En agosto del 2000 entré a trabajar a Virtualia.com. Inspirado en gente que conocí allí, me puse a escribir esta historia. El nombre YGRIEGA espero volverlo a ocupar algún día, todavía me gusta. La excusa narrariva fue plagiada a propósito de LAIN.
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DOS DIAS DESPUÉS de su muerte, Igriega resucitó en la forma de un mensaje de correo electrónico. No más de cincuenta golpes, una simple línea encerrada entre parónimos enviada a una decena de nombres ocultos bajo el anonimato de un mailing list. “Si quieres seguir en contacto devuélveme un sí”, proponía un fantasma desde el corazón de la máquina. Mi jefe lo hizo, no creo que haya sido él único, supongo que impulsado por una mezcla entre culpa, obsesión e incluso un poco de amor. Nunca tuvo muy claro el motivo de ese reply, menos la moral del acto. Supongo que jamás imaginó el peso de la cadena que desenrollaría esa contestación. Yo entré en la historia poco tiempo después, el mismo día en que comenzamos a tener pruebas concretas de la existencia de vida inteligente en otro lugar del universo. Si eso no es sincronía no sé que lo pueda ser.
El verano del año pasado fue el peor de todos. El sol, el calor, las llamas, el cielo rojo, el sudor y las heridas invadieron cada centímetro de la ciudad. Temuco de verdad estaba quemándose aunque nadie parecía darle mucha importancia. Marzo, el noveno viernes del trimestre, dos semanas tras la vuelta de los colegiales a clases y una del fin de mis vacaciones. Esas en las que me largué a ninguna parte, en las que ni siquiera salí de casa y me dediqué a dormir, a mirar como ardían los campos y a tirar con Llacolén como si restaran horas para el fin del mundo. Tal vez, sin darme cuenta, presentía algo y en toda esa ociosa y cómoda mecánica había bastante más que un par de verbos aparentemente inútiles. Entonces algo conocía de Igriega (¿quien no? La señorita tenía su fama) aunque nunca me había interesado mucho en su persona. Más que nada por una cuestión de dinero y también de opciones. Si hay algo que debo agradecerle a mi padre, aparte de haberse largado a tiempo, fue su consejo de que jamás pagara por sexo. Me ha funcionado, hasta ahora por lo menos, bastante bien.
El timbre sonó a las ocho de la mañana con un minuto, media hora después de que mamá agarrara la camioneta y se largara a la oficina, segundos antes de que yo terminara de tragar mi desayuno y pasara al baño a fregarme los dientes.
Abrí la puerta sin mirar por el ojo de ésta. A esa hora debía ser cualquier persona: un vendedor , un cabro pidiendo plata o pan, un peñi recolectando firmas, un Testigo de Jehova o todas las anteriores, menos alguien tan improbable como mi jefe. Pero lo era. Como si se tratara de un chiste perfecto, allí, parado bajo el umbral de la puerta de la casa de mi vieja, de espaldas y mirando hacia la calle, esperaba él.
-Buenos días-, me saludó girando su grueso porte de mamut lanudo. –La Ximena me dio tu dirección, aunque la tiene equivocada, un número que no existe, acuérdate de darle el correcto. Tuve que preguntar en un par de casas antes de encontrarte.
Un bolo de pan, jamón y queso remojado con un trago de Coca cola light se arrastró por mi garganta.
-Menos mal que conocía el barrio, cuando era chico vivía por acá cerca, en la calle que sigue… creo… pero esto está muy cambiado, lo que es raro en Victoria. Hacía tiempo que no venía-, añadió como si la situación fuera la más natural del mundo.
La comida me bajó hasta el fondo del estómago y el malestar nervioso comenzó a propagarse como un toxín inteligente por mi interior.
-Adelante-, fue lo primero que atiné a pronunciar. Apenas entró, cerré la puerta. –Tome asiento-, le ofrecí, mostrándole con la mirada los viejos sillones del living, recuerdos de otra época y de otra familia (nunca mejor dicho). –Voy al baño y vuelvo-, excusé, de puro nervioso.
Romojé con fuerza las encías hasta hacerlas sangrar, pensando en que cresta hacía ese tipo en el living de la casa de mi madre. No era su estilo relacionarse de una forma tan cercana con sus empleados y hasta donde yo sabía (o entendía) no le había dado motivos para: despedirme, caerle especialmente bien, enamorarse de mi (aunque uno nunca sabe), todas las anteriores o ninguna de estas.
Apreté el tubo de pasta de dientes y por tercera vez dibujé una línea sobre la punta de las cuerdas del cepillo. Abrí bien la boca y me limpié la superficie de la lengua, reemplazando esos granos blancos y hediondos de la mañana por otros, también blancos, hechos de pasta con sabor y olor a menta fresca. Arregla el aliento, al menos por unos minutos, pero funciona.
