MIRE COMO LOS DIGITOS del despertador de óleo que Miranda tiene sobre el velador izquierdo pasaban de las once treinta y siete a las once treinta y ocho. Rara vez me acuesto tan temprano, rara vez tengo sexo desde que separé de la mujer que trata de dormir a mi espalda. El resplandor verde de los números flotantes iluminaba el marco inteligente que estaba en la misma mesita de noche. En medio de la noche me resultaba complicado identificar las imágenes que iban rotando cada treinta segundo. A medida que mis ojos se aclimataban a la noche estas resultaban ser más familiares. Los píxeles dejaban de ser manchas de color proyectadas por cuatro bordes de plástico metálico y asumian los fondos y formas de recuerdos de pasados lejanos y recientes. Lejanos como el de Julieta descubriendo una bicicleta blanca junto al árbol de pascua de la navidad de hace diez años, cuando ella tenia cuatro años y con su madre vivíamos en un ruidoso pero enorme departamento en la esquina de Carlos Antúnez con Suecia, exactamente seis meses antes del atentado que cambio para siempre el aspecto de Santiago y se llevó al mejor y más loco de mis amigos a la tumba. Cercanos como el del cumpleaños número cuarenta de Miranda, el año pasado, mientras ella abre el regaló que Julieta y yo le comptramos y yo enfoco la cámara al brillo de sus ojos que me miran como si no pasara nada. Que mi mienten como si no pasara nada.
Artie, el novio de mi hija, temía razón. La muerte de Edison Landersos, alias Alsino, no había pasado desapercibida. Fue como el gatillantre para poner a Colin Campbell en la esfera pública. En menos de veinticuatro horas los medios se habían llenado de notas y especiales acerca del arquitecto loco que en protesta por la forma como se desordenaba la ciudad había hecho volar Plaza Italia hacía 9 años. Si esto ociurría por lka muerte de un cercano a Campbell, me era fácil adelantar como serían las cosas el próximo año cuando se cumpliera una década de la hazaña de Colin. Uno de los noticiarios de la mañana hizo un despacho desde la nueva plaza Italia, mostrando videos de cómo era el lugar antes y de que forma había cambiado el perfil de la ciudad después del descabellado acto del arquitecto de apellido escocés. Con ese adelanto era obvio que en los vespertino tanto el Colegio de Arquitectos como la Escuela de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica hicieran sendas declaraciones publicas acerca de que Colin Campbell no tenía el título de arquitecto los primeros y que fue expulsado por bajo rendimiento académico los otros. Tenían derecho a reclamar, pero en las restas finales daba lo mismo. Colin había sido e iba a terminar siendo el arquitecto loco que le dio a Santiago su mayor puñalada a lo largo de su historia urbana. Y esto entre comillas, porque a pesar del daño, el plan de Colin no había resultado como lo había planeado. O como el mismo había anotado que debía suceder en las páginas finales de las Aventuras de la Sociedad de Extraordinarios Santiaguinos, impreso de los comics que había dibujado durante los últimos seis años de su vida y que dos semanas tras el atentado llegó en un cuidado sobre a la recepción de los diarios más importantes del país.
Su vinculación con terroristas árabes, la compra de las bombas, los cómplices secretos que los ayudaron instalarlas. El misterio tras el hombre que había intentado asesinar a la capital y de su grupo de amigos, que sin querer se volvieron cómplices del sueño de un loco. Aun n o habían entrevistado a ninguna, pero era lógico pensar que sólo era cuestión de tiempo. La mayoría de quienes habían inspirado a los extraordinarios santiaguinos o estaban fuera de Santiago o preferían no hablar de ello. Algunos, no podíamos negociar el derecho a la tranquilidad, al igual que hace caso una década yo era periodista, tenía un deber más con mi medio que conmigo. Y de la misma forma a como antes fui la voz oficial de los sucesos ocurridos, ahora iba a ser de los primeros en volver a contar la historia. Como en reality show, yo había sido protagonista en primera persona de los hechos y ese antecedente era imposible negarme a la petición que mi colega, editor de ediciones especiales del Diario Austral me había hecho en la mañana, apenas había puesto un pie en el nuevo edificio de redacción: aceptar una entrevista donde contara mi historia con Colin Campbell. Mi historia con colin Campbell, cuando éramos novios con Miranda, ella decía que yo hablaba tanto de él que parecía estar enamorado. Cuando la amistad se mezcla con la admiración es difícil hacer notar el limite con el amor, se le parece mucho y no tiene nada que ver con sexualidad ni erotismo. Colin Campbell fue mi mejor amigo y fue un gran personaje, yo le creí su cuento. Ni tanto porque tuviera razón, simplemente porque me gustó el mundo que me mostró.
