
El 11 de Septiembre de 1973 yo no había nacido. Mi papá era un pendejo de 23 años, recién salido de Técnico Agrícola de la U de Chile, sede Temuco, hoy UFRO. Tenía su primera pega en el SAG y llevaba poco más de un año casado con mi madre. Mi vieja estaba embarazada de un hermano mayor que nunca nació. El 11 de Septiembre de 1973, mi viejo trabajaba para el SAG de Collipulli, bajo el mando de un sujeto flojo como el hueso de la frente, puesto por el gobierno de la UP, para mandar y trapear el piso con los jovencitos universitarios a su servicio. Apenas supo de la noticia acaecía en Santiago, el mutante apretó cachete, era que no. Mi papá agarró la camioneta del SAG y volvió a Victoria, llevando en la pick up uniformes de trabajo que eran verdes. Dos días después, el 13 de Septiembre, cuando regresó a Collipulli fue detenido por milicos en la carretera. Los conscriptos, eso eran, vieron que trabajaba para el SAG (empresa del gobierno de Allende) y concluyeron que los uniformes agrícolas eran “trajes de combate”, así que para dentro, derecho al regimiento de Lautaro. Estuvo medio día horas encerrado, hasta que un amigo militar lo reconoció (habían hecho el servicio juntos, tenían gente en común, de hecho mi viejo al haber estado en el ejército como un universitario tenía rango de suboficial de reserva) y lo sacó minutos antes de que fuera ordenado ser subido a un camión con rumbo a Concepción. Conocer a la gente correcta en el momento correcto, sólo eso, también que Dios a veces existe, que en el sur todo el mundo conoce (o conocía) a todo el mundo y que mi abuelo era funcionario de Carabineros. Mi viejo se salvó, nunca ha contado si le pegaron o no, la camioneta del SAG y los uniformes quedaron requisados, del resto de la gente del SAG 70-73 nunca más se supo. Y en virtud de esto, de todo lo que vio, siempre me he preguntado como es que mi padre siempre ha sido de derecha, pero es un buen hombre y es mi viejo y eso al final es más importante, al menos a mi es lo único que me importa.
Para el otro 11 de Septiembre, el del 2001, yo estaba trabajando en Virtualia, cuando de pronto alguien cuenta que una avioneta se estrelló contra una de las torres de WTC. Como lector del Readers Digest me acordé de inmediato de “Pesadilla en el piso 72” y recordé ñoñamente que no era primera vez que eso ocurría, que en los 30 o 40, un bombardero B-25 Mitchell se había estrellado contra el Empire States Building pero el Empire States era una mole bien armada, bien diseñada, no como los cubos de cristal de las torres gemelas, versión hipertrofiada de nuestra funesta Torre Santa María. Al final no fue un avioneta, sino un 757, pero cuando lo supimos ya era tarde, una segunda nave se incrustaba en la otra torre. Y de ahí a correr por un televisor a la casa de un compañero de pega que vivía cerca. Y la gente sin ganas de trabajar, pendiente del minuto a minuto, un día perdido, o ganado, como se le quiera ver. Las torres se vinieron abajo y luego otro avión en el Pentágono, la teoría loca de que ahora iban con bombas atómicas, que EE UU estaba lleno de aviones suicidas. Ese día Boeing dejó de construir aviones comerciales y manufacturó misiles crucero tripulados. Todo el planeta estaba cagado de miedo, también de imbéciles que decían que Bush debía de disparar ya sus misiles contra Corea y el Medio Oriente, en mi oficina había uno (y era uno de los jefes de sección). Cada minuto, cada hora, era como estar dentro de un capítulo de 24 privado. La historia del planea había cambiado, también nos habían quitado nuestro 11 de Septiembre, la fecha ahora no era de Chile, era del mundo, las futuras generaciones sólo iban a recordar las torres cayendo, no a Allende y su caída.

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