NOSFERATUS: RICK WRIGHT Y DAVID FOSTER WALLACE Y
Versión ligeramente XL de la publicada hoy en Wiken. Como siempre sus comentarios en los blog del decano serán agradecidos por su servidor. Postear aquí.
VAMPIROS
Como en los mitos, los héroes de la cultura pop también son inmortales. Pero mientras Hércules y Odiseo se convirtieron en constelaciones, los actores, músicos, escritores o directores hacen lo propio como vampiros. Eternos en sus creaciones, respirando a través de sonidos, palabras e imágenes, chupando la sangre de los fanáticos que nos quedamos en esta orilla. Pienso en David Foster Wallace a través de las páginas de La Broma Infinita o en Rick Wright, en cualquier acorde de Pink Floyd, pienso en tantos otros, también en capas negras y colmillos afilados.
En 1996 la Fox produjo una efímera serie llamada La Hermandad: Los Abrazados, basada een el juego de rol Vampiro: La Mascarada, que acá transmitió Uniseries (el actual AXN) y Mega en horario de trasnoche. El drama era sobre una sociedad de vampiros que vivían insertos en nuestra sociedad, plot plagiado a posterior por la escritora Stephenie Meyer (Crepúsculo), Alan Ball (Six Feet Under) en su nueva joyita para HBO, True Blood e incluso en la versión fílmica del pesonaje Blade, de Marvel Comics.
La serie, producida por ese otro nosferatu, Aaron Spelling, no era una maravilla, pero tenía una gran idea: entre los vampiros había un grupo con el poder de manipular las emociones, generando lo que los mortales entendemos como arte. Miembros de este clan (en secreto, obvio) habían sido Leonardo da Vinci, Mozart, Elvis Pressley, Janis Joplin, Jim Morrison y Kurt Cobain, lo que explicaba las muertes prematuras de alguno de ellos, porque el éxito los hacía públicos y eso provocaba el temor en los otros no muertos. Una buena explicación pop al fallecimiento de un ídolo. Más freak. La serie no se canceló por bajos rating, sino por la inesperada muerte de su protagonista, un desconocido Mark Frankel. Internet está plagado de raras teorías acerca de que el trágico suceso fue gatilllado porque la serie se acercaba demasiado a una verdad que era mejor que continuara en sombras.
Sincronía trágica. Me entero de la muerte de uno de mis ídolos, el escritor David Foster Wallace y le dedico “Shine on you crazy diamond, parte IX” de Pink Floyd, la marcha fúnebre que el tecladista Rick Wright compuso para su amigo Syd Barrett en 1975, entonces en estado de casi muerte. El tema no alcanza a terminar cuando me llega un mail: “murió Rick Wright”, dice. No me la creo. Si el fallecimiento de Wallace me resultó un golpe en el pecho, lo de Wright fue un tiro directo. Quedé desolado, en blanco, no sólo porque Pink Floyd es parte de la banda sonora de mi vida, sino porque de todos sus integrantes, Wright siempre fue mi favorito, autor y cantante de la canción más bella jamás compuesta por la banda, “Summer of 68”, una balada acústica escondida entre los temas largos de Atom Heart Mother. Más sincronía, el músico se fue el día en que se cumplen 33 años (la edad de Cristo) de la salida del disco Wish you were here, su trabajo favorito dentro de la discografía del grupo, precisamente la placa donde viene “Shine on you crazy diamond”. Da pena, harta, sobre todo por el sentido que toma el título del LP, todos los fans desearíamos que siguiera aquí, aún con nosotros. Da pena porque con la muerte de Wright no sólo desaparece Pink Floyd como grupo, sino que se esfuma uno de nuestros más curiosos mitos pop, la hipotética tocata de la banda en el Valle de la Luna. Un rumor generacional que creció de boca en boca sin que nadie se preguntara lo evidente, dónde diablos la banda más eléctrica del rock clásica iba a enchufar sus instrumentos y efectos especiales.
Foster Wallace y Rick Wright, nos veremos en el lado oscuro de la luna. Dice la trivia que la muerte en la arena del pop siempre viene de a tres, al cierre de esta edición aun no se anunciaba el vértice final del triángulo. Y mientras escribo paso lista entre quienes van por el borde: Amy Winehouse, Robert Plant, Bob Dylan. Sus riesgos son disímiles, la primera por una vida apuntada en extremos, los otros alcanzados por la edad. No cito a los Stones, porque los Stones son de mentira, no existen, hace tiempo que están muertos, son zombies y los zombies están en otra categoría, más mundana que los vampiros.
Como en los mitos, los héroes de la cultura pop también son inmortales. Pero mientras Hércules y Odiseo se convirtieron en constelaciones, los actores, músicos, escritores o directores hacen lo propio como vampiros. Eternos en sus creaciones, respirando a través de sonidos, palabras e imágenes, chupando la sangre de los fanáticos que nos quedamos en esta orilla. Pienso en David Foster Wallace a través de las páginas de La Broma Infinita o en Rick Wright, en cualquier acorde de Pink Floyd, pienso en tantos otros, también en capas negras y colmillos afilados.
En 1996 la Fox produjo una efímera serie llamada La Hermandad: Los Abrazados, basada een el juego de rol Vampiro: La Mascarada, que acá transmitió Uniseries (el actual AXN) y Mega en horario de trasnoche. El drama era sobre una sociedad de vampiros que vivían insertos en nuestra sociedad, plot plagiado a posterior por la escritora Stephenie Meyer (Crepúsculo), Alan Ball (Six Feet Under) en su nueva joyita para HBO, True Blood e incluso en la versión fílmica del pesonaje Blade, de Marvel Comics.
La serie, producida por ese otro nosferatu, Aaron Spelling, no era una maravilla, pero tenía una gran idea: entre los vampiros había un grupo con el poder de manipular las emociones, generando lo que los mortales entendemos como arte. Miembros de este clan (en secreto, obvio) habían sido Leonardo da Vinci, Mozart, Elvis Pressley, Janis Joplin, Jim Morrison y Kurt Cobain, lo que explicaba las muertes prematuras de alguno de ellos, porque el éxito los hacía públicos y eso provocaba el temor en los otros no muertos. Una buena explicación pop al fallecimiento de un ídolo. Más freak. La serie no se canceló por bajos rating, sino por la inesperada muerte de su protagonista, un desconocido Mark Frankel. Internet está plagado de raras teorías acerca de que el trágico suceso fue gatilllado porque la serie se acercaba demasiado a una verdad que era mejor que continuara en sombras.
Sincronía trágica. Me entero de la muerte de uno de mis ídolos, el escritor David Foster Wallace y le dedico “Shine on you crazy diamond, parte IX” de Pink Floyd, la marcha fúnebre que el tecladista Rick Wright compuso para su amigo Syd Barrett en 1975, entonces en estado de casi muerte. El tema no alcanza a terminar cuando me llega un mail: “murió Rick Wright”, dice. No me la creo. Si el fallecimiento de Wallace me resultó un golpe en el pecho, lo de Wright fue un tiro directo. Quedé desolado, en blanco, no sólo porque Pink Floyd es parte de la banda sonora de mi vida, sino porque de todos sus integrantes, Wright siempre fue mi favorito, autor y cantante de la canción más bella jamás compuesta por la banda, “Summer of 68”, una balada acústica escondida entre los temas largos de Atom Heart Mother. Más sincronía, el músico se fue el día en que se cumplen 33 años (la edad de Cristo) de la salida del disco Wish you were here, su trabajo favorito dentro de la discografía del grupo, precisamente la placa donde viene “Shine on you crazy diamond”. Da pena, harta, sobre todo por el sentido que toma el título del LP, todos los fans desearíamos que siguiera aquí, aún con nosotros. Da pena porque con la muerte de Wright no sólo desaparece Pink Floyd como grupo, sino que se esfuma uno de nuestros más curiosos mitos pop, la hipotética tocata de la banda en el Valle de la Luna. Un rumor generacional que creció de boca en boca sin que nadie se preguntara lo evidente, dónde diablos la banda más eléctrica del rock clásica iba a enchufar sus instrumentos y efectos especiales.
Foster Wallace y Rick Wright, nos veremos en el lado oscuro de la luna. Dice la trivia que la muerte en la arena del pop siempre viene de a tres, al cierre de esta edición aun no se anunciaba el vértice final del triángulo. Y mientras escribo paso lista entre quienes van por el borde: Amy Winehouse, Robert Plant, Bob Dylan. Sus riesgos son disímiles, la primera por una vida apuntada en extremos, los otros alcanzados por la edad. No cito a los Stones, porque los Stones son de mentira, no existen, hace tiempo que están muertos, son zombies y los zombies están en otra categoría, más mundana que los vampiros.
Etiquetas: Artículos propios, Cine, Fuera de Foco, Homenaje, Musica
0 Comentarios:
Publicar un comentario
<< Página Principal