Mirando no había podido ubicar a Julieta durante todo el día. Supo que no había ido al colegio porque la llamaron de éste, preguntándole si estaba enferma o andaba de viaje, que no iba a clases desde el lunes y que estaban preocupados por ella. Me llamó desesperada, que ya no daba más, que yo que no hablaba con ella, que la culpa era de Artie. Que la había intentado llamar al celular pero que ella no respondía y que porque cresta le había comprado un teléfono invisible, que quizás con quien andaba. Llamó a Artie, él tampoco sabía mucho, no le creyó, lo amenazó con denunciarlo a la policia por rapto de menor de edad. Artie me devolvíó el llamado, que calmara a mi mujer, que estaba volviéndose loca. Le dije que no le hiciera casa, que Miranda no iba a llamar a nadie. Hablamos un poco más, fue mientras me entrevistaban por lo de Colin. A medio camino entre su telefonazo, los gritos de Miranda que entraban a medias y las preguntas que me hacían acerca del ciudadano Campbell. Artie me dijo que iba a tratar de buscarla, pero que no prometía nada, que sabía menos que nosotros de Julieta. Que no se contaban mucho, que era una relación abierta. En realidad me dsaba lo mismo la relación que mi hija tenía con su novio, lo que me interesaba era que apareciera. No tanto por ella, estaba seguro que estaba bien, sino por Miranda que ya no da más con la custodia de mi hija. Tal vez debería en verdad llevarla conmigo a vivir a Victoria. Sería para peor lo se, pero al menos Miranda podría estar más tranquila. Le prometí que iba a salir temprano del trabajo para que buscáramos juntos a Julieta. Dijo que me pasaba a buscar. Quedamos a las seis de la tarde.
A las nueve no sabíamos nada de ella y entre sus llantos nos comenzamos a quitar la ropa y a meternos en la cama. Miranda me pidió que le hiciera el amor. No, miento, me pidió que se lo metiera. Fue después que llamáramos a los pacos, pregunmtando si Julieta Buchman estaba detenida y como nos respondieron que no, enviáramos una foto siya y sus datos para iniciar su búsqueda. Justo cuando en el noticiario de Televisión Nacional alargaban la misma nota sobre Colin que había visto en la mañana y una editorial anunciaba que iban a adelantar la reedoición de la Sociedad de los Extraordinarios Santiaguinos aprovechando el interés público que había respecto de la figura de Colin Campbell. Para que, pensé mientras veía la noticia, el libre hace ratoq ue esta disponible em Internet. Deberían pagarme por escribir la introducción, tal vez no sería mala idea ofrecerme. Quizás podría hacerlo mañana, después de que el Austral publicara mi entrevista. Diez minutos después estaba moviéndome dentro de Miranda, como no lo hacía desde la noche de navidad.