Agité otro trago de agua en mi garganta y tras jugar con la espuma un momento la escupí fuerte sobre el lavado. Me miré la cara y por enésima vez me pregunté qué hacia el temuquense más influyente del año, según una elección del Diario Austral, sentado en uno de los sofás de mi madre. Es cierto, trabajo para él, pero en los dieciocho meses que llevo a su servicio si me ha hablado más de tres veces (y en grupo) yo soy la Mujer Maravilla. Ni siquiera tenía idea de que supiera mi nombre. Devolví saliva y un hilo de sangre se coló en ella como la mitad un gusano milimétrico, debo ser más cuidadoso con lo que me venden. Vi mis ojos en el espejo y juntando agua sobre la palma de mis manos me mojé el rostro. Después me sequé rápido y luego eché mi cabello hacia delante, desordenándolo con rapidez.
-Son buenos-, comentó mi jefe al verme aparecer. Estaba de pie en mitad de la sala y tenía uno de los seis discos que había dejado junto a mi mochila, en su mano derecha. Dos eran para devolver y el resto para copiar.
-Mucho-, acoté mirando la cubierta del compacto, -una de mis cinco bandas favoritas de todos los tiempos-, no era cierto.
-A mi hijo mayor también le gustan, he visto algunos cedés de ellos por la casa, debe tener tu edad: veintiuno…
-Tengo veintidos-, respondí y luego sumé: -Son excelentes.
-Ingleses-, balbuceó. Estaba informado.
-…
-…
-…
-….
-¿Quiere algo? ¿Un café?
-No, no te preocupes…-, respondió con un tono ligeramente tímido mientras regresaba el disco junto a los otros. Intentó buscar el orden preciso, para dejarlo exactamente como estaba antes, pero no pudo, no había una línea que seguir.
-…
-¿Hay alguien más en casa?-, preguntó. Todavía seguía de pie, como si estuviera dirigiéndose a un oficial de rango superior. Por un momento me sentí su comandante.
-No-, le dije y mientras lo hacía pensaba que había sido un error contestarle con la verdad, que debería haber inventado algo, uno nunca sabe. Tal vez mi jefe era en secreto un asesino serial y en unos minutos más yo podría terminar abierto de cuajo, destripado, como esas doce pendejas de Curicó.
-¿Supongo que te preguntarás que hago aquí?
-Supone bien
Se rió, yo también, fue un gesto amable y hasta temeroso. Es que era muy raro tenerlo ahí, tan cerca, tan grueso y sudoroso, con absoluta cara de aproblemado. Lo último era cada vez más obvio.
-¿Cómo supo donde vivía?-, le pregunté, olvidando que ya me lo había dicho. Cuando repitió el nombre de su secretaria me acordé que había indicado una dirección falsa en la ficha del contrato, como la paga era por honorarios nadie se tomó la molestia de corroborar el dato. No lo hice por pasarme de listo o de bromista, todo lo contrario, de hecho fue para evitar que sucediera una situación como esta.
-¿Vives solo?-, me preguntó al acto y de nuevo volví a descargar la hipótesis del psicópata.
-Con mi madre-, creo que ya se lo había dicho.
Miró cada rincón del lugar, como si buscara a mamá, supuestamente escondida detrás del gomero que había junto el ventanal de la habitación.
-No está, ya le dije que estamos solos-, aclaré con un tono falsamente duro. –Ella sale temprano-, expliqué, -es secretaria en línea y usted sabe… hay que estar a la hora, por lo del satélite.
Ambos miramos al techo, como si a través de este pudiéramos ver la red de objetos que giraban alrededor de nuestro planeta.
-Necesito tu ayuda-, sentenció de inmediato y sólo entonces volvió a sentarse, acomodándose sobre el sofá que había a su espalda. Preferí apoyarme contra la pared.
-Ya no hago esa clase de trabajos-, contesté, sabiendo muy bien a qué se refería. La información estaba en mis antecedentes, no sé si manchándolos o decorándolos. Además fue gracias a esos conocimientos especiales que llegué a trabajar para él y sus socios. Tarde o temprano me iban a pedir “horas extraordinarias”, eso siempre lo tuve más que claro, por eso soné tan cortante en mi respuesta.
-No voy a pedirte que rompas nada, ni siquiera que entres o violes un dominio. El trabajo es simple, mucho más de lo que imaginas, pero tiene que ser muy confidencial.
-…
-Si aceptas te pagaría un sueldo extra. El doble de lo que ganas por unos…-, vaciló, -cuatro o cinco meses. Aunque, tu sabes, podría alargarse un poco más si haces bien las cosas.
-…
-Necesito que encuentres a alguien.
-Stalker-, murmuré.
-Algo así-, pensé que no me había escuchado. -Pero escúchame bien, nadie puede saberlo. Nadie de nadie-, recalcó. -Por ningún motivo se te ocurra comentarlo con alguien de tu familia o tus amigos y mucho menos en la oficina. Si lo haces pierdes todo y es en serio. Te quedas en la calle y no creo que te sea fácil encontrar otro trabajo, ya sabes, conozco gente que conoce a gente…-, no recordaba la última vez que me habían amenazado. -El negocio sólo es entre tu y yo, esta conversación jamás tuvo lugar.
-…
-¿Si o no?-, preguntó levantando su ceja izquierda. Miré buscando las cámaras y la siguiente orden del director pero sólo encontré sus ojos grandes, nerviosos y a punto de salirse de sus órbitas. Hijo de puta, como si hubiera otra respuesta posible:
-Hable
-Como te decía, necesito que encuentres a alguien.
-¿…?
-Su nombre es Igriega y está muerta.
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