Género fantástico en Chile: Recuerdos del FuturoLa edición de Ygdrasil, de Jorge Baradit, puso el tema sobre la mesa. ¿Qué pasa con la ciencia ficción y la fantasía local? ¿Tenemos tradición o sólo respiros momentáneos? Lo que sigue, más que un canon, es un vuelo de reconocimiento por el lado más oscuro de la narrativa nacional.
Cinco. Un país sin ciencia ficción es un país sin futuro, dice en un momento Martín Mantra, protagonista de Mantra, novela de Rodrigo Fresán. Línea bastante angustiante, que el año pasado cité para el lanzamiento de Ygdrasil, de Jorge Baradit. Dije en la ocasión que si lo de Fresán era cierto, gracias a Baradit estábamos salvados. Bachelet y compañía pueden respirar tranquilos.
Cuatro. La ciencia ficción es un género que se justifica en países industrializados, con un avanzado desarrollo tecnológico. No es casual que sus representantes más destacados vengan de Estados Unidos, Inglaterra y la ex Unión Soviética. La relación entre anticipación científica y robótica o astronáutica es tan lógica como sumar uno más uno.
Tres: Chile es un país fantástico. Con lo previo, no es casual que la ciencia ficción nacional funcione como un pastiche con lo fantástico. Más que ciencia ficción dura, poblada de anticipaciones, lo nuestro es fantasía científica. Leyendas de ciudades perdidas y barcos fantasmas se mezclan con raptados por alienígenas e incluso fascinaciones espirituales de nuestros gobernantes. Cesar Parra en Guía mágica de Santiago, asegura que Pinochet tuvo al menos tres asesores paranormales. Verdad o mito, la anécdota da para redactar una docena de buenos cuentos.
Dos: Chile es un país en vías de desarrollo, un país que a partir de ahora debería tener su propia ciencia ficción...
Uno…Esperemos que así sea.
Lo cierto es que la “fantaciencia” nacional no es cuento nuevo. Ygdrasil no inicia ni termina nada, es más bien el siguiente paso en una zancada demasiado espaciada. Con un cultor reconocido internacionalmente: Hugo Correa, y coqueteos de autores de la talla de José Donoso y Roberto Bolaño, lo cierto es que la presencia de la ciencia ficción -y el género fantástico en general- es en nuestra prosa más potente de lo que aparenta. En una lectura postmoderna, donde los géneros se cruzan y se mezclan; donde gracias a autores como Neal Stephenson, Chuck Palaniuk y David Foster Wallace se empieza a hablar de ciencia no-ficción, uno perfectamente podría apuntar obras como 2666 de Bolaño, Alsino de Pedro Prado e incluso El Obsceno Pájaro de la Noche como representantes de la fantasía nacional. El relato de “Las Hormigas Asesinas”, incluido al interior de uno de los cuentos de Por Favor Rebobinar, de Alberto Fuguet, es en absoluto emparentable con el vampírico apocalipsis de Theodore Sturgeon en Más que Humano.
Preguntas: ¿Qué son los relatos de Miguel Serrano sobre presencias misteriosas en el frío antártico, delirios fantásticos emparentados con los horrores cósmicos de Lovecraft y sus Montañas de la Locura? ¿En que lugar entra aquí Papelucho y el Marciano, quizás la mejor novela chilena de este género? Con sus virtudes y defectos, ¿podemos hablar de cyberpunk al mencionar Flores para un Cyborg (1997) de Diego Muñoz o 2010: Chile en Llamas, de Darío Oses?
Omar Vega, en La Luna, ensayo sobre la ciencia ficción en Chile (publicado en
www.letrasdechile.cl), apunta el comienzo del género en 1927, cuando Julio Asmand publica Tierra Firme, seguida un par de años después por Ovalle, 21 de Abril del año 2031 de David Perry. La coincidencia también es apuntada por gente como Moisés Hasson y Luis Saavedra, a través de ensayos publicados en medio especializados, como la revista Fobos y el sitio Tau Zero (
www.tauzero.org). A partir de entonces y hasta Ygdrasil, más cuentos publicados por autores jóvenes como Pablo A. Castro y Daniel Villalobos, en un par de antologías, el río ha seguido una corriente más que irregular. Lo que continua no es un canon, pero si un listado de obras que hay que tomar en cuenta a la hora de trazar un perfil de lo fantástico y la ciencia ficción en Chile.
Papelucho y el Marciano, Marcela Paz (1974): ¿Puede ser analizada la aventura más extraña de Papelucho como una novela de ciencia ficción? La respuesta es si. Desde una perspectiva paródica, este libro alcanza un nivel equiparable al notable Marciano vete a casa de Fredric Brown. Sin quererlo, Marcela Paz se ríe de todo un género a partir de la inocente perspectiva infantil. El diario secreto de Papelucho y el marciano, su título completo, es más pillo de lo que aparenta. Una obra divertida, ingeniosa e irónica que puede leerse como una especie de Expedientes Secretos-X, escrito en una época en que las conspiraciones políticas parecían ser más siniestras que los Ovnis y sus tripulantes. Leído desde la perspectiva temporal en que fue escrita, la novela es pura anticipación, Marcela Paz escribió antes que muchos acerca de que los aliens podían estar dentro de nosotros. En su sencillez, nuestra obra maestra en el género.