Me di vueltas, apegándome contra la espalda de Miranda y lleve mis manos abiertas a sus pechos grandes y amplios. Esta más gorda, con más años sumándole centímetros en la cintura, pero sigue teniendo las mismas tetas que me volaron la cabeza cuando la conocí: generosas, llenas, sensibles. Antes, cuando recién empezamos a escribir nuestra historia, bastaba con rozárselas para volverla loca. Una vez me dijo que era capaz de tener orgasmos sólo con que yo le chupara fuerte los pezones. Exageraba obvio, pero me gustaba, me gustaba como se ponía cuando le tocaba los pechos y le pechisqueaba con cuidado el borde de la areola. Colin decía que la mujer se juzgaba de acuerdo al tamaño de sus tetas. Una mujer con los pechos chicos no servía más que como amiga, a la hora de elegir pareja o amante había que notar el tamaño de las manmas, que entre más grandes, mejor en la cama eran. Que era lo único que importaba. Que las mujeres estaban todas locas, que bajo ese parámetro en lo único que había que fijarse era en el porte de los pechos. Entre más, mejor. Una mujer sin tetas era antinatural, era una malformación genética. Según Miranda, fue Colin quien pagó la operación de Igriega, según ella era obvio, el ego de Colin necesitaba dejar a su pareja lo más parecido a su mujer perfecta. Campbell era misógino y de alguna forma a todos los que fuimos parte de su círculo interno nos contagio con la forma peyorativa con que por mucho tiempo vimos a las mujeres. El hecho de que Edison, Javier y los otros Extraordinarios Santiaguinos usáramos tanto los sustantivos perra y puerca tenía mucho que ver con los mensajes subliminales de Colin. No voy a negarlo ahora, es como idiota hacerlo, todos queríamos ser como el. Y si ser como él empezaba (y terminaba) en juzgar a las mujeres por el tamaño de sus tetas, así eran las reglas. Simple y fácil. Abri mis almas y apreté los pechos de Miranda. Vareias veces Colin comentó el tamaño de las tetas de mi mujer. Decía que la cuidara, que Miranda era especial, que con esas tetas no sólo tenía asegurada las mejores noches de mi vida, sino un porvenir familiar. Que Miranda tenía el cuerpo de una futura buena madre. No acertó en todo.
-No, estoy cansada-, me dijo quitándome las manos de sus pechos y apartando sus caderas al sentir el toque de mi erección. Insistí tomándola de las caderas, abriendo a la fuerza sus piernas para rozar mi pene contra la carne de su vagina. No estaba mojada, de hecho se sentía aspera, vieja, se percibía el desgaste de los años y de la poca, puede sonar feo, frecuencia.
-En serio, Pancho, me duele.
Le creí. Corrí con cuidado las sábanas y sin encender la luz del velador me senté en el borde de la cama. Tenía los ojos acostumbrados a la noche así que no me compliqué mucho en encontrar los boxers, que estaban tirados bajo los colchones. Me los puse, luego la camiseta y me levanté.
-¿Ya te vas?-, murmuró Miranda, arrastrando cada sílaba en sueño y cansancio.
-No, tengo sed y voy a ver a la pieza de Julieta, quizás llegó mientras estabamos juntos y no la escuchamos.
-No ha llegado-, y se cubrió la espalda, metiendo la cara dentro de la almohada blanca. El brillo de los dígitos del reloj de óleo se reflejó en los hombros de Miranda y las pecad que le bajaban del cuello me la hicieron ver como si de nuevo tuviera veinte años. Me acordé de la primera vez que lo hicimos. No se me paró y ella se enojó, no me lo dijo pero era obvio que se había decepcionado. La segunda vez fue peor. Creo que recién después del nacimiento de Julieta comenzamos a tener buen sexo. Y se que ella odio que fuera así, mal que mal fue con otra mujer con la que aprendí a disfrutar en verdad del sexo. No sé como no me dejó antes.
No fui a la cocina. Salí del dormitorio de Miranda. Pase al baño y como aún estaba parado me hice una paja rápida. Mecánica, adulta, sin fantasías, sin imaginar a nadie. Sólo la urgencia de descargar y punto. Me limpie la punta con un pedazo de papel de algodón y me lavé las manos, como si de nuevo fuera un cabro chico, como si fuera malo lo que acababa de hacer. Todavía tenía en la billera lo que me había dado ayer Artie, tal vez debería aprovechar la ausencia de mi hija para usar su pieza en un buen viaje. No, nunca, no se para que pienso tanto en cosas que jamás haría. Que por nada del mundo me atrevería a cometer.
La luz de la pieza de Julieta se encendió apenas abrí la puerta. Con esa ya era obvio lo que me había dicho Miranda, que aun no llegaba, que todavía estaba perdida en Temuco. Todso estaba ordenado. Las repisas llenas de dragones de peluche, las cajas con su colección de DVDs y de juegos. La vieja pantalla plegable de 20 pulgadas, frente al Playstation y los dos controles de juego. Al lado una de las cajitas de juegos, Final Fantasy X, uno viejo, clásico, me parece que alguna vez lo jugué. Me senté en la cama. Por las persianas, la noche se veía aún más roja que desde la habitación de Miranda. La ventana de mi hija daba hacia los barrios que se levantaban donde alguna vez había estado el primer aeropuerto de Temuco, ahora bloques residenciales de varios pisos, la mayoría desocupados, la mayoría demasiado cerca del borde del fuego. Miré a través de las percianas. Sobre las llamas volaban dos helicópteros, que aparecían como iguales conos de luz revoloteando como insectos metálicos en medio de los humos naranjos del fin del mundo.
