FORTEGAVERSO

viernes, agosto 12, 2005

K.DICKLOGIA 2ª Parte

Lo prometido ayer, la conclusión del reportaje.

Publicado originalmente el viernes 24 de Octubre del 2004 en Revista de Libros, El Mercurio.

Philip K. Dick:
Días del futuro pasado (2ª Parte)


Philip K. Dick no fue un estilista literario, jamás le interesó serlo y eso se nota en lo ruda de su prosa y sobre todo en lo manifiesto que a ratos se hace la velocidad con la que escribía (llego a producir seis libros en un año). Tampoco le interesó inventar conceptos nuevos, tan propios a la ciencia ficción, ni detallar las reglas morales y técnicas de un futuro posible. Lo de K. Dick fueron los personajes y esa es la gran diferencia que lo destaca entre sus contemporáneos y seguidores. Tras su muerte, los llamados ciberpunks se autoproclamaron herederos de su ideología literaria y aunque algunos (Gibson, Egan, Stephenson) lo lograron, lo cierto es que la gran mayoría nunca entendió que es lo que hacía diferente al autor de “Lotería Solar” (1955) de otros cultores de la ciencia ficción: personas en lugar de conceptos. Los habitantes del universo kdickiano no son héroes, ni heroínas, sino seres comunes y corrientes, ciudadanos como cualquier vecino, con sus mismos problemas económicos, emocionales, laborales, sexuales etc, con la salvedad de vivir en el futuro.
El creador de los mutantes precognitivos de “Minority Report: Sentencia Previa” (1958) supo llenar de sentido del humor su literatura, riéndose de la absurda seriedad del género. En un relato suyo un personaje que no paga sus impuestos no es enjuiciado por las autoridades, sino que simplemente se ve enfrentado por horas ante la puerta inteligente de su casa que se niega a dejarlo entrar hasta que cancele sus deudas. Como muchos autores, K. Dick escribió de lo que sabía, aunque en su caso disfrazándolo con futurismo. Su interés por la filosofía y la religión son omnipresentes a su obra, tanto como su vida personal. Se caso cinco veces, durmió en la calle, experimentó con drogas y pasó tanta hambre que vivió un tiempo alimentándose con comida para perros. Personaje-escritor, mientras otros autores de anticipación usaban la ciencia para ver el porvenir, él tuvo el tino para usar a la vida como oráculo y disfrazar con futurismo, una ácida mirada a su presente. La mencionada “Los Tres Estigmas de Palmer Eldricht”, por ejemplo, no es una novela sobre el futuro, sino sobre los Estados Unidos de la década de los 60, en pleno despertar de las flores, los alucinógenos y el inicio de las invasiones de inmigrantes de oriente; que en el libro estos vengan de Alfa Centauro es un detalle conceptual.
Es verdad, en las esferas kdickianas hay corporaciones gigantescas, viajes al espacio y colonias marcianas pero estos elementos no pasan de ser escenarios ante lo verdaderamente importante que es el individuo enfrentado a su realidad, la que a menudo resulta ser parte de una inmensa falsificación. Misma premisa que haría nata en el llamado ciberpunk durante las dos décadas finales del siglo veinte, desde “Neuromante” en lo impreso a “Matrix” en lo visual. Philip K. Dick ya estaba bajo tierra, pero vaya que su fantasma penó con fuerza en los locos años 80 y 90.

