Y una flecha traicionera salió del arco de Viluf, enterrándose en un costado de Licarayen, quien se desplomó, arrollada por los gritos de espanto de sus dos compañeros.
-Ja ja ja ja-, rió el siniestro general Yekamu, mientras el gato rojo se subía a su espalda y comentaba que todo había salido perfecto, tal cual había sido planeado.
-Gato rojo….-, dijo Brujo. –Tú me prometiste…
-Oh, niño tonto, no debiste creer en un mentiroso, como yo…
-Maldito…, asesinaste a Licarayen-, gritó Daga y saltó contra el felino, pero este se levantó y tomó su forma de brujo sombra. Luego estiró su mano derecha y disparó un rayo contra el muchacho que saltó despedido contra una pared cercana.
-Detente-, exclamó Brujo y trató de enviarle también un rayo de energía, pero este fue repelido por Gato Brujo, mucho más poderoso en su forma humana.
-Mi nombre es Cailin-, bramó el oscuro hechicero-, y soy un señor de sombras vivientes, capitán de Aiwines. Nunca podrás contra mi poder, niño tonto. Con la princesa muerta, tus poderes son insignificantes. Ni tú, ni Daga podrán evitar que llevemos esta Tierra a una eterna oscuridad.
-Me engañaste…
-No, mi tonto Brujo Azul. Solo te usé. Ocupé tus sentimientos de resentimiento contra tus amigos y los transformé en odio, para que llevaras a cabo mis planes. Caíste en mis hechizos como un niño pequeño. El general Viluf no asesinó a tu querida Licarayén, tampoco fui yo. El asesino fuiste tu… estúpido engreído…
-Nooo.
-No lo escuches-, interrumpió Daga, evitando que Brujo enfrentara solo a Cailin y al general Viluf. Tras ellos, las puertas del fondo de salón se abrieron y un batallón de mecánicos Invunches aparecieron resonando sus metales y vapores.
-La invasión está lista-, comentó el general. –Vean a mis Invunches, son los primeros de cientos, con ellos arrasaremos todo el Curuñadi.
Una voz temblorosa interrumpió al malvado.
-El cu… ru… ña… di… es eterno.
Todos giraron hacia Licarayen. Herida, la muchacha intentó ponerse de pié.
-¡¡¡No estás muerta!!!…-, gritó Brujo.
-No… y por favor, ayúdenme a levantarme, hay una guerra que evitar-, pidió la muchacha.
Brujo y Daga se acercaron a Licarayen y la apoyaron en sus hombros.
-No dejes que junten sus poderes-, bramó Cailín, el gato Rojo. –Juntos pueden destruirnos…
Viluf levantó su brazo derecha y uno de los Invunches apuntó contra los niños...
-Feliz viaje a la otra vida, tontos-, se burló el sombrío hechicero, mientras un proyectil explosivo era disparado por el monstruo de metal.
Los tres muchachos se abrazaron, sabiendo que ya no había escape.
Pero antes de que el proyectil los impactara, un escudo invisible lo desvió.
-¡¡¡¿Qué pasa?!!!-, preguntó, confundido, Cailin.
-Pasa, que ya terminaron tus abusos contra nuestra tierra-, respondió una voz que con su sola potencia, rompió la puerta del casillo.
Todo el Curuñadi parecía haber acudido al rescate de los jóvenes guerreros.
Un albo unicornio Camahueto estaba franqueado por dos serpientes primordiales. Agchen, señor de los voladores Cai Cai y Cavilolen, rey de los subterráneos Tren Tren. Y sobre ellos, ndo montado en un blanco albatros, el viejo Yossi y el rey Calfucura.
-Padre…-, sollozó Licarayén.
-Si, mi pequeña, estoy aca-, respondió el canoso soberano.
El albatros se poso enfrente de Viluf y Cailin. Y los dos veteranos señores del Curuñadi, enfrentaron a sus eternos enemigos.
-Hechicero maldito, servidor de la innombrable… pagaras todas tus faltas-, bramó el rey…
-Viejo, tu no puedes contra mi-, respondió Cailín.
-Eso es cierto, yo no puedo. Por eso no estoy hablando de mi-, Y tomando un gran medallón, el señor de los Huemules se lo arrojó a los niños.
-Pongan sus manos sobre esa joya, los tres-, les ordenó.
-NOOOOO-, gritó Cailín desesperado, intentando coger el talismán en el aire.
Brujo, Daga y la herida Licarayen tomaron el diamante y lo apretaron con fuerza con sus manos derechas. Un resplandor potente cubrió a los muchachos, como si una estrella hubiese caído a tierra. El Camahueto y las dos serpientes se acercaron y saltaron dentro de la cegadora luminosidad.