Tuve el impulso de encender el televisor, pero me contuve. Me conozco bien. Sabía que si lo prendía me iba a pasar la noche pegado en cualquier tontera, buscando noticias de Colin en las señales nacionales. Nuevas de un tipo que llevaba nueva años muertos, al menos asi creían todos, excepto la bandeja de entradas de mi casilla que se negaba a seguir recibiendo mensajes de alguién que no existía. Lo más cercano a una sesión de espiritismo que jamás había estado. Debería anotar el término, tarde o temprano alguien lo va a empezar a usar y me gustaría ser el primero: espiritismo electrónico.
El Señor de los Anillos. El mismo volumen grueso, con ilustraciones, que le regalé para su cumpleaños número trece y que Julieta tiene como ritual leer una vez por año, estaba encima del velador, junto a su propio despertador de oléo con forma de personaje de animación japonesa. Tome el libro y lo abrí en la primera página. “A Julieta, para que viajes más allá de donde yo nunca fui. Si quieres mi invitas. Feliz voy contigo a la Tierra Media. Con amor. Papá. Feliz Cumpleaños”. Busque la página que estaba marcada, en el tercio final del volumen. En “El Retorno del Rey”, mi parte favorita de la saga. Yo tuve (y tengo) el libro en su versión dividida en tres tomos, tres novelas independientes. Desde siempre El Retorno del Rey fue mi parte preferida. Con Colin peliabamos al respecto. Para él, El Retorno no tenía mucho mérito. Era buena porque tenía que serlo, era la conclusión de muchas cosas, la imposibilidad de que fuera un mal relato era mínima. El decía que “La Comunidad del Anillo” era el mejor volumen de la saga, porque partía de cero, porque objetivamente era aburrido y pretencioso, pero en esas fallas radicaba su encanto. Opinaba lo mismo de las película, la primera siempre fue su elegida. Yo nunca soporté mucho el primer libro, cada vez que lo releí comenzaba desde el concilio de Elrond en Rivendell.
Abrí el libro en la página que estaba marcada y leí el primer párrafo: Sombría es en verdad la hora –dijo el anciano- , y siempre vienes en momentos como éste, Mithrandir. Más aunque todos los presagios anuncian la ruina próxima de Gondor, menos me afecta esta oscuridad que mi propia oscuridad . Me han dicho que traes contigo a alguien que ha visto morir a mi hijo…
-Que haces acá-, me interrumpió la voz de Julieta. Cerré el libro y lo dejé donde estaba.
-Te estaba esperando…
-En pelotas-, me miró-, mucho…
Se acercó y me dio un beso en la mejilla, abrazándome con fuerza. Tenía olor a cerveza pero no le dije nada.
-Tienes a tu mamá a punta de calmantes.
-Tu eres su mejor calmante, parece.
-Julieta
-¿Qué?
-La llamaron del colegio, sabe que desde el lunes que no vas.
-Cresta.
-¿Dónde estabas metida?
-Por ahí, con unos amigos…
-…
-Nada…
-Tu mamá llamó a Artie…
-Porque cresta tiene que meter a Artie en todo.
-No sé, es tu novio, piensa que el sabe donde estas metida.
-Artie no sabe nada. Además. No están muy bien las cosas.
Me hizo que me parara de la cama. Se sentó donde recién estaba yo, se quitó las zapatillas y los pantalones y se metió a la cama. Luego se desabrocho la blusa y quedó en camiseta. Me fije que aún tenía la cicatriz cubierta por la venda. Recorde que me había contado que tenía que esperar un poco más de una semana para quitársela.
-Algo me contó-, le dije.
-¿Quién?-, exploto mientras tomaba el control remoto, apuntaba al monitor y encendía la pantalla en una de las señales de MTV.
-Es como de tu época-, me dijo, indicándome la banda que estaba tocando.
-Si-, le dije-, sin ponerle mucha atención al grupo. En su época la canción me había aburrido.
-Artie-, le respondi luego, tras la interrupción popera.
-El habla mas contigo que conmigo, parece.
-Me cae bien.
-Adóptalo.
