EL FIN DEL MUNDO EN EL FIN DEL MUNDO...
Hoy en Revista del Sábado. Grande Pato Jara... un orgullo estar con el resto de los X-Men... Como decía Bilbo, compartir con tantos y buenos amigos.
La nueva literatura fantástica chilena FREAK POWER
Sus novelas son el síntoma de una corriente en expansión; un fenómeno alentado por autores desprejuiciados que aprovechan el apoyo editorial y las redes digitales para captar lectores como nunca antes. Todo bajo una premisa: contar las historias de un Chile improbable, aunque, mirándolo bien, peligrosamente cercano.
Cuatro escritores se han reunido frente a la librería Ulises, en el Drugstore de Providencia. Pero no es un encuentro literario; o al menos no como podría esperarse: los cuatro se sientan en la terraza de un restaurante de pizzas de tenedor libre y que en frente haya una vitrina atiborrada de libros es mera coincidencia; un decorado que no pidieron. Aunque sus novelas podrían estar exhibidas allí, ellos se quedan afuera y comen pizza.
Álvaro Bisama, Mike Wilson, Jorge Baradit y Francisco Ortega, todos menores de 40 años, habitualmente vienen aquí porque son amigos (de ésos que primero se leen y admiran mutuamente antes de conocerse en persona) y, en lo particular de esta historia, porque los cuatro, quiéranlo o no, se han encargado de darle nuevos aires a la literatura fantástica nacional de un modo que antes resultaba imposible: con el apoyo de editoriales poderosas y aprovechando todos los recursos disponibles en la web para difundir su trabajo y llegar a los lectores sin intermediarios.
Atardece en Providencia y las mesas del restaurante encienden pequeñas velas que hacen que la conversación ocurra en penumbra, como si los señores aquí presentes fueran buscados por la policía por escribir novelas que hablan y se sitúan en un Chile distinto, ya sea en el futuro o en el pasado, pero construidas con los elementos de nuestra historia o de nuestro presente. La mayor de las veces, con los más lúgubres.
Con algo de insidia podría decirse, además, que el dream team de la otra literatura nacional, cuando come, lo hace acompañado de bebidas de fantasía. Pero es miércoles y al día siguiente deben trabajar: como profesores universitarios, como editores o como creativos publicitarios. A simple vista, están lejos de cualquier rótulo de artista: son personas normales, con barbas, anteojos y camisas normales; con familias y mascotas normales.
La excepción, quizás, la marca Jorge Baradit, que se mueve por la ciudad en motocicleta y a ratos tiene la impronta de un rockero con cancha. No por nada su estética está más ligada, si se quiere, al punk, a Dead Kennedys o a Slayer, bandas que harían salir corriendo a Harry Potter y toda su magia escolar. Porque en las novelas de estos autores, si hay ilusionismo, está hecho por las máquinas, por robots de carcasas oxidadas o por conspiraciones alambicadas en que el poder siempre será sinónimo de "El Mal".
La consigna es clara: revolver y cuestionar sucesos pasados y apresurarse a escribir los que vienen. De manera que estos encuentros pizzeros, lejos de la solemnidad literaria, son una interminable sobremesa en la que todo es tema: desde los últimos capítulos de series de televisión como Doctor House y Héroes a narradores como J. G. Ballard, Clive Barker, Stephen King y Borges, los que conviven con cineastas como Spielberg y Kubrick y los discos de Joy Division. Son amigos y se quieren. No por nada en la pasada Feria del Libro de Santiago se presentaron mutuamente sus últimas novelas y daba la impresión de que eran una banda de rock haciendo un ciclo de conciertos. "Este es el show de los Muppets mutantes", decían entre risas cuando subían a la testera.
–Ocurre que nuestros puntos de referencia ya no están en la literatura, ya no buscamos simular la novela canónica –explica Mike Wilson, autor argentino-norteamericano avecindado en Chile y profesor de la Universidad Católica.
A poco de llegado a Chile, Wilson entró en sintonía con sus colegas, quienes, por lo demás, reúnen otra característica aparte de la estética: no nacieron en Santiago, sino que en lugares tan disímiles como Valparaíso y Victoria.
–¿Por qué no podemos referirnos a ciertas emociones evocando una película? –pregunta Mike Wilson–. Muchos están cansados de leer sobre un chico de clase media y su historia con su novia o su papá. Eso para mí hoy es inverosímil.
Wilson publicó este año en Chile su novela El púgil, que cuenta la historia de un boxeador derrotado a quien de pronto su refrigerador le habla y exige que le implante dos tubos catódicos a modo de ojos. "¿Cuánto metal hay que tener en la cabeza antes de que te digan robot?", se pregunta. La novela de Wilson ya está siendo estudiada en la Universidad de Montreal y recibió la aprobación del implacable crítico Camilo Marks: "Wilson sabe de lo que habla".