Entonces la tierra comenzó a temblar y la gran torre comenzó a derrumbarse, llevándose en la ruina a todos sus moradores. Cailin, Viluf y las tropas invasoras fueron consumidas por la luz. Y cuando la oscura fortaleza estuvo completamente en ruinas, del resplandor surgió un rayo que atravesó las nubes y las deshizo para siempre. Y por primera vez en cientos de años, el sol iluminó el Curuñadi.
-Hecho está-, dijo el rey.
-Hecho está mi amigo-, le contestó Yossi.
Entonces el resplandor terminó. La serpiente alada se llevó a la otra por los cielos. El Camahueto desapareció hacia el cercano mar de Kuanyip y sólo quedaron Brujo y Daga, llorando ante una desfalleciente Licarayén.
-Está muriendo…-, dijo Daga.
-Llevémosla a Huemulcan-, ordenó el rey.
-La herida está muy profunda-, dijo Yossi, es mejor no moverla.
-Alguien puede hacer algo…-, lloró Brujo.
-No importa… -, pronunció la desfalleciente muchacha, -ganamos y eso es lo que importa. Estoy feliz con ver el sol en mi Tierra. Todo lo sufrido ha valido la pena. Brujo, Daga, vengan y tómenme de la mano.
Los chicos obedecieron.
-Son lo mejor que me pasó en la vida… gracias por venir.
Y dicho, la princesa de los Huemules, cerró los ojos.
-¡¡¡NOOOO!!!…-se desplomó Daga sobre el cuerpo de la muchacha… -Tu noooo…
Brujo se apoyó en su amigo y mientras trataba de consolarlo, miró al paciente rey Huemulcura.
-Hay un modo-, pronunció el anciano.
Daga y Brujo lo miraron.
TRES DIAS después, Brujo Azul abrió los ojos. Las paredes de una habitación que no veía hace muchos años, le fueron repentinamente familiares. Y el olor del lugar. Era tan distinto del otro. Asustado se levantó y miró por la ventana hacia el exterior. No vio ni praderas verdes, ni montañas altísimas. Sólo autos y niños corriendo. Fue hasta un espejo y miró su reflejo, nuevamente tenía trece años. Nuevamente era Italo “Talo” Gravelle, como cuando había empezado todo. Trató de entender lo que había pasado y no pudo.
Golpearon tres veces a la puerta.
-Hijo-, pronunció una voz que no oía en demasiado tiempo.
-¿Mamá?
-Si, soy yo, flojo. Sé que es sábado, pero has dormido demasiado. Levántate Talo, mira que tienes visitas.
-¿Visitas?
-Si, tu compañero, Diego. Te espera en el living.
Brujo buscó un buzo, se lavó la cara rápido y bajó trotando al primer piso. Daga revisaba unos libros. Se veía tan niño, igual a cuando habían partido al Curuñadi hacia cinco años.
-Brujo-, le dijo al verlo aparecer.
-Talo, Diego, acuérdate que acá me llamo Talo
-Es cierto, cuesta acostumbrarse.
-¿Recuerdas algo, Diego?
-Vagamente. Ven, ando en bicicleta. Toma la tuya y salgamos un rato.
Talo fue por la suya. Un par de minutos después, pedaleaban por el parque cercano al vecindario.
-Entonces, Diego…
-Lo último que recuerdo fue a Huemulcura diciéndonos que el único modo de salvar a Licarayén, era traspasarle parte de nuestras almas. Pero que al hacerlo, dejaríamos el Curuñadi para volver a nuestro viejo mundo.
-Y eso paso.
-Y es como si nunca nos hubiésemos ido.
-Yossi nos lo advirtió. Que volveríamos a la mañana siguiente a nuestra partida…
-Es raro.
-Lo sé.
-¿Y Licarayén…?
-Ella está bien.
-¿Cómo lo sabes, Diego?
-No lo se Talo, pero lo siento.
Talo miró al cielo. Una bandada de pájaros cruzo junto al sol.
-Si-, dijo, -ella esta bien. ¿La volveremos a ver?
Diego también miró al cielo.
-Tu que crees.
Y ambos sonrieron.
Y A OTRO MUNDO DE DISTANCIA, Licarayén se asomó a su balcón en la torre más alta de Huemulcan. El sol brillaba sobre el Curuñadi, tiñendo todo con los colores más brillantes. Y la princesa sonrió.
_Gracias Diego, gracias Talo-, dijo. –Ustedes siempre serán Daga y Brujo Azul. Y sé que pronto nos volveremos a ver.
Abajo, junto a las puertas de Huemulcan, dos estatuas colosales daban la bienvenida a los que llegaban a la ciudad. Estaban dedicadas a Brujo y a Daga, quienes les habían devuelto el sol, quienes por siempre serían llamados los salvadores de esa vieja tierra. Hasta que el tiempo volviera a juntarlos.
FIN