Los Altísimos, Hugo Correa (1959): Para muchos, la obra cumbre de lo fantástico en Chile. Los Altísimos puso a Correa en el ojo de la atención, levantándolo como el mayor cultor criollo del género, reconocido en todo Latinoamérica y antologado en publicaciones especializadas en EE UU y Europa. Los Altísimos es una alegoría acerca de los regimenes totalitarios, narrado en la forma de un encuentro entre humanos y habitantes de un planeta gobernado por despóticas entidades invisibles.
El que merodea en la lluvia, Hugo Correa (1961): La segunda obra maestra de Correa. Como El color que cayó del cielo de Lovecraft, esta novela se enfoca en el dilema de una invasión extraterrestre en el mundo rural. En este caso un ser de otro mundo que aparece en un campo del sur chileno. Fantasía y horror cósmico en formato costumbrista. Géneros aparte, una tremenda novela.
Ygdrasil, Jorge Baradit (2005): No es perfecta, pero como el buen rock´n roll le sobra actitud. Baradit toma referentes latinos, chilenos y los funde con un cyberpunk vertiginoso que nada debe envidiar al primer William Gibson. En una escena literaria donde toda una generación busco emular a José Donoso, terminó siendo Baradit quien por casualidad cogió al Imbunche de El Obsceno Pájaro de la Noche y lo recontó en formato futurista. Un necesario chorro de agua fría a la autocomplaciente narrativa nacional.
Quien Llama en los Hielos, Miguel Serrano (1959): Los delirios antárticos de Serrano construyen visiones de mundos perdidos, paraísos congelados y entidades ancestrales que vigilan la evolución de la humanidad. Esta novela, incluida después como segunda parte de La Trilogía de la búsqueda del mundo externo, usa la poética prosa de su autor para diseñar un panorama de horror cósmico que se mueve como una precisa continuación a Las Montañas de la Locura de Lovecraft o incluso a Las Aventuras de Arthur Gordon Pym de Poe.
Pacha Pulai, Hugo Silva (1945): Intrigas, misterio, thriller, un secreto que no puede ser revelado y el uso de un mito chileno: la Ciudad de los Césares y un hecho que por años estuvo sin explicación: la desaparición del Teniente Bello, para contar una de las novelas chilenas más entretenidas. Silva estructuró su libro como si fuera un best seller conspirativo. Se anticipó más de medio siglo a su tiempo, hoy perfectamente la maquinaria editorial podría haberla vendido como la respuesta nacional a El Código da Vinci. Por mucho, nuestra mejor obra de ficción acerca del arquetipo de la civilización perdida.
La Literatura nazi en América, Roberto Bolaño (1999): El autor de Los Detectives Salvajes era un reconocido lector de Phiilip K. Dick y eso se nota, sobre todo en la paranoia de las dos partes finales, “la de los crímenes” y la de “Archimboldi”, de 2666. Sin embargo, si hubiese que apuntar la obra Bolañezca más cercana al género fantástico, esta es La Literatura Nazi… Sin eventos sobrenaturales, anticipaciones ni naves espaciales, esta colección de biografías imaginarias hace un tándem ideal con la nueva corriente de la ciencia no-ficción que Neal Stephenson ha desarrollado de un modo soberbio en su ya extenso ciclo del Cryptononicom. Bolaño no sólo inventa autores inexistentes –entre los cuales hay una camada de cultores de la ciencia ficción- sino que los sitúa en una continuidad latinoaméricana paralela, que puede leerse como el gran corpus de la obra, un notable “what it?” (¿qué pasaría si?)
Los Superhomos, Antonio Montero –firmado como Antoine Montagne- (1963): Hay en la ciencia ficción una proliferación de buenas ideas mal resueltas, las continuaciones de Dune, a cargo de Frank Herbert y sus descendientes, son un buen ejemplo de lo anterior. Eso sucede en esta epopeya situada en un mundo post atómico en la que una nueva raza dotada de poderes extraordinarios impone su ley sobre los más débiles. El gran problema de Montero es que su obra, en lugar de contar una historia, construye el escenario y se queda allí.
