–O del inicio de este –concluí, antes de despedirme, mientras la figura rotaba y el triángulo apuntaba hacia arriba, convirtiendo al símbolo y a América del Sur en una punta de flecha–: muchas gracias por venir.
Y los aplausos fueron largos. Suficientes como para tomar un largo trago de agua y pensar en que necesitaba pasar el resto de la tarde sin hacer nada, sentado frente al mar, mirando las gaviotas o bajando pornografía rusa de internet.
–Muchas gracias –repetí–. Si alguien tiene una pregunta, este es el momento.
Al principio nadie reaccionó.
–Señor Jackard.
Era la chica pelirroja, la de las pecas, anteojos y acento británico. La que respondió América, cuando pregunté por Avalón, mi nueva alumna predilecta.
–Dime –me esforcé por no coquetearle.
–Nada, sólo que me extraña que en todo este panorama que nos construyo, no haya hecho una sola mención al mito de la cuarta carabela de Cristóbal Colón.
Fue como si el alma Javier Salvo-Otazo hubiese venido a penarme, un gol de media cancha.
–El supuesto primer viaje de Colón a América en 1485, el llamado “protodescubrimiento” siete años antes del oficial, –dije, exageradamente calmo, recordando lo que había leído en los apuntes de Javier– hasta hace un par de años sólo un mito, ahora un “posible” –acentué –que cada vez tiene más partidarios.
Miré hacia la audiencia, la mayoría, sobre todo los hombres, se habían vuelto hacia mi improvisada interlocutora.
–Eso ya lo sé –respondió la muchacha–. Y podría apostar que el resto de los presentes también. Mi pregunta iba por donde debíamos meter esta historia dentro de la mitoconspiranoia latinoamericana que usted tanto pontifica.
Me gustó eso de mitoconspiranoia latinoamericana.
–Obvié a propósito lo de la cuarta carabela –improvisé en el acto– porque me parece que es una historia que sólo roza lo que he estado exponiendo, ubicándose mejor dentro de lo que he bautizado como ciclo de la conquista mágica española –mentí –relacionada de forma más directa con Europa que con mi continente –subrayé aquello de “mi continente”–. Es un tema que me interesa explorar en próximas exposiciones o tal vez en uno o dos libros, tiene que ver –fui armando –con algo que vimos al principio, no sé si lo recuerda –ataqué, ella hizo caso a mi ofensiva bajando la mirada –la idea de un Hernán Cortez confundido con una serpiente voladora, un dragón europeo. También con la línea de ciudades perdidas que van desde Florida y Cuba hasta la Tierra del Fuego: desde la Cíbola de la fuente de la juventud en el Caribe, a El Dorado y la Ciudad de los Césares en la Patagonia. Mi problema, y esto es personal, tiene que ver con el hecho de que aún visualizo eso que llaman la cuarta carabela desde la esfera anecdótica. O como usted lo enunció en su pregunta, un mito–. Bebí un sordo de agua, tosí dos veces y me sequé la frente con una toalla de papel, todo parte de una cuidada ecuación. Luego dije–: O si lo prefiere, como un detalle curioso dentro del amplio marco del descubrimiento. Por lo mismo, la hipótesis que más comparto acerca de este misterio no es la del protoviaje, sino aquella que hace referencia a que en el viaje oficial del descubridor, el del 12 de octubre de 1492, no sólo hubo una cuarta, sino también una quinta, una sexta y tal vez hasta una décima carabela.
Hice un alto premeditado.
–Veamos –fingí dudar–. Colón salió de Puerto de Palos con rango de almirante, la idea de tres carabelas es una obvia analogía a la trinidad cristiana, a los tres reyes magos, a una construcción mítica y Romana de esta búsqueda, pero no a lo titánico de la misión de hallar una ruta hacia las Indias, esfuerzo que al menos requería de una docena de naves similares. No es casual la cantidad de documentos quemados en la época, todos para ocultar la verdad de que Colón cruzó el Atlántico con una flota completa, tampoco que se pase por alto el hecho de que la nave insignia: la Santa María, no era una carabela sino un nao, por lo tanto siempre ha habido una cuarta carabela o un cuarto barco si así lo prefiere, desde niño que inconcientemente lo hemos sabido aunque no nos hayamos dado cuenta.
–Desde su lectura –respondió en voz baja.
–Que es una de muchas. Y usted, señorita, ¿cual de estas lecturas –repetí su propia palabra –prefiere?
Me quedó mirando, luego al resto de los presentes, sabía que tenía a todos los presentes encima. Yo simplemente le había pasado la pelota. Quería ser la mala de la cita, pero la bala había rebotado.
–Creo que la cuarta carabela –comenzó con timidez, luego fue ganando confianza –es el símbolo de algo más. De cómo usted acaba de decir, el hecho de que en el viaje de 1492 participaron más de tres barcos y también de que Colón pudo realmente venir a América antes de las fechas aceptadas por todos.
–Entonces no es una sino dos cuartas carabelas.
–En sus palabras, señor Jackard, tal vez sean diez o quince carabelas…
Y lo que siguió fue puro silencio.
–Aplausos, para la dama –improvisé rápido –creo que tras su intervención queda claro que no estoy solo en mis locuras.
Provoqué risas, no muchas, pero si las suficientes como para cortar la situación.
–Aplausos –repetí –si nos permite su nombre –la miré.
–Valiant –pronunció ella –Victoria Valiant.
Miré a Dwight Sánchez, desde que trabaja conmigo sabe que nunca he creído en las casualidades. ¿Qué hacía la asistente personal y ghost writer de Dan Darrow aguándome la fiesta?
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