–Lo que hace que nos tomen en cuenta es que no estamos haciendo, necesariamente, ciencia ficción, es otra cosa… es mezclar, es recontar, es explotar un lado de Chile que no estaba y que es el Chile asombroso… es la literatura del fin del mundo en el fin del mundo –dice Francisco Ortega, autor de El número Kaifman, novela que estuvo varias semanas en el ranking de los libros más vendidos en 2006. Francisco actualmente es editor de no ficción de Alfaguara y uno de los primeros escritores nacionales en no tener prejuicios con el calificativo best seller. "A todos nos gustan las hamburguesas", ironizó para escándalo de sus colegas más tradicionales.
Pero en esta noche las cosas no son tan sistemáticas. Les cuesta ordenarse y llegar a acuerdos; aunque nadie ha dicho que sean necesarios. Hay tanta pasión por los temas que los mueven, que a ratos la mesa se llena de una estática cruzada por información, por frases entrecortadas, por nombres de naves espaciales, monstruos mitológicos y bandas de rock que aún merecen ser llamadas así.
–¡Lard! –dice Baradit y Bisama abre los ojos como si hubiera visto a un extraterrestre en la mesa de al lado. Sabe perfectamente qué es Lard. Entonces los siguientes cinco minutos serán, obviamente, sobre las bondades de Lard y si es o no más grande que, por ejemplo, Ministry.
Vuelve la estática; siguen las pizzas.
Somos legión
El nuevo impulso de la literatura fantástica chilena no necesitó de un manifiesto generacional ni arengas trasnochadas arriba de una silla. Fue al revés, fue como brotan las epidemias: pequeños focos asomando en diversas zonas del territorio hasta generar un proceso irreversible. Así podría describirse el camino que en los últimos años recorren estos narradores cuyas novelas, según los entendidos, rompen los esquemas del relato realista y se instalan, con propiedad, en lo que suele conocerse como "lo fantástico".
El reportaje completo aquí.
La nueva literatura fantástica chilena FREAK POWER
Sus novelas son el síntoma de una corriente en expansión; un fenómeno alentado por autores desprejuiciados que aprovechan el apoyo editorial y las redes digitales para captar lectores como nunca antes. Todo bajo una premisa: contar las historias de un Chile improbable, aunque, mirándolo bien, peligrosamente cercano.
Cuatro escritores se han reunido frente a la librería Ulises, en el Drugstore de Providencia. Pero no es un encuentro literario; o al menos no como podría esperarse: los cuatro se sientan en la terraza de un restaurante de pizzas de tenedor libre y que en frente haya una vitrina atiborrada de libros es mera coincidencia; un decorado que no pidieron. Aunque sus novelas podrían estar exhibidas allí, ellos se quedan afuera y comen pizza.
Álvaro Bisama, Mike Wilson, Jorge Baradit y Francisco Ortega, todos menores de 40 años, habitualmente vienen aquí porque son amigos (de ésos que primero se leen y admiran mutuamente antes de conocerse en persona) y, en lo particular de esta historia, porque los cuatro, quiéranlo o no, se han encargado de darle nuevos aires a la literatura fantástica nacional de un modo que antes resultaba imposible: con el apoyo de editoriales poderosas y aprovechando todos los recursos disponibles en la web para difundir su trabajo y llegar a los lectores sin intermediarios.
Atardece en Providencia y las mesas del restaurante encienden pequeñas velas que hacen que la conversación ocurra en penumbra, como si los señores aquí presentes fueran buscados por la policía por escribir novelas que hablan y se sitúan en un Chile distinto, ya sea en el futuro o en el pasado, pero construidas con los elementos de nuestra historia o de nuestro presente. La mayor de las veces, con los más lúgubres.
Con algo de insidia podría decirse, además, que el dream team de la otra literatura nacional, cuando come, lo hace acompañado de bebidas de fantasía. Pero es miércoles y al día siguiente deben trabajar: como profesores universitarios, como editores o como creativos publicitarios. A simple vista, están lejos de cualquier rótulo de artista: son personas normales, con barbas, anteojos y camisas normales; con familias y mascotas normales.
La excepción, quizás, la marca Jorge Baradit, que se mueve por la ciudad en motocicleta y a ratos tiene la impronta de un rockero con cancha. No por nada su estética está más ligada, si se quiere, al punk, a Dead Kennedys o a Slayer, bandas que harían salir corriendo a Harry Potter y toda su magia escolar. Porque en las novelas de estos autores, si hay ilusionismo, está hecho por las máquinas, por robots de carcasas oxidadas o por conspiraciones alambicadas en que el poder siempre será sinónimo de "El Mal".
La consigna es clara: revolver y cuestionar sucesos pasados y apresurarse a escribir los que vienen. De manera que estos encuentros pizzeros, lejos de la solemnidad literaria, son una interminable sobremesa en la que todo es tema: desde los últimos capítulos de series de televisión como Doctor House y Héroes a narradores como J. G. Ballard, Clive Barker, Stephen King y Borges, los que conviven con cineastas como Spielberg y Kubrick y los discos de Joy Division. Son amigos y se quieren. No por nada en la pasada Feria del Libro de Santiago se presentaron mutuamente sus últimas novelas y daba la impresión de que eran una banda de rock haciendo un ciclo de conciertos. "Este es el show de los Muppets mutantes", decían entre risas cuando subían a la testera.
–Ocurre que nuestros puntos de referencia ya no están en la literatura, ya no buscamos simular la novela canónica –explica Mike Wilson, autor argentino-norteamericano avecindado en Chile y profesor de la Universidad Católica.
A poco de llegado a Chile, Wilson entró en sintonía con sus colegas, quienes, por lo demás, reúnen otra característica aparte de la estética: no nacieron en Santiago, sino que en lugares tan disímiles como Valparaíso y Victoria.
–¿Por qué no podemos referirnos a ciertas emociones evocando una película? –pregunta Mike Wilson–. Muchos están cansados de leer sobre un chico de clase media y su historia con su novia o su papá. Eso para mí hoy es inverosímil.
Wilson publicó este año en Chile su novela El púgil, que cuenta la historia de un boxeador derrotado a quien de pronto su refrigerador le habla y exige que le implante dos tubos catódicos a modo de ojos. "¿Cuánto metal hay que tener en la cabeza antes de que te digan robot?", se pregunta. La novela de Wilson ya está siendo estudiada en la Universidad de Montreal y recibió la aprobación del implacable crítico Camilo Marks: "Wilson sabe de lo que habla".
–Lo que hace que nos tomen en cuenta es que no estamos haciendo, necesariamente, ciencia ficción, es otra cosa… es mezclar, es recontar, es explotar un lado de Chile que no estaba y que es el Chile asombroso… es la literatura del fin del mundo en el fin del mundo –dice Francisco Ortega, autor de El número Kaifman, novela que estuvo varias semanas en el ranking de los libros más vendidos en 2006. Francisco actualmente es editor de no ficción de Alfaguara y uno de los primeros escritores nacionales en no tener prejuicios con el calificativo best seller. "A todos nos gustan las hamburguesas", ironizó para escándalo de sus colegas más tradicionales.
Pero en esta noche las cosas no son tan sistemáticas. Les cuesta ordenarse y llegar a acuerdos; aunque nadie ha dicho que sean necesarios. Hay tanta pasión por los temas que los mueven, que a ratos la mesa se llena de una estática cruzada por información, por frases entrecortadas, por nombres de naves espaciales, monstruos mitológicos y bandas de rock que aún merecen ser llamadas así.
–¡Lard! –dice Baradit y Bisama abre los ojos como si hubiera visto a un extraterrestre en la mesa de al lado. Sabe perfectamente qué es Lard. Entonces los siguientes cinco minutos serán, obviamente, sobre las bondades de Lard y si es o no más grande que, por ejemplo, Ministry.
Vuelve la estática; siguen las pizzas.
Somos legión
El nuevo impulso de la literatura fantástica chilena no necesitó de un manifiesto generacional ni arengas trasnochadas arriba de una silla. Fue al revés, fue como brotan las epidemias: pequeños focos asomando en diversas zonas del territorio hasta generar un proceso irreversible. Así podría describirse el camino que en los últimos años recorren estos narradores cuyas novelas, según los entendidos, rompen los esquemas del relato realista y se instalan, con propiedad, en lo que suele conocerse como "lo fantástico".
El reportaje completo aquí.
Etiquetas: Amigos, Artículos de otros, Ci-Fi, Ego, Libros
3 Comentarios:
JA!!!!!!!!!
En estos momentos en que el ego se infla y uno se siente cool por un rato, elige:
-Fab Four
-Fantastic Four
-Doom Patrol
-Superfriends
-... la junta XD XD XD
sipoh, hay mucha buena onda, my friend, eso es lo mejor de todo.
Mis felicitaciones a los 4. Qué bueno que la sci-fi chilensis esté despegando. Ojalá sigamos así y no quede esto sólo como una anécdota de estos días.
Así, cuando termine mi novela, habrá más posibilidades de encontrar quien la publique.
Enzo Nicolini Oyarce.
Bueno, yo los he leído y me gustan mucho. Por supuesto unos un poco más que otros, pero no voy a decir quienes son. Me gusta el trabajo de ustedes, hay corazón y alma en ellos y me enorgullece que sean chilenos. Lo que digo no es patería, porque nunca he sido buena para "hacer la pata". Solo es mi opinión.
Saludos ;D
Vero Manríquez
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