La Bella Durmiente, Elena Aldunate (1976): Pocas voces femeninas hay en el género fantástico. Ursula K. LeGuin y Connie Willlis son notables excepciones a la regla, como Aldunate, la más prolífica de nuestras narradoras fantásticas. Vinculada al género desde una perspectiva juvenil, La Bella Durmiente constituye la más adulta de sus piezas, una reinvención a la historia clásica, pero en la que la Durmiente despierta en un mundo futuro. Curioso es que en 1992 y con el mismo título, la norteamericana Sheri S. Tepper, publico una novela muy similar, (disponible en la colección Nova de Ediciones B). Aldunate firmó así, anticipación literaria y científica.
La Próxima, Vicente Huidobro (1934): Una de las obras más curiosas del poeta vanguardista. Elementos ucrónicos y anacrónicos suelen abundar en la narrativa Huidobriana, es cosa de recordar el Mío Cid Campeador y sus juegos temporales. Sin embargo es en La Próxima, donde este detalle se funde con la anticipación científica y la socio ficción. Orwelliana sobre y bajo la superficie, La Próxima relata la historia de una utopía intelectual en la que un grupo de sabios fundan una colonia en Angola, especie de paraíso racional que termina provocando una guerra mundial que acaba con la forma de vida del mundo occidental.
Alsino, Pedro Prado (1920): Fábula acerca de la adolescencia, alegoría al ser monstruoso-hermoso que llevamos dentro. Admirado en su época, tachado de cursi por culpa de los planes de lectura obligatoria, la verdad es que Alsino es una pequeña obra maestra de la fantasía chilena. Criollismo sobrenatural, Prado se las arregla para darle realidad a un hecho sobrenatural. ¿Qué o quien es Alsino? ¿Un salto evolutivo, una abominación? Curioso, personaje, perfectamente podría ser nuestro miembro local de los X-Men de Marvel Comics. Es más, entre el héroe de Prado y el personaje Arcángel de los X, hay coincidencias –en su mayoría trágicas- que desconciertan.
La Casta de los Metabarones, Alejandro Jodorowsky (1992): A mediados de los 70, Jodorowsky se embarcó en la titánica tarea de llevar al cine la novela Dune de Frank Herbert. Fracasó. Pero de esa experiencia comenzó a hilar una serie de novelas gráficas publicadas en Francia, que desde El Incal a Alef Thau desembocaron en la mayor epopeya del subgénero space opera, publicada a nivel mundial en la década de los 90. La Casta de los Metabarones es una tragedia griega ambientada en el espacio, un drama lleno de sublecturas con una complejidad abismante. El detalle es que en su universalidad, el mejor cómic de Jodorowsky es también el más chileno de todos. Su imperio galáctico está repleto de referencias a Neruda, Pablo de Rohka y Vicente Huidobro y el detalle que las aves sagradas de estos mundos imaginarios sean choroyes, ancla esta titánica aventura con nuestra geografía más interna.
Otras visiones peligrosasPuede completarse esta lista de piezas de fantasía nacional con las siguientes novelas, excluidas del listado anterior, no por cuestiones de calidad literaria, sino por lo difícil que es encontrarlas. Dibujan con las primeras, un cuadro bastante explicativo del desarrollo del género de la ciencia ficción y sus derivados, en nuestro país.
Mañana hacia el ayer, John Bohr (1975): un viaje temporal a la inversa. El protagonista es un hombre mayor que regresa a su infancia, momento en que un extraterrestre le hace una revelación que cambiará el estado de la Tierra en el cosmos para siempre.
Pasaje al Fondo de la Tierra, Gustavo Frías (1978): El autor toma como excusa la novela Viaje al Centro de la Tierra de Julio Verne, para escribir un libro en dos partes: la primera, un prólogo a la historia del francés y la segunda, una especie de continuación.
Thimor, Manuel Astica Fuentes (1932): Es la primera novela fantástica chilena que coge el tema de las civilizaciones perdidas, anticipándose a Pacha Pulai y a La Ciudad de los Césares (1936), de Manuel Rojas. Astica Fuentes relata los últimos días de una civilización emplazada en una isla continente en el Pacífico, Lemuria.
La Lanza Rota, Alberto Rojas (1995): Una de las pocas aproximaciones en la literatura chilena al género de la fantasía heroica. A medio camino entre El Señor de los Anillos y Conan, Rojas relata en clave juvenil una aventura ambientada en un mundo imaginario, la que se mueve en el arquetipo de la búsqueda de un objeto ancestral de poder.
Flores para un Cyborg, Diego Muñoz (1997): Aunque la historia de este Frankenstein tercermundista no termina por convencer, la novela de Muñoz constituye uno de los mejores ejemplos de ciencia ficción dura. El rigor de sus datos científicos juegan a favor en un relato con más de sátira política que narrativa.
Mampato, Oscar Vega y Themo Lobos (1968): Mampato es nuestro equivalente a El Eternauta en formato infantil. Por casi una década la creación de Vega y Lobos jugó con la idea del viaje temporal con resultados notables. Como Papelucho y el Marciano, en su inocencia y afán didáctico, cualquier aventura de Mampato es una pieza indispensable de fantaciencia criolla