-No seas tonta.
-Anda a acostarte con la mamá, mejor. Le haces bien., cada vez que te quedas con ella, al día siguiente es un ángel. Deberías venir más seguido papá.
-Julieta, soy tu padre. Trátame con más respeto.
-Ay, no seas paranoico papá. Te tengo confianza, por eso te trato así.
-Si me tienes confianza, dime donde has estado perdida desde el martes.
Me miró a los ojos y bajó la tele. Julieta siempre me cuenta todo y siempre me hace un show parecido antes de revelarme sus secretos.
-Ya, pero no le cuentas a nadie.
-Vale.
-Ni a la mamá.
-Ni a la mamá.
-Menos al Artie.
-Menos al Artie.
-Júralo.
-Lo juro.
-Júrame que no te vas a reir.
-Lo juro.
-Fui a un casting…
-Para qué…
-Ves que eres tonto papá, para que va a ser, para ser modelo.
Hubiera estado de más decirle que no sólo hay casting para modelos.
-¿Quieres ser modelo?
-Si. ¿Qué tiene de malo?
-Nada, solo que…
-Que, soy muy fea para ser modelo.
-No, no es eso.
-¿Entonces?
-Nada, que deberías haberle contado a la mamá.
-Mi mamá, como es, ni cagando me deja ir.
-Ha estado urgida, piensa que andas en cosas raras porque hablas en mapuche por teléfono.
-No es mapuche papá, es neomapungun, mi mamá no sabe nada. Además lo hacemos con la Katia por que es la única forma que nadie sepa en lo que andamos. Todo el mundo nos espía.
-Bueno, yo voy a hablar con la mamá.
-Me prometiste que no le ibas a decir nada.
-Si, pero tengo que tranquilizarla…
-Pero no le cuentes.
-Si, no le voy a contar.
-¿Te cuento?
-¿Qué?
-Me ha ido excelente. Me preseleccionaron, por eso no he podido ir al colegio. La Renata dice…
-¿Quién es la Renata?
-La fotógrafa, papá
-Vale.
-Me dijo que tenía cuerpo para catálogo de trajes de baño, qué…
-Antes de cualquier cosa-, la interrumpí-, tienes que hablar con tu madre.
-Ella no va a entender nada…
-Cómo sea…
-Ves que tu tampoco entiendes nada. Ya, tengo sueño, mejor sal de mi pieza por favor.
En el canal Disney estaban pasando la versión restaurada de Pinocho, a mi gusto la mejor película en monos animados de todos los tiempos. Julieta se quedó unos minutos en ella. Estaba justo en la escena climática, cuando la ballena monstruo abria sus fauces y se aprestaba a tragarse una bocanada de mar que llevaba en medio de su espuma a Pinocho y Pepe Grillo. La emoción seguía ahí, igual que antes, igual que siempre. Aunque uno supiera que en unas vueltas más de la cinta, el muñeco de madera se iba a encontrar con Gepetto, su padre creador flotando en una balsa de madera en el cavernoso y catedrálico estómago de la ballena. Que a pesar de lo horroroso de todo. La cuesta ya iba hacia abajo y pronto, hada azul mediante, todos los problemas del niño artificial se iban a solucionar. Una de las primeras veces que me fije en Miranda, fue cuando nos topamos en un ramo de análisis de mensajes secretos del cine en la Universidad. Un electivo para varias carreras, un profesor medio excéntrico y una sala fría, como solo lo eran las del Campus Oriente de la Católica. La primera película que trabajamos fue Pinocho, Miranda se sentaba en la parte delantera de la sala y cruzaba las piernas como sólo ella sabe hacerlo.
Pinocho no alcanzó a entrar a las abiertas mandíbulas del monstruo cuando Julieta cambió de canal, de regreso a otra señal de videomúsica.
-Deberías dejar Pinocho, hace bien-, le dije.
-Lata… -, y desde la habitación del fondo se escucho un grito con mi nombre. Un grito con sueño, con desgano por haber sido despertaba. Tras lo del nombre, vino la palabra teléfono.
-Te están llamando-, pronunció Julieta.
-Parece-. Le dije, le di un beso rápido en la frente, me levante del borde de la cama y salí de la habitación.
-Ciérrame la puerta-, me pidió mi hija. Lo hice y regresé al otro dormitorio de la casa.