Crónicas ciberespaciales

William Gibson, el mismo que se deprimió ante la experiencia de ver como “Blade Runner” adelantaba lo que el escribía en su novela “Neuromante”, es considerado la piedra angular del ciberpunk. Neologismo que sirvió para englobar a una serie de autores surgidos a mediados de los 80 que ambientaron sus ideas narrativas en un mundo dominado por la tecnología (ciber) y caos sociales de todo tipo (punk). Un subgénero donde K.Dick resultó santo patrono, seguido de cerca por gente como Thomas Pynchon y William Burroughs, bajo ellos los ciberpunkies empezaron a delinear el futuro. Pero el futuro terminó alcanzándolos. Es verdad, novelas como “Mona Lisa Acelerada” (1988) con sus pandillas de adictos, aventuras en barrios exóticos del D.F. Mexicano y Tokio resultaron una sana renovación para un género ya agotado de naves espaciales e invasiones extraterrestres, pero con el tiempo la temática resultó tan rebuscada y autocomplaciente que las novelas del género publicadas a fines de los ochenta no resultaron más que reflejos y nuevas versiones de “Neuromante”. Curioso. Si Gibson se sintió mal ante la obviedad de que su primera novela pudiera ser vista como una cita a la obra de kdickiana, a fines de la penúltima década del siglo veinte se vio él mismo parado en el sitial del maestro. Quien sería clonado hasta el hartazgo, hasta que el ciberpunk finalmente muriera bajo sus propios exceso. Mientras K. Dick logró lo imposible, que sus obras se percibieran futuristas aún en el 2004, sus hijos literarios plagados de gafas de realidades virtuales no consiguieron pasar de la década de los noventa. Su error, el de la mayoría de los cultores de la ficción científica, querer ser proféticos. El dilema es que lo profético se logra con personas, no con máquinas y conceptos.
Por lo anterior destaca tanto la obra de Neal Stephenson, quizás el alumno más aventajado de Philip K. Dick. En 1992, mientras el ciberpunk luchaba por respirar, Stephenson publicó “Snow Crash”, una novela que perfectamente podía haber sido escrita por el autor de “El Hombre en el Castillo”. Como en “Neuromante”, “Snow Crash” se sitúa en un futuro donde las multinacionales han reemplazado a los países, pero el dato no deja de ser anecdótico y sirve de marco para lo verdaderamente importante, la triste existencia de Hiro Protagonist (nombre absolutamente kdickiano) un repartidor de pizzas que lleva una doble vida como samurai en el metaverso, una realidad paralela formada por la conciencia unida de todas las computadoras del mundo. Más que una moderna epopeya, “Snow Crash” es una comedia de anticipación, poblada de seres curiosos que no entienden su lugar en el mundo y donde el avance de la tecnología ha originado por encima de todo, inmensos basurales de computadores y robots viejos. Lástima que los buenos augurios de su debut en el género se esfumaran en su siguiente novela, “La Edad del Diamante” (1997), un pretencioso remake de “Historia de Dos Ciudades” en clave ciberpunk. Su siguiente paso, una pretenciosa saga iniciada con “Criptonomicón” (1999) y continuada con “Quicksilver” (2003) si bien lo alejó de la ciencia ficción tradicional, lo trajo de regreso a una moral tecno paranoica en la que supo amalgar los legados literarios de K.Dick con los de Thomas Pynchon, otro maestro a la hora de escribir sobre el desafío del individuo parado ante las nuevas realidades de la tecnología.
Pero por sobre la literatura ha sido el cine y la televisión quienes más han exprimido los futuros de K.Dick. Con todas sus falencias formales, “Matrix” (la primera parte) –más que “Blade Runner” y “Minority Reporrt: Sentencia Previa”, ambas directas adaptaciones de la obra del autor- conforma la primera mitad de la mejor herencia narrativa kdickiana en formato audiovisual. La otra mitad –y la mejor- es “Futurama”, comedia futurista de Matt Groening, creador de “Los Simpson”. Si alguien quiere iniciarse en la exploración de los territorios de Philip K. Dick una buena forma es viendo esta serie. El robot Bender es la encarnación perfecta de ese empate que K.Dick logró en los sesenta, con los próximos siglos. Porque a medida que corre el siglo veintiuno, que avanza esta sensación de futuro que es vivir en los años 2 mil, queda en evidencia que la más descabellada de las pesadillas de Philip Kendred Dick está a la vuelta de la esquina.

1 Comentarios:

A la/s 9:45 p. m., Blogger Unknown dijo...

gracias ortega x la completa mirada a la mescuela de dick y gibson. estoy metido en estos días en el tomo I de criptonomicón, así que me vino de perillas tu columna. tenía más expectativas: me la pintó mi jefe como una suerte de tolkien del cyberpunk, en fin, por eso es subsecretario y no crítico literario. ojalá pudieras revisarla con mayor detenimiento, abrazos

 

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