FORTEGAVERSO

miércoles, septiembre 21, 2005

KNIGHT RIDER

Fue uno de los fetiches de mi infancia. El Trans Am negro e inteligente era simplemente perfecto. Por eso lo recuerdo con tanto cariño. Turbo bost, auto cruise, super persuit eran parte de mi vocabulario de quinto básico. Y esta columna, un gratuito homenaje con algo -quizás- de teórico al fondo. Nada más que eso.

La columna fue publicada en la edición de la última quincena de Julio en Capital.


El Auto Fantástico

Para mi último cumpleaños, mi amigo Willo –crítico televisivo injustamente exonerado de un importante medio- me regaló una caja de DVD con la primera temporada de El Auto Fantástico. Nada que decir: ¡Gran regalo! Me he pasado los últimos cuatro fines de semana nadando en las cursis aventuras de David Hasselhoff y su deportivo parlante. Y aunque con los años a cuesta, la serie me parece pésima –excepto por KITT, ese Pontiac Trans Am negro e indestructible jamás pasará de moda-, el ejercicio de revivir una de mis grandes pasiones “tevitas” de todos los tiempos me ha sacado más de una lágrima. Me pasó el sábado pasado al revisar el episodio cinco, cuando KITT debe enfrentarse a KARR su gemelo malvado, vehículo que al no poseer el “chip de protección a la vida humana” era un asesino en potencia con motor V8. Tenía 9 años cuando ví por primera vez ese mismo capítulo, me acuerdo que ahí fue cuando me enamoré de Patricia McPherson, la actriz que actuaba de Bonnie Barstow, la sexy mecánica del auto fantástico, misma que fue reemplazada en la segunda temporada por una tal Rebecca Holden y que regresara en gloria y majestad para la tercera y cuarta. Nunca supe que sucedió con esas señoritas tras KITT, en ww.imdb.com aparecen con escuetas filmografías, nada de mucha importancia.
Las series ochenteras pasarán a la memoria medial como algunas de las más ingenuas de todos los tiempos. Herederas del Reaganismo, su manía de mostrar que un hombre podía marcar la diferencia defendiendo la ley y la justicia hizo escuela. Pensemos en Los Magníficos, ese escuadrón de Rambos de buen corazón, que nunca disparaban a matar. O en Manimal, flemático profesor capaz de transformarse en halcón, pantera y otros bichos que no pudo pasar del capítulo 7. Pero sobre todo en la cantidad de vehículos asombrosos que pulularon por las pantallas, gentileza de las mentes de Glen A. Larson y Donald P. Bellisario, dos productores con alma de redactores de Mecánica Popular. Enumerando: Cóndor, una super moto; El Auto Fantástico, un deportivo inteligente; Automan, un hombre generado por computador con un arsenal de máquinas automáticas, Lobo del Aire y Relámpago Azul, dos super helicópteros que vaya a saber uno por qué, sus pilotos habían escondido en algún lugar de los Estados Unidos, de donde los sacaban para defender a los inocentes de los corruptos.
Es curioso hacer una lectura política a estas series, pero de hecho la tienen. Al igual que en el cine y la música, los 80 fueron un periodo de plástico, absolutamente desechable pero por lo mismo encantador. Es indudable que Automan no tenía ni un tercio de la calidad argumental y la onda de Los Expedientes Secretos X, quizás el drama insignia de los 90, pero a su modo representaba su época. Reagan y sus fantasías de defensas estratégicas de ciencia ficción requerían máquinas asombrosas para educar al público, en cambio un mundo sin esfera soviética y con adversarios que podían venir de territorios desconocidos necesitaban de conspiraciones e investigadores de lo oculto. Reagan era un vaquero, como los integrantes de Poison, David Hasselhoff y su corcel increíble (el nombre original de la serie era Knight Rider, juego de palabras entre Caballero y Jinete), Bush un eterno miedoso, como el Agente Mulder y los músicos de Nirvana y Pearl Jam.
Pero lo interesante de esta interpretación es que también se extrapola a lo que sucedía en Chile durante la década de los ochenta. La inocencia no sólo venía de las producciones locales, sino también de lo que venía embasado. Un amigo me decía hace poco que la gracia de estas series era que uno las veía a partir del escapismo. Cuando los noticiarios se cimentaban en una lectura libre de lo que en realidad estaba ocurriendo, los autos fantásticos nos arreglaban la vida después de las 9 y media de la noche. Y puede que tenga razón, pero no es menos cierto que se trataba de series con una moral en blanco y negro que estiraban a la perfección el discurso Pinochetista de la amenaza marxista. Stringfellow Hawke, piloto de Lobo del Aire, se pasaba sesenta minutos cada semana destruyendo Migs, volando sobre Cuba o ayudando a militares sudamericanos a derrocar al comunista de turno.
En el último episodio de la caja de El Auto Fantástico, KITT quedaba malherido al enfrentarse con Goliat, un camión cubierto con su mismo blindaje indestructible. No sé si vaya a comprarme la segunda temporada cuando salga. ¿Para qué? Durante diez años nos contaron la misma historia y nos entretuvimos con ella, mejor vuelvo a poner el DVD y veo de nuevo los capítulos que tengo. Total lo importante nunca fue la serie, sino que todos queríamos correr sobre nuestro Trans Am inteligente hasta donde nos llevara su impulsor turbo.