma. Es verdad, pero también lo es que Brujas, al igual que Los Capo, es el recocido de una historia ya probada. Puede que no haya lazos sanguíneos entre sus protagónicos, pero la moral de clan a lo Machos está ahí. Por ejemplo, el logrado personaje de Sabaleta, hoy por hoy el mejor actor de teleseries (que no es lo mismo que actor a secas), es simplemente una exageración de su recordado Alex Mercader.
Pero la dimensión más interesante del fracaso de Los Capo tiene que ver con la reacción de la audiencia hacia la historia que propone el canal de todos los chilenos. Sabatini es el más legítimo autor de teleseries que ha visto nuestro país desde Moya Grau. Su moral a lo James Cameron lo ha hecho visualizar el género desde lo epopéyico, lo trascendente. Sabatini jamás se ha quedado en la historia, su moral es más ambiciosa. Cada melodrama con su firma es, por encima de todo, un lujoso soporte para un discurso bastante propio: crear una metáfora pop al Chile de las últimas tres décadas. Lo he conversado con varios amigos y colegas, las teleseries de Sabatini tratan sobre el alza y caída de una figura de poder absolutista. Básicamente la extrapolación del personaje más emblemático de nuestra historia reciente: Augusto Pinochet. Se piense lo que se piense del ex gobernante, lo cierto es que constituye la imagen que más nos ha marcado como generación. Y Sabatini lo tiene más que claro. El inglés de Pampa Ilusión, Delfina Guzmán en El Circo de las Montini, Mares González y Alvaro Morales en Los Pincheira y ahora Lucho Alarcón en Los Capó. Todos son amos y señores, emperadores de su tierra, a menudo con las fuerzas de “la ley y uniformados” a su servicio. Como la historia de la concertación, los cuentos de Sabatini nos han narrado la crónica de cómo los adversarios a un gran patrón se alían para derrumbarlo y restablecer el orden de las cosas. Así como a fines del siglo XIX, Dickens usó sus historias de huérfanos para hablarnos de la Inglaterra Victoriana post revolución industrial, Sabatini se las arregló para usar sus melodramas como metáfora de la transición chilena. Y de manera inconsciente, el público compró estas historia, imágenes de una historia –valga la redundancia- que nos pertenece a todos.
Así como las teleseries de la era Marrón Glacé eran resabios inocentes de una era ciega –el fin del gobierno de Pinochet-, Sabatini construyó con sus obras la gran epopeya del Chile post 88. De un Chile que está dando sus estertores finales, preparándose para entrar a un nuevo periodo, uno que -mejoras económicas mediante- se ha vuelto más superficial, más consumidor y más rutilante. Nuestro Chile ya no es un país en transición, es un país loco, que se cree centro del universo y que está acostumbrándose a transitar bajo candilejas. En ese panorama, el público, la masa se siente cada vez más alejada de historias que remiten a su pasado más cercano. Pinochet, como figura autoritaria, se desplomó hasta lo más bajo. Hoy, para el inconsciente colectivo, es más un viejo con líos económicos que un ex dictador. Puede sonar fuerte pero así es. La metáfora del poder absoluto de Sabatini ya no está en la genética del espectador de teleseries, quien ahora sólo quiere superficialidad y comerse la mejor de las hamburguesas con papas fritas. Y en esta idea, Brujas es la más sabrosa de todas. Es cierto, como apuntamos al inicio, Brujas es superior como teleserie a Los Capo, pero la cada vez mayor brecha de audiencia en contra de la producción de TVN tiene que ver más con nuestra identidad como nación que con la calidad de una historia. Vean el caso de 17, también de TVN, buenas críticas y mejores cifras para un cuento simple como un chicle, liviano como un país que lo único que quiere es colores brillantes, niñas lindas y sol